Luis Carlos López nació y murió en Cartagena de Indias, el 11 de junio de 1979 al 30 de octubre de 1950, poeta colombiano. Llamado popularmente el Tuerto López, a causa de su estrabismo, su obra se sitúa en la órbita del posmodernismo.
Estudió en el Colegio La Esperanza y en la Universidad de Cartagena, donde tuvo que abandonar sus estudios de medicina cuando fue preso durante la guerra de los Mil Días. Simultáneamente recibió cursos de dibujo y pintura en la Escuela de Bellas Artes. Desde 1901 dirigió la revista literaria Juventud, y luego, en compañía de su hermano José Guillermo, fundó el diario La Unión Comercial; colaboró además en las revistas literarias Líneas y Rojo y Azul. Su obra periodística se caracteriza por su claro compromiso político. Aunque su carrera diplomática fue breve, se desempeñó como Cónsul de Colombia en Munich (1928) y en Baltimore (1937) donde estuvo siete años. Dedicó gran parte de su vida a administrar un almacén que le dejó su padre.
Su ciudad le dedicó en 1957 como homenaje la escultura Los zapatos viejos esculpida por Tito Lombana inspirada en su poema A mi ciudad nativa. Escultura que se ha convertido en una atracción turística. Quien vaya a Cartagena y no se detenga ante los Zapatos viejos, no fue a esa ciudad.
La inclinación escéptica de López le permitió confeccionar una obra irreverente, a veces anticlerical, siempre realista y sonora, poblada de un alegre grotesco, lleno de ironías, retratos psicológicos y paisajes que muestran el provincianismo colombiano de su tiempo.
Con un lenguaje travieso y burlesco desde su misma rítmica, su poesía excluye todo idealismo romántico y se ocupa en cambio de lo intrascendente y lo monótono, de la pacatería y del destino cursi, protagonistas, al fin y al cabo, de la vida cotidiana, aceptando y a la vez escamoteando lo trivial.
Parte de su producción no llegó a ver la luz en vida, pero sus méritos fueron reconocidos por poetas contemporáneos. En Madrid publicó De mi Villorrio (1908), Posturas difíciles (1909), Varios a varios (1910) y, más tarde, Por el atajo en Cartagena, 1920. Reeditado en varias ocasiones entre 1956 y 1985, la Biblioteca Ayacucho de Venezuela recogió posteriormente la totalidad de su Obra poética en 1994.
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Poemas de Luis Carlos López
A mi ciudad nativa
Ciudad triste, ayer reina
de lámar
J. M. de Heredia
Noble rincón de mis abuelos: nada
como evocar, cruzando callejuelas,
los tiempos de la cruz y de la espada,
del ahumado candil y las pajuelas…
Pues ya pasó, ciudad amurallada,
tu edad de folletín… Las carabelas
se fueron para siempre de tu rada…
— ¡Ya no viene el aceite en botijuelas!
Fuiste heroica en los años coloniales,
cuando tus hijos, águilas caudales,
no eran una caterva de vencejos.
Mas hoy, plena de rancio desaliño.
bien puedes inspirar ese cariño
que uno les tiene a sus zapatos viejos…
Adiós
...abandonémis lares
marcando rumbo hacia
remotos climas.
Núñez de Arce
¡Adiós, rincón nativo!… Me voy y mi pañuelo
parece un ave herida que anhela retornar,
mientras singla el piróscafo bajo el zafir del cielo,
cortando la infinita turquesa de la mar.
¡Nunca podré olvidarte, noble y heroico suelo
de mis antepasados!… No te podré olvidar
ni aun besando a una chica que sepa a caramelo,
ni aun jugando con unos amigos al billar…
Pero al imaginarme que yo no pueda un día
tomar a tu recinto, ¡con qué melancolía
contemplóte a lo lejos, romántico rincón!…
Porque, ¡ay!, todo es posible, no exótico y extraño,
si el destino de pronto me propina un buen baño
para darle una triste pitanza a un tiburón…
Versos para ti
y sin embargo, sé
que te quejas
Bécquer
…Te quiero mucho. Anoche, parado en una esquina
te vi llegar… Y como si fuese un colegial,
temblé cual si me dieran sabrosa golosina…
— Yo estaba junto a un viejo farol municipal.
Recuerdo los detalles, cualquier simple detalle
de aquel minuto: como si fuese un chimpancé,
la sombra de un mendigo bailaba por la calle,
gimió una puerta, un chico dio a un gato un puntapié…
Y tú pasaste… Y viendo que tú ni a mí volviste
la luz de tu mirada jarifa como un sol,
me puse más que triste, tan hondamente triste,
¡que allí me dieron ganas de ahorcarme del farol!…
Noche truculenta
Para libar el jugo de agrios vinos
– no dejes ver la pierna,
muchacha – los marinos
vendrán dentro de poco a la taberna.
Son de brusco perfil, biceps de acero,
niños enormes de cuadrada espalda
y andar patojo. – Pero,
¿le arreglarás la falda?
Con sus jarrones de licor, sus dados
y sus cachimbas se darán al juego
carnavalescamente iluminados
por la epilepsia del candil. Y luego
terminarán rugiendo una salvaje
canción sensual. – Del cafetín me salgo,
porque – ¡bájate el traje! –
lo que es aquí pasa algo
Tarde de verano
El rico es un bandido
SAN JUAN CRISÓSTOMO
La sombra, que hace un remanso
sobre la plaza rural,
convida para el descanso
sedante, dominical…
Canijo, cuello de ganso,
cruza leyendo un misal,
dueño absoluto del manso
pueblo intonso, pueblo asnal.
Ciñendo rica sotana
de paño, le importa un higo
la miseria del redil.
Y yo, desde mi ventana,
limpiando un fusil, me digo:
– ¿Qué hago con este fusil? –
Cromito
Domingo de murria, de holgazanería
parroquial. Parece que la población
sufre a mediodía
la modorra de una mala digestión.
En las albuferas de la cercanía
no cruza manchando la vegetación
ni una romería
de alcatraces. Febo tiene congestión.
La testa del cerro, rugosa y rapada,
brilla con los tintes de la mermelada,
y detrás de un lecho de color de ají
se asoma el cigarro de una chimenea,
que en la paz del croquis, lentamente humea
taladrando el cielo como un berbiquí.
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La fotografía