El callejón, el colmado, la calle estrecha, los ruidos diurnos y nocturnos.  Luz. Oscuridad. Murmullo y transitar de seres marginales y abandonados.  La furia de la enfermedad agítase por doquier allí.  El apurado tránsito, el negocio informal visibilizan la orilla, la escalera y la disco, la orilla, entre otras imágenes, plantean problemas económicos, sociales y sanitarios en un inframundo que construye su propia poética barrial: la covicotidianidad, la influenza,  la fiesta mágica y fortuita, Miles de historias individuales se construyen desde la oralidad, la lengua viperina, la ayuda, el delito, la mala vida, la olla, la barra, el hoyo, la Superfría, el crimen, la prostitución, la fritanga, el amor, el parquecito, la mala y la buena comida, el turno, el tumbe, la pieza inhabitable, los mosquitos, la “tipa de medio”, las mezclas, los estupefacientes, las luchas sociales… Un mundo cerrado y abierto al mismo al mismo tiempo.

Se vive en La Ciénaga desde la identidad y la diferencia.  No hay fronteras allí porque ese mundo (¡influenciado!), se abre, se derrama y llega a otros inframundos desconocidos en el país y lejos de la mundialización.  Los sueños y los pobladores de este espacio humano, a pesar de tantas y terribles narrativas que surgen de allí, sobreviven en el imaginario sociocultural y caribeño como una cardinal activa que, al día de hoy, siguen siendo un inmenso escenario de agravios, dolores tumorales, peligros que asechan hasta en las pesadillas de sus lugareños.

Se trata, pues, de una película grotesca, mundana, un manual de oprobios que debe ser leído por los políticos que cada cuatro años visitan a esta humana vida de la pobreza, el crimen, la desventura, la enfermedad del uno y del otro y de lo otro.  Qué ha sucedido por años con aquellos cuerpos y voces condenados? ¿Qué política de la interpretación pública puede explicar lo cotidiano, lo público en aquel lugar que hace tiempo se aparta de su nombre, su significado y su marginalidad.  Vivir en las “locaciones” de dicho barrio implica un recorrido y una vivencia desde el recorte de la vida “mágica” y social; pues allí, como en todos los demás barrios “marginales”, lo que podría denominarse el “margen”, ya deja de existir como categoría de la pobreza y negación de formas de vida.

Ilustración del autor, Odalís G. Pérez

Se trata de un universo donde las mentalidades se conforman como imágenes turbias, ambiguas, profundamente cercanas a la condena social. Todo se negocia en el barrio, Generalmente,los datos que ofrecen los medios de comunicación sobre el barrio, son cambiados y violentados por la misma realidad. Como en otros barrios y subculturas (El Capotillo, Gualey, Guachupita,  La Zurza, Valiente, Los Alcarrizos, Guarícano, Las Caobas, Los Mina, Puerto Rico (nombre que se repite en la capital y otros pueblos del país), constituyen poblaciones de sujetos marginales en un mapa urbano fragmentado, surgente y emergente

En efecto, que se llama hoy el barrio, es un espacio geo-urbano y comunitario con muchos “hilos infraestructurales” defectuosos y desajustados que aprovechan las políticas del caos y el descentramiento social buscando soluciones populistas, demagógicas o politiqueras cada cuatro años, donde el uso de los espacios y viviendas, junto a cierta flexibilidad de los deberes, son manejados por el  aparato estatal para sacar ventajas políticas.  Así ha sucedido cada vez que un gobierno quiere utilizar al barrio para ganar adeptos mediante la manipulación interesada de sus políticos y autoridades.

La Ciénaga no es hoy el cieno, el lodo, el pantano.  Es un espacio simbólico y una metáfora-función ideológica de la marginalidad en tiempo, espacio y vivir históricos.  Pero además, el barrio se forma de una migración.  Una memoria de signos marginales que conforma otros espacios humanos de la misma clase.  Es lo que se podría llamar una proyección viviente del sujeto y el espacio habitable.  Pues donde quiera hay un hoyo, un lodo, un pantano, una dinámica marginal que acoge seres humanos, fuera de los requisitos de la ley y de la habitabilidad urbana.

Una sociología de los ritmos urbanos debe plantearse estudios medioambientales y geo-urbanos orientados a reconocer, analizar y buscar soluciones a los problemas que generan estas comunidades humanas, generadoras de una movilidad que fragmenta lo social en la diferencia y la identidad.

Es preciso entender que no solo allí, en La Ciénaga, sino en casi todos los barrios del país se aloja lo que hemos llamado “el virus multicultural”.  Alemanes, holandeses, “gringos”, santomeños, puertorriqueños, venezolanos, españoles, chinos, mexicanos y otros nacionales provenientes de otros países, donde la categoría de “barrio” vive y funciona en iguales condiciones, pernoctan y forman parte de esos barrios dominicanos que generalmente constituyen una fuerza propia de la llamada “Economía informal”.

En este sentido, nuestros barrios conforman un variopinto mapa geo-urbano y marginal, donde la diferencia no es solo nacional o nacionalista, sino también multicultural, idiolectal y sociolectal desde el punto de vista sociolingüístico.  De ahí también, las mezclas sociodialectales en la comunicación verbal interbarrial; el parecido lingüístico y comunicativo se advierte en los barrios con sus “hablares” sociales dinámicos y creadores.