Es importante destacar que a partir de l967, a partir de "El viento frío", los registros comienzan a multiplicarse y se produce una polarización de las poéticas. Las vías, en cuestión, se bifurcan o multifurcan hasta conformar el margen de participación plural de la etapa siguiente. La madurez, el estudio, la investigación producen nuevas opciones de realización del signo poético que se niegan a ser encasilladas en títulos genéricos. Primera y significativa manifestación del fenómeno fue la publicación de Sobre la marcha (l969), de Norberto James Rawlings, a la cual seguiría La provincia sublevada (1972). Con este primer texto se abre de pronto una ventana que amplía el horizonte de los artistas del verso y por primera vez entran, en plan épico, los inmigrantes cocolos a la poesía. El poema "Los inmigrantes", que es la pieza fuerte del libro, constituye, junto a las obras anteriormente mencionadas de Alfonseca y Del risco, uno de los hitos históricos indiscutibles de la década. Es a partir de aquí que empieza a resquebrajarse el bloque monolítico: la unanimidad del coro de las primeras voces, y a manifestarse más o menos claramente las nuevas tendencias. (Dígase, por ejemplo, "La patria montonera", de Ramón Francisco, poema en que acontece una tentativa de fusión por vía experimental de lo criollo con lo clásico). Los poetas de la avanzada cantaban como quien dice a una sola voz. Ahora hay contrapunto, simultaneidad de voces cantando. Es cierto, sin embargo, que por lo menos un grupo representativo de poetas permanece anclado por convicción a la poesía de denuncia y de protesta, la temática social a rajatabla, pero con un lenguaje más depurado que reduce o dosifica, sin eliminarlo nunca del todo, el léxico bélico y denota mayor conciencia del oficio. En este contexto, Andrés L. Mateo da a conocer los poemas de Portal de un mundo, con los que ganara un merecido reconocimiento. Portal de un mundo es una obra de aliento, optimista y vigorosa, que opera en sentido contrario a El viento frío y se hermana con algunos textos de Alfonseca y sobre todo de Ayuso en la presentida y "secreta alegría del triunfo"
En esa dirección se mueve Pedro Caro con el Nuevo canto (1968), Asombro de la muerte (l969) y Del diario acontecer (1972). Héctor Díaz Polanco ensaya, con éxito, el género panfletario en Los enemigos íntimos (1969), donde destaca su "Canto al hombre común", mitad admonición, mitad condena.
En cuanto a las mujeres poetas (o poetisas, como quiere el diccionario) hay que incluir necesariamente a Jeannette Miller y Soledad Álvarez, dos mujeres al borde y reservar quizás un espacio futurista (una interrogante) para otras voces del género, no con carácter definitivo, sino a manera de hipótesis de trabajo, ya que se trata de un área poco estudiada e incluso menospreciada.
A juicio de Baeza Flores, "Tanto Jeannette Miller como Soledad Álvarez, entre los poetas de 1965, vienen a significar una fe de vida y una reafirmación de la poesía femenina dominicana tanto en su calidad, como en su exploración, en la intensidad de la onda emotiva y expresiva como en la inquietud existencial.
Soledad Álvarez desarrolla una labor de activista políticasocial y cultural, destacada, junto a sus compañeros de generación, mientras Jeannette Miller se inclina hacia la crítica de las artes plásticas y es, además, una lírica viajera, inquieta, existencial, imaginativa."
Jeannette Miller, con sus Fórmulas para combatir el miedo (l972), vuelve al tema de la ciudad y la frustración, objetivando la realidad urbana y existencial en cámara lenta. Jeannette Miller –al decir de Manuel Rueda- es una poetisa "que ahonda con crudeza y desesperación para ofrecer en cada poema un testimonio, lo más descarnado posible, de sus propias experiencias". Pero Jeannette Miller da rienda suelta a su angustia con dosis de fino humor. Es una descreída, nihilista o agnóstica o quizás todo a la vez. Confiesa no creer en las flores ni en sí misma, ni "en Hamlet Prometeo Segismundo y Huidobro/ tampoco en Jean Paul Sartre". Y para colmo, la antropología la entristece. Sin ella faltaría un capítulo de esta historia.
Soledad Álvarez, una voz singular digna de aprecio, es la poetisa reticente, que se da a cuentagotas, "azul y pequeña contra el viento". En sus textos, el testimonio y el eros van de la mano de "una simbología leve, sutil y desgarrada". Escribe poemas inocentes que recogen "una cotidianidad casi notarial". ("Si nacieras llamándote Luis Pérez") o describe su drama personal en unos versos terribles en los que expresa los sentimientos más intensos con trazos tan ligeros que parecen espuma ("Poemas"). Es la poetisa del amor pasión, una incendiaria. Ella también es parte imprescindible de esta historia.
A fines de la contienda, incluso antes en algunos casos, los activistas del arte y la literatura comenzaron a reagruparse en organizaciones que respondían al mismo espíritu, al mismo contenido histórico que animaron la formación del Frente Cultural. Primero en el tiempo, El Puño fue el primero en importancia tanto por la calidad de sus integrantes como por la calidad de su producción. Al grupo adhirieron Miguel Alfonseca, René del Risco Bermúdez, Marcio Veloz Maggiolo, Iván García, Ramón Francisco, Enriquillo Sánchez, Alberto Perdomo Cisneros, Armando Almánzar Rodríguez, Antonio Lockward Artiles y los pintores José Ramírez Conde y Norberto Santana.
Antonio Lockward posteriormente renuncia al grupo y funda La Isla, integrado por Wilfredo Lozano, Fernando Sánchez Martínez, Jorge Lara, Andrés L. Mateo, Norberto James, Pedro Caro y Héctor Amarante.
En La Máscara se agrupan Aquiles Azar, Ángel Haché, Hector Díaz Polanco, Piedad Montes de Oca, Lourdes Billini de Azar y otros. En La Antorcha participan Alexis Gómez Rosa, Enrique Eusebio, el mítico Mateo Morrison (coloso de las letras, ¡y de las artes!), Soledad Álvarez y Rafael Abréu Mejía. Nuevos grupos, que sería prolijo enumerar, se forman por igual en las provincias: algunos bajo la dirección e inspiración de Manuel Mora Serrano.
Junto a ellos publicaron otros jóvenes y no tan jóvenes como Pablo Nadal, Orlando Gil, Héctor Dotel, Juan Carlos Mieses, y los poetas de la generación del 48 de la última etapa de la revista Testimonio: Luis Alfredo Torres, Lupo Hernández Rueda, Rafael Valera Benítez, Rafael Lara Cintrón, Víctor Villegas. Y entre otros, el exhuberante, anárquico y prolífero Juan Sánchez Lamouth, de quien se dirá más adelante.
La actividad de estas agrupaciones atrajo un festival de concursos artísticos y literarios, que fue, quizás, lo más significativo del período. En ellos, a través de ellos se expresó lo mejor de la producción en cada género, una producción artística y literaria de resistencia al retroceso político. Es decir, a contrapelo del poder que en muchos casos patrocinaba o auspiciaba de alguna manera los concursos. (De Memorias del viento frío).