Es una idea común pensar que la poesía es un reflejo de la emotividad del poeta. En ella el poeta transparenta sus emociones y su subjetividad. Pensamos que a diferencia del drama y de la novela, la poesía es un género no ficcional y, por tanto, lo que se dice es reflejo cristalino del alma emotiva del “yo poético”. Nada más ajeno a la realidad, en tanto que constructo imaginativo la poesía es igualmente ficcional.

Si entendemos la ficción como el producto paradigmático de la actividad imaginativa a través del lenguaje, un poema es un producto imaginativo en el que ofrecemos una particular visión del mundo o de nosotros mismos. Para ello nos auxiliamos de una matriz de significados y de recursos literarios que solemos denominar como figuras literarias. En este sentido, la intencionalidad de este acto imaginativo no es otro que el de producir una obra de arte, el fin estético prima sobre el fin expresivo emocional sin que por ello el primero niegue al segundo.

Probablemente haya sido en el romanticismo cuando se instauró la idea de que el género poético se distancia del género narrativo bajo el pretexto de la expresión subjetiva. Este movimiento literario subrayó al cansancio la subjetividad del “yo poético”, dándole un valor absoluto a la transparencia emocional del alma romántica frente a la tiranía del objeto o de la realidad. Esta sobredimensión del lenguaje emotivo lleva a la distanciación de la lírica de lo ficcional en tanto que producto imaginado.

Tengo la convicción de que la expresividad emotiva en la lírica solo es una fantasía de adolescencia que tiene un marcado fin catártico, pero no un fin literario. De este modo no podemos generalizar la naturaleza de un género por lo que ocurre de modo espontáneo en una fase de nuestro desarrollo psicoemotivo.

La poesía es igualmente un discurso ficcional, es decir, todas las elecciones realizadas por el “yo poético”, en tanto que enunciador de un discurso imaginado, delatan las huellas del escritor y no del autor real. El conjunto de decisiones estilísticas, literarias y retóricas que muestra el texto permiten recorrer en retrospectiva el camino trazado en la producción de la obra de arte. Esta reconstrucción crea una “figura” compuesta de múltiples pedazos que llamamos escritor y que representa en conjunto al cúmulo de decisiones y de voces tomadas por el escritor real. Es como si la persona real se desdoblara y se escondiese detrás del enunciador del discurso imaginado para brindarnos la particular experiencia semántica que constituye el poema.

Un poema es un microuniverso que debe hablar por sí mismo. A través de sus combinaciones métrico-melodiosas se construye un mundo posible semánticamente que solo existe en y a través de la obra literaria. Lo mismo sucede en un cuento, una novela o un drama. Lo literario no es una copia fiel de lo real o de los sentimientos del poeta, sino que es un discurso imaginado con fines estéticos-ideológicos.

A partir de lo expuesto hasta aquí queda claro que no debemos tratar el lenguaje poético como una copia fiel de la emotividad del poeta, no existe tal transparencia entre lo que se dice en un lenguaje con fines estéticos-ideológicos y lo que se vive. En dado caso que el poema surja de una inquietud o vivencia interior jamás el lenguaje poético es tan transparente como para decirla a cabalidad. En todo trabajo estético la imaginación reconstruye, reproduce y transforma lo experienciado en un producto imaginativo nuevo que no necesariamente es una copia fiel de lo ocurrido o de lo que realmente ocurre en el alma humana.

Tampoco debemos quedarnos con la idea de que la poesía es una mentira, de ningún modo. Como ya lo he repetido en otras ocasiones, la obra literaria no puede juzgarse en términos de verdad o mentira. El universo ficcional que se construye solo permite juicios estéticos y no epistemológicos ni ontológicos. Las entidades ficcionales creadas por el poema, en tanto que obra literaria, no tienen por qué tener su correspondencia en la realidad y no tienen que aludir en modo alguno a alguna experiencia interior de quien escribe, del poeta. Lo repito de nuevo: hay más mentiras en política que en ficción.