T.S. Eliot afirmó, acerca de su amigo Ezra Pound, al dedicarle el poema “La tierra baldía” (1922), luego de que literalmente lo podara, que era el mejor artesano (Il miglior fabbro). Esta referencia tiene por fundamento unos versos de “La divina comedia” (1472) de Dante, en cuyo Canto XXVI de la sección El Purgatorio, su autor, en diálogo agónico con quien considera su precursor Guido Guinizelli (1230-1276), creador del Dolce Stil Novo, a quien llama il padre mio, atribuye esa condición al trovador Arnaut Daniel (fu miglior fabbro del parlar materno), que vivió entre los siglos XII e inicios del XIII, llamado por Petrarca, se dice, gran maestro del amor (gran maestro d´amore).

Me remonto a ese pasaje porque Plinio Chahín, uno de los más destacados poetas de la Generación del 80, lector voraz y crítico de fino gusto y hondo escalpelo, suele hacer valer el gesto de Eliot frente a Pound, cuando intercambiamos textos, en verso o prosa, para mitigar nuestros temores.

En los poemas cortos, una selección de los cuales se leerá a continuación, el autor de “Consumación de la carne” (1986), “Solemnidades de la muerte” (1991) y “Hechizos de la Hybris” (1999), ganador del Premio de Poesía Casa de Teatro 1998, entre otros poemarios, y del volumen de ensayos “¿Literatura sin lenguaje? Escritos sobre el silencio y otros textos”, Premio Nacional de Ensayo 2005, cuece en el crisol de lo imaginario dos aspectos fundamentales en nuestra vida, hoy, por causa de la pandemia, prácticamente vedados: el goce del cuerpo, azotado por la sinuosidad del nuevo coronavirus, por un lado, y el placer de viajar por ciudades del mundo, como las referidas Florencia y Trieste, o simplemente caminar despreocupado por la calle El Conde o el parque Colón, cuando el estado de emergencia, el confinamiento, el toque de queda y el cierre de fronteras por tierra, aire y mar han marcado el orden del día en las naciones, por el otro lado.

El verso prosado, preciso, plástico y sonoro de Chahín se encumbra, en estos poemas cortos, para que el lector deje atrás las limitaciones del mundo de la hiperinformación y el encerramiento, de la soledad y el miedo compartidos en el ciberespacio, del rendimiento excesivo del teletrabajo y se deje llevar por la magia del buen decir y por la esperanzadora fuerza que, más allá de la amenaza y la virulencia letal de la pandemia, la fe en el amor provoca, para devolvernos el sentido ulterior de la existencia, el deseo de encontrarnos y fundirnos en el otro, cuando no en su recuerdo y en el vacío que deja la sensación perenne de tocarlo, abrazarlo, besarlo sin poder hacerlo.

Me complace reiterarlo, con los suyos y con los de otros, Plinio Chahín se torna, ante el torbellino del lenguaje poético, en el mejor artesano, el mejor jardinero, el mejor domador del bestiario del poema. Lo más interesante, es que, al mismo tiempo, permite que su lector asuma cada uno de esos roles, sin chistar siquiera, cuando se enfrenta a las líneas de su prosa o la flecha indetenible de su verso en gestación.

POEMAS

1

Al anochecer, de regreso a Ítaca, comienzas a hilar invisibles gorriones. El sol estalla luego, chorrea de sauces las calles y Johannne huye de los elfos dormidos por su encanto. Gimen ahora con el viento del norte, bajo un palio ahogado.

2

Huir, estremecido por un cuerpo, dedos en cascadas para esconder el rostro, mantras de anillos y rumores extirpados. Un mundo extraño, con los ojos que laten perdidos en un hilo. Relente olvidado de la noche, solo queda.

3

Resbala por el suelo, desnuda y ausente  augurando el futuro de la luz. Oigo con tus ojos  los  ecos moribundos. Con insistencia hablas vistiéndome de hábitos blancos, sin saber a dónde huir.

4

Quédate conmigo y  arrebatas el mundo en un caos de excesos y tormentas. Te vi en Florencia. La luna reptaba sobre el Duomo en arcos desnudos, furtiva, dolorosa entre ráfagas de agua. Yace una ojiva rota de la Torre con sus frisos y molinos de vientos. Quédate conmigo, el mundo nos espera.

5

Por la ventana del mundo  escapo, los ojos abiertos al pensamiento que inaugura la danza y la aventura. Ilesa mi sangre,  simiente de un retornar distinto, hilo de mirra anudado en tus dedos. Nos ataviamos de la desnudez como suspendido  fulcro de ávida  muerte, poseídos de un  violín adormecido, sentidos incorpóreos, camino de unos versos tatuados en  tu cuerpo. Lo adivino porque huyes, sin mirar atrás, al hermoso Duomo de Florencia entre llamas.

6

Estrella intuitiva que desplaza el mundo y huye tras tu piel, para tocar mi cuerpo. Juntos dibujamos la calle donde un payaso acaricia tu voz y yo levito, cielo abierto, hacia El Conde, caminando la curva de tus labios, con cicatrices de Eros. Estrella intuitiva, a veces apagada y otras veces puro fuego.

7

Sucesión soberana del deseo donde las piernas cruzadas estallan y en las azoteas, sobre la cascada de un ojo de miel aturdido  y nudillos  sin nubes   reptan el desnudo de tu  cuerpo ardiente bajo el cielo del parque Colón, donde Johanne huye a las Ruinas,  perdida, adolorida, confundida en un sueño intemporal y perplejo. Yo, con los ojos abolidos  digo palabras extrañas, lloro a solas y   reconcilio el índice filial del tiempo  atado a su asidero. Si tiemblo y el vértigo desliza en vano es porque vuelvo a encontrarte al otro lado, encima de un sauce  derretido.

8

Al vagar por  el prado ahíto de  sol, los amantes rozan otros cuerpos en compañía de seres extraños y esquivos. Parecen ventrículos, pesarosos de encontrar sus tímpanos rotos, belleza percutida  en profundos lagos y  desiertos de carencias y dolores, donde sollozan  sobre su lecho virginal.

9

La noche desplaza el ojo de los celos, abre una herida de ceniza en mi cuerpo. Asustada se convierte en horror y su miedo de volver al agua genera el olvido, el tedio. Envenenada, su  lengua es mi cuerpo,  azufre iluminado de los alquimistas.

10

Sola y hambrienta cuelga mi piel. Conchas del viento, un árbol reventando el olvido hacia los pájaros estirados, hacia las transgresiones empinadas de mi sangre. Espesa, en un oasis alejado, con una incisión nocturna cuyos muslos broncean el abandono de mi cuerpo.

11

Relucientes, los cuerpos resbalan con apariencia de márgenes, porque ella también deslumbra dentro de la sombra, arrastra y cautiva la luz tangible. Navegando en silencio, vuelves a Venecia y ya en la plaza dices palabras y dibujas un trazo a través de la niebla espesa del café amargo y yo babeo.

12

Toda la tarde transcurrió mientras apuraba la soltura en tus  cabellos. El rostro salta de los labios a las rendijas de la lluvia, atando de deseos cómplices y vibrantes. La piel ahonda la ira y el martirio bajo la palma de las manos vacías. Tus dedos eclipsaban los míos en posturas variadas contra la vidriera. Nunca regresamos del concierto de fruición pecaminosa, derramada en el lecho final de los amantes.

13

El dolor de las cosas que ignoro nace en mí.

De regreso a Trieste dibujo un bisonte en tus labios.

No hay refugio en la ciudad donde huyen los amantes.

Plinio Chahín y José Mármol