A Miguel Alfonseca se suma, en olor de identidad, Juan José Ayuso, un poeta muy desigual y de difícil ubicación y clasificación. Ayuso, ya conocido por poemas como primer y segundo "Canto rudimentario" (1959), "Nuevos cantos" (1962-64) y otras entregas poéticas en periódicos y revistas (y sobre todo por un cuento de antología titulado "Deliríum tremens"), publica como Alfonseca unos belicosos, o igualmente belicosos "Cantos de guerra" (1965) y un "Tercer canto rudimentario" (1966), que hacen causa común con los acontecimientos. En el primer canto, así como en el segundo, Ayuso ensayaba una especie de fórmula híbrida socio-existencialista. Aún en los "Nuevos cantos", el poeta no le hallaba una explicación satisfactoria a su contorno, pero a la altura de "Cantos de guerra", Ayuso pareció encontrar no solamente un sentido de la vida, sino también un sentido de la poesía. En el tercer canto ya no quedan huellas de sus primitivas angustias existenciales, y en cambio se han reforzado y purificado notablemente los argumentos de orden político y social. Baeza Flores lo celebra por el uso del collage, que fue toda una novedad en su época, y por la producción de "textos bastante definidores de una nueva posición ante la vida y la poesía y una nueva manera de expresar lo que viene a ser una ruptura generacional".

Al calor de la refriega nació también el Frente Cultural, "comando del espíritu en el cual estaban hermanadas al fusil las ideas que movieron el fusil". En el Frente Cultural, donde brilló de nuevo la iniciativa de Silvano Lora, se aglutinó buen número de pintores, fotógrafos e intelectuales de diferentes promociones en calidad de "trabajadores de la cultura". El Frente tuvo a su cargo la propaganda gráfica de la zona constitucionalista, incluyendo caricaturas, fotomurales, consignas y anuncios. También organizó exposiciones pictóricas, ciclos de cine forum, lecturas de poesía. En el mes de julio, el más crítico de la guerra, puso a circular el folleto Pueblo, sangre y canto, "fruto fecundo de la plena identificación de los escritores dominicanos con la heroica lucha del pueblo por su libertad e independencia". El folleto recoge textos plurigeneracionales de René del Risco, Abelardo Vicioso, Juan José Ayuso, Rafael Astacio Hernández, Pedro Mir, Miguel Alfonseca, Máximo Avilés Blonda, Pedro Caro y Ramón Francisco.

Esta rica experiencia de participación en equipos plurigeneracionales e interdisciplinarios, dio frutos más allá de los límites físicos y temporales del levantamiento. En el triste diciembre de ese mismo año, concluida la contienda y con tropas de ocupación en cada esquina, el Frente Cultural editó un segundo folleto, Permanencia del llanto, con poemas del desaparecido Viau Renaud. Un emotivo prólogo de Antonio Lockwad Artiles, acompaña la obra, destacando valores de quien en vida fuera su amigo y una presencia única.

Pero el registro más minucioso de la crónica convulsa de esa época se escribe en el extranjero y es obra de Manuel del Cabral. La isla ofendida (1965), poemario de la ira impotente y el dolor, pregona a los cuatro vientos las infamias cometidos por los interventores y el coraje de los Constitucionalistas.

También la voz solidaria de Neruda se deja sentir desde el extranjero con un "Versainograma a Santo Domingo" que se cuenta entre las cosas más feas que escribiera. E incluso, un poema del español Francisco Villaespesa en protesta por la primera intervención armada norteamericana de 1916, "Canto a Santo Domingo", vuelve a vivir un cuarto de hora de gloria, actualizándose en las páginas de la revista ¡Ahora! en los días previos a la voladura de sus instalaciones

Justo es reconocer que para esa misma época otros poetas latinoamericanos como Octavio Paz (e incluso algunos norteamericanos), dieron muestras de solidaridad ocupando las gradas de la antibarbarie. A manera de contrapartida, el dominicano Héctor Incháusteghi Cabral publica en 1967 su Diario de la guerra (poemas) en el que expresa su tácita condena a quienes considera hacedores de guerras y muertes, sean estos invadidos o invasores.

Después de la guerra vino El viento frío (1967) de la frustración en la palabra de René del Risco, acaso el más dotado de los escritores de su generación. En términos sociológicos, El viento frío expresa el punto de vista del combatiente intelectual pequeño burgués que se reintegra al orden, un orden restablecido mediante el habitual expediente de brutalidad por tropas yanquis, necesariamente yanquis.

En la poseía de René del Risco –como se volverá a decir- la historia se asume y se transmite como trauma y depresión. Así, El viento frío es, de alguna manera, el símbolo de la frustración de la pequeña burguesía comprometida con los cambios sociales. El viento frío (como dijera Vicens Vives a propósito del Quijote) expresa el desgarramiento del personaje atrapado entre la retórica del pasado y la realidad del presente. Ninguno de los autores que vivieron las jornadas de abril ha dejado de sentir el soplo del viento frío. Esto es, la resaca de la guerra, la aceptación obligada de las limitaciones del ambiente, el reingreso en un presente sacudido pero intacto, medianamente soportable por la confianza en un futuro. Un futuro incierto, sin embargo, castigado, postergado por el monstruo de la represión que se tragó cuatro mil vidas en doce años de continuismo balaguerista.

En las hermosas y certeras palabras de Juan José Ayuso, El viento frío "es viento de derrota y desilusión, es viento de enterrar sueños, es aire frío que sopla de noche en la tumba sin luz donde reposan las derrotas de los hombres…". (De Memorias del viento frío)