Ñuis Alfredo Torres

Luis Alfredo Torres nació en Barahona el 18 de octubre 1935 (su madre nos dijo que fue en 1933), falleció en Santo Domingo el 1ro de mayo 1992, Poeta, periodista y crítico. Vivió en los años 50 en Los Ángeles, Estados Unidos, donde, aparte de estudiar artes y sicología, laboró como periodista. Se integró tardíamente a los poetas de la Generación del 48.  Luichy, como le decíamos sus amigos, fue quizás el último  bohemio a tiempo completo de la literatura nacional. La selección que hacemos de sus versos corresponden a poemas raros, no a los clásicos suyos, incluso alguno no fue recogido en libros. Dejó entre otros textos: Linterna sorda,  1958; 31 racimos de sangre, 1962; Los días irreverentes, 1966; Alta realidad, 1970; Canto a Proserpina, 1972; Los bellos rostros, 1973; Ciudad cerrada,  1974; Sesiones Espirituales, 1975; El amor que iba y que venía, 1976; El enfermo lejano, 1977. Hay antologías y recopilaciones diversas de sus textos. Su obra completa no ha sido editada. Barahona, aún con nombres como el de Rafael Damirón, no tiene un poeta de más alta calidad lírica que la suya, siendo una de las figuras poéticas más importantes de nuestra poesía.

 

 

 

 

 

 

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Poemas de Luis Alfredo Torres

 

Caída del amor

¿Sobre qué resplandor, sobre qué días

sobre qué playas o flores

dejó tu amor una pisada y un susurro

y copas a medio fenecer y besos y premuras

de las interminables materias del amor?

¿Qué tengo sino manos en torno

de una carta con sombras, y odios detrás de las cortinas

cuando desciende la soledad

sobre tu huella?

La inocencia del labio que te ama

se llenó de yerbajo, y volvieron las aves que devoran

los cielos de la luz.

Sólo quiero ver la lluvia que cae sobre las islas

y por la ciudad llena de frío

ir a la piedra donde crece

la flor del litoral.

Y allí, rodeándome de barcos y botellas,

muerte de amor, lleno de amor,

olvidaría, olvidaría un retrato amarillo,

tu pie como un relámpago de seda

y tu manera de entregarte en los

extensos territorios vegetales.

¿Y qué ruidos hicieron en tu vestido las palomas?

Vengan los aires cotidianos que nos ciñen

como lámparas vulgares: un poco de lodo entre tus dedos,

las comidas a medio desear, abandonadas,

y los pájaros multiplicando ante tus ojos

sus secas y medrosas plumas.

Caiga el cabello suave como la cola de la nieve,

sangre de mi pasión un día,

y ven como tú eres: copa gentil, delicia pura,

y manos celestes,  asesinas, sobre mí

que muero al centro de tu estrella.

El Caribe, 15 noviembre 1959

(No recogido en libro).

 

Sabó

Resulta necesario repetir que eres hermosa.

Vienes como del pan y los conventos,

pero también de las prisiones y prostíbulos.

En ti se mezclan los hospitales y las rosas.

Eres como la vida concreta y despiadada.

Y, al mismo tiempo

como tan alta, y como tan sensible, oh acogedora.

En ti convergen, después de cada espasmo,

las borracheras y el incienso.

 

Corona sexual

I

Como hunden el cuchillo en el arroz

hazlo en mí; toma de las músicas obscenas

y forma con ellas coronas de perdición;

contornos sombríos semejan  los placeres prohibidos

y tú los atas y acoges febrilmente.

Teje una por una mis espinas;

quita luz a las partes mejores de mi tiempo

(que tuyo es ese tiempo)

y encadena mi esqueleto a mis sentidos

a tu belleza y a tus sombras.

II

Me doliste en el sexo. Estás en los campos:

pies sobre las siembras, trenzas en el río

y faldas a la brisa y a los montes.

El deseo te acosaba, deslumbrado.

Luego, las orgías, la ciudad.

Y como hundías el cuchillo en el arroz,

termina, termina, hundiéndolo en mí.

 

Orgía

Liban los chicos, liban”

Alejandro Merino

Liban los chicos, liban,

debajo del sol y la cascada.

Están desnudos, abiertos a la brisa.

Se acercan las muchachas. Liban los chicos, liban

y un hilo de semen y rocío cae en la floresta.

 

Fervor

No fui yo que te vio:

fue la mirada lujuriosa que enlazaba

tu cintura que esperaba la mordida

en la aguda, pestilente, prieta flor.

 

Ámbito

Quisiera tu claridad de hilo de rocío

otra vez, nos rodean tantas cosas materiales,

los edificios son tan altos, tan oscuros,

tan recios los alambres de la jaula.

Si pudiéramos irnos por la frescura de los parques

otra vez y cuando el crepúsculo nos separe de las gentes

ser en ti como una aguja que entra a su agujero.

(Estos poemas quedaron sin incluirse en libros.

Algunos fueron publicados después de su muerte).

 

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La foto

Flores en el Residencial Pedro Livio Cedeño