A Roque Dalton: poeta, bohemio y guerrillero.

En una celda solitaria el poeta precipitado en el catre miraba el techo. El tiempo transcurría más lento y los días eran un eterno equinoccio. Allí, no existía lo diurno, ni lo nocturno, tampoco el alba o el crepúsculo que inspirara algún poema; sólo la obscuridad y la soledad hicieron amistad en los versos para olvidar el húmedo olor a orina que emanaba el rustico piso de cemento del limitado espacio de 2×3 metros cuadrados.  El poeta colmado de imágenes oníricas esperaba el roce mágico del cuerno añil del unicornio para espantar a los conjuros de muerte y el hechizo venenoso de los mercenarios demonios.

Roque Dalton

Del otro lado de la puerta de la celda solitaria el guardia arrastraba el pestillo y las bisagras roñosas se enroscaban sin ausencia de ruido. El viejo postigo de maciza madera se abría y con un espeluznante estrépito ensordecía el silencio. El guardia esposaba al poeta y le colocaba una capucha negra en la cabeza. Mientras, lo conducía hacia algún lugar de la prisión, el poeta recordaba aquellos días de sus años mozos en la universidad de Chile, cuando conversaba con el eximio muralista mejicano Diego Rivera.

Tenía las pupilas tan dilatadas como la máxima apertura del diafragma del lente de una cámara fotográfica, y a causa de la omisión de luz las retinas se les reventaban, en el preciso instante que el agente descapuchaba al poeta esposado, sentado en la silla plegable de color plomo y enfocándole a la cara la bombilla incandescente de la lámpara.

El agente de la CIA, Harold F. Swenson, encargado de combatir a los comunistas en América Latina abría un grueso informe sobre las actividades subversivas de Dalton. El agente fijó su mirada sobre el poeta con el regicidio en la cara y le dijo: Tienes sólo dos opciones: colaborar con nosotros, la CIA o “enfrentar las consecuencias sin posibilidad alguna de escapar y no olvides que eres un miembro del partido comunista más pequeño del mundo; a nadie usted le faltará”.

El agente Harold Swenson veía al poeta como un “candidato eminente” para el enganche, ya que era un comunista salvadoreño de primera fila y también que estaba muy ligado al servicio secreto cubano. En tanto tal, se podría esperar que proporcionara bastante información sobre el partido comunista salvadoreño (PCS) y sobre sus actividades para el servicio secreto cubano (DGI). El desertor agente cubano, Rodríguez Lahera, había informado a   Swenson que el poeta podría ser un candidato a reclutar para la CIA porque era muy inteligente. Pero Swenson le preocupaba que las “características personales” del poeta pudieran ocasionarle a la CIA “problemas de manejo” en el futuro por sus debilidades por las mujeres y la vida bohemia.

El poeta se negaba a colaborar con el agente de la CIA, pero al mismo tiempo no quería irritarle. Sabía que su condición de prisionero lo posicionaba en una correlación de fuerza desventajosa. Necesitaba ganar tiempo y la única salida era jugar el juego de “Suma cero.

Le propuso al agente de la CIA que necesitaba tiempo para pensarlo. Esta táctica de crear la esperanza a su verdugo era como una navaja de doble filo. Podría ganar algo de tiempo, aunque sea por algunos días. Al final, terminaría sin opciones: reclutarse o ser eliminado.

EL poeta afligido en la celda solitaria pensaba como saldrá de esta situación. Entretanto, la ansiedad noctámbula penetraba en sus sueños y sentía que un mítico animal, parecido, pero más hermoso que el corzo, se acercaba a él con gracia y delicadeza y, de un modo tan sutil y silencioso, que parecía imperceptible su presencia. Súbitamente un estruendo quebraba la tierra y el poeta despertaba los parpados creyendo que aún soñaba, pero sus ojos no mentían. La celda solitaria ya no existía, las paredes eran como las ruinas de antaño, las rocas, las piedras eran escombros amontonados a su alrededor. El humo del fuego apagado, por la densa lluvia que el viento acarreaba desde la selva, se elevaba por los cielos. El terremoto no tuvo compasión con nada, ni con nadie; salvo con el poeta. Las elfas vinieron por él, ayudarlo escapar porque los hombres predestinados tienen sus días contados y al poeta aún no le devenía. 

Huyó, huyó y huyó tan veloz hasta llegar al lugar más lejos de la selva, allí donde viven las   dríadas adheridas a sus mayestáticos árboles en el reinado de los duendes. El poeta escapó de los demonios gracias al lenguaje sísmico de la tierra.

COMO TÚ

Yo como tú

amo el amor,

la vida,

el dulce encanto de las cosas

el paisaje celeste de los días de enero.

También mi sangre bulle

y río por los ojos

que han conocido el brote de las lágrimas.

Creo que el mundo es bello,

que la poesía es como el pan,

de todos.

Y que mis venas no terminan en mí,

sino en la sangre unánime

de los que luchan por la vida,

el amor,

las cosas,

el paisaje y el pan,

la poesía de todos.