Las palabras de esta tribu son escritas en terreno accidentado, sobre una singularidad topográfica y letrada: es poesía que se escribe desde una isla compartida por dos países en apariencia absolutamente dispares en su cultura-lengua, o como se diga eso, en caso de ser verdad.

Esa frontera porosa (porosidad ya física, concreta, fisiológica: para cruzar se exuda, y es asunto de epidermis, de color, transpiración por el trabajo, economía) entre las repúblicas de Haití y Dominicana, obviamente que provoca un intercambio profuso entre ambos grupos humanos, con influencias marcadas, registrables, como bien demuestran los estudios culturales, del folklore o del comportamiento, no digamos ya los económicos.

Uno espera, empero, y aunque parezca en vano, la aparición de alguna producción poética translingüística en el borde, que acaso no se da, que no se ha dado. Una poesía que exceda el bilingüismo autotraducido rastreable, sobre todo, en poetas de origen haitiano que derivan de este lado, arrastrados por las correntías del idioma del país que tiene mayor caudal matérico. Pero no es suficiente: no hay simbiosis todavía, no hablemos ya de translingüismo, que establece una relación indisoluble entre Lenguaje y Poder, esa que sólo el poema puede hacer estallar en mil libérrimos sentidos. ¿O acaso ha comenzado a asomarse este fenómeno gracias a poetas como Samuel Gregoire?

Acaso sí, sobre todo en este libro en el que “la poesía debe escoger/ El sabor de su muerte lenta” y “cortejar su suicidio/ Bebiendo una épica de escarcha”. De entrada, Samuel propone “fornicar para rescatar un pueblo”, y ello es una contraseña, un salvoconducto, un síntoma, de por dónde va el poema: por  territorios carnales, poblados de placeres, y anatomía de escándalo. Va haciéndose patente, a medida que uno lee, que la carne es animada por la voz, que al principio fue el Verbo y al final es su lectura en simulacro. Pero alude a la Creación y, por tanto, al Paraíso.

Y, ya en aguas del fornicio escritural,  Simulacros de paraísos y otros renacidos  (Amargord Ediciones, Madrid, 2017) se nos abre en español, para ofrecer sus jugos a seguidas en francés, como un hábil libro lábil. Esto es, en apariencia, indiferentemente, desnudarse para el acto antes o después: un sencillo ordenamiento, que sería uno más si no fuera porque el orden siempre “habla” cada vez que Poder y Lenguaje se confrontan y se encuentran.

 

¿Cómo se viene este análisis? Con más preguntas, pues, sin esperar respuesta: ¿Cuál es el original y cuál es la versión? ¿Quién es el posesor y quién el poseído? ¿Cuál de estas lenguas representa el Paraíso y cuál el Simulacro? ¿O es a causa de los dos?  Porque, evidentemente, este libro ha sido escrito como dicotomía, a grado binario indisoluble tal que parece un constructo burlescamente booleano: verdadero y falso todo, sí y no, como respuestas simultáneas. Y es que Gregoire describe:

 

La anatomía de la verdad desde una lengua descuartizada

o descosida enésima de veces

 

Haciéndolo además con su “voz pólvora” (la del desposeído, los pueblos aplastados, oprimidos), hasta que  la voz vacante se muere en un día oscuro  pero, eso sí: muriendo con

 

un calor clímax,

un calor placer

en las miradas mudas

de un paraíso ambulante

 

Es obvio que el hacer colisionar dos lenguas oficiales (castellano y francés) de por sí “contaminadas” (español dominicano y créole haïtien) produce una tercera lengua, un nuevo territorio como síntesis suprema, en el cual habita un hombre a través de su lenguaje. Una ínsula barroca (puesto que también reclama el habla popular:  Le dio una sirimba /  a mi soledad. /  Siento por sus venas /  el ardor del Tres Pasitos) con todos los microclimas habidos y por haber, así como mesetas, simas, prominencias y caminos creados por las imágenes magistralmente representadas en los relieves de las páginas. Lo que se dice un verdadero translenguaje. El destilado lírico resultante, el vertido de rareza, provoca en el lector un impacto novedoso, producto de la visión anómala y excéntrica (fuera de centro, cierto) con que este poeta ve el fenómeno de la poesía. No por nada se trata de un poeta trilingüe.

 

Así que, sí: gracias a ejemplos concretos, como la potente poesía de Samuel Gregoire, podemos constatar el nacimiento de una poética translingüística entre nosotros, por nosotros y para la actualidad literaria posmoderna, tardomoderna o cualesquiera contenidos tenga este curioso emparedado cultural actual.

 

Hay simulacros de incendio, simulacros de sismos, simulacros de evacuación, pero… ¿de paraísos? Por supuesto, ¿por qué no? Después de todo,

 

Al final la poesía no es una lógica del amor

Es el cimiento de la civilización

 

[y] Cada civilización es una porno de violencia.