Al ponderar el lugar de la poesía en la sociedad contemporánea, un crítico sorprendentemente poco conocido en nuestra lengua: Alfredo Bosi, defiende de ella el carácter de resistencia y transformación que le confirieron principalía en las sociedades del mundo antiguo.
El pensador brasileño ve desplazadas estas propiedades ante el empuje del materialismo rampante: “la extrema división del trabajo manual e intelectual, la Ciencia y, más que ella, los discursos ideológicos y los estratos domesticados del sentido común llenan hoy el inmenso vacío dejado por las mitologías. Hoy, es la ideología dominante la que le da nombre y sentido a las cosas”.
Como Theodor Adorno antes, Bosi teoriza sobre la resistencia de la poesía ante la uniformidad del discurso ideológico, toda vez que destaca la incesante tensión dentro del espacio de lo poético por regresar a un pasado antediluviano al tiempo que se anuncian otras sociedades posibles: “La poesía resiste el falso orden, que es, en verdad, barbarie y caos… [r]esiste aferrándose a la memoria del pasado; y resiste imaginando un nuevo orden que se recorta en el horizonte de la utopía”.
La poesía caribeña se ha enfrentado con garra a esta desalentadora constante de la época hasta erigirse en la testadora de una memoria que no encuentra cauce en las lecciones escolares, los encabezados de la prensa dominical ni los planes de nación de los políticos de turno.
Ciertamente, ese posicionamiento ético marginal, ese desplazamiento hacia espacios de enunciación lejanos a una versión irrefutable de la realidad, encuentra en la poesía caribeña de hoy su territorio más fértil.
Ejemplo de ello es la obra del puertorriqueño Noel Luna (1971), en la cual las cavilaciones en torno al exilio apuntan paradójicamente al desplazamiento del sujeto como bálsamo para esa misma condición de desarraigo:
La lluvia desdibuja los lugares
de la memoria. El tiempo ha simulado
su paso bajo el peso de un pasado
que a todo impone formas similares.
La suerte hace curiosos malabares
y a veces toma aquello que ha donado.
No dudes que su mano haya borrado
tu rostro de las fotos familiares.
El trópico es un mago que deshace
las hojas de los libros que has leído.
No menos misterioso es el olvido
que sin cesar corrige y los rehace.
Igual sucede en ti. ¿O no es tu vida
sino un constante punto de partida?
Por su parte, la poeta cubana Reina María Rodríguez (1952) activa el gesto indagador asociado con la errancia en la reflexión en torno a la percepción del tiempo en una Habana que, al igual que la sociedad que la integra, no muda sus lugares ni sus hábitos:
yo que he visto la diferencia,
en la sombra que aún proyectan los objetos en mis ojos
-esa pasión de reconstruir la pérdida;
el despilfarro de la sensación-
del único país que no es lejano
a donde vas. donde te quedas.
sé que en la tablilla de terracota
que data del reinado de algún rey,
con caligrafía japonesa en forma de surcos
están marcados tus días.
los días son el lugar donde vivimos
no hay otro espacio que la franja que traspasan
tus ojos al crepúsculo.
no podrás escoger otro lugar que
el sitio de los días,
su diferencia.
y en esa rajadura entre dos mundos
renacer a una especie (más estética)
donde podamos vivir otra conciencia de los días
sin los despilfarros de cada conquista.
Como Reina María Rodríguez y Noel Luna unos años antes, un poeta imperdonablemente olvidado en República Dominicana, Norberto James Rawlings (1945), también ha dado forma a una poesía furtiva sin más ataduras que los contornos de la ciudad dominicana del porvenir que imaginaba en sus textos, y que no compagina con el Santo Domingo de las élites y las dinastías políticas. El poema "Señas de identidad" compendia el renovado empeño transformador de su artesanía:
Me niego a habitar mi nombre en el nombre de mi padre
y de mi propio espíritu que en él se guarece.
Me niego a negar este rostro que como bandera enarbolo,
esta voz que proyecto en el vacío de mis muertos,
estos gestos que encarno inmerso
en estas raíces por las que me nutro y soy
Me niego a negarme desasociándome
de este mortal que exhibe sus flaquezas.
Me niego a volver la mirada
destruir mis tambores,
impugnar mis dioses,
ignorar mis colores.
Si a mi memoria erigieran monumento alguno,
que sea dolmen al amor que profesé,
no obelisco a la desidia o al desamor.
La pulsión utópica que destilan los versos de Norberto James, Noel Luna y Reina María Rodríguez subraya la característica propia a la poesía de producir en la imaginación de los lectores una visión de la realidad más vívida que la que maliciosamente ofrecen las ideologías. En ello tal vez radique la mayor prueba de la propiedad de resistencia del hecho poético.