“Los sentidos son y no son de este mundo. Por ellos la poesía traza un puente entre el ver y el creer. Por ese puente la imaginación cobra cuerpo y los cuerpos se vuelven imágenes”. (Octavio Paz: La llama doble, op. cit., p. 10). Las vertientes del sentido en el poema moderno son inmensas, comunicables y secretas. Las estancias parecen ser poblados, espacios marcados por un locus amoenus y otros loci commnunis que advertimos en la poesía de Baudelaire, Mallarmé, Valery, Nerval, Bloy y otros visionarios también modernos de occidente.

Si ciertamente la tradición es una herencia, lo es también el lenguaje, el mito, la ceremonia, el símbolo y la metáfora. Las contemplaciones de Victor Hugo y los cauces creados por el simbolismo previo a la ruptura provocada por los ismos y sus epígonos, deciden en muchos casos los caminos de una modernidad fundadora de lenguajes y miradas.

Los caminos de la poesía se orientan en un orden y en un contraorden, ambos marcados por la presencia, la ausencia o la renuncia. Así, el “punto cero” y la desnudez poética, invisible y conjetural del poeta español Ángel Valente se convierte en aspiración, cruce simbólico, sueño tutelar y visión consurgente.

Pero el poema moderno no deja de hablar, no deja de estremecer al lector cualquiera sea su travesía. Rilke le ha hablado a los dioses, a los ángeles y a los contradictorios límites humanos lanzados desde arriba hacia el abismo o los abismos ilocalizables donde el existente, el soñador y el poeta en vez de agarrarse o aferrarse a Dios, se aferran y se “agarran” de la poesía.

La rebelión moderna es un “cuerpo que se escapa” una tormenta propia del lenguaje cifrado por la voz, el numen, la huella y la visión que se abre al otro, a lo otro y sus huellas fantasmales. Así vemos como P. Celan, H. Michaux, E. Lee Master, Adonis, Juan Larrea, Lezama Lima, Andrés Sánchez Robayna, Pablo de Rochka, T. Arguezi, Urmuz, Marin Sorescu y Vasko Popa, entre muchos otros, conforman queriéndolo o sin quererlo, el mundo roto de los rebeldes, “diferentes”, “diferantes” y agonistas. El concepto de poesía reconocido como vuelo y mirar interno, evocará los temas, grietas, sentidos, lugares del, o, de los imaginarios que hoy territorializan las búsquedas, vocabularios poéticos que orientan las tramas y tejidos que marcan las travesía tardomodernas o  postmodernas.

En todo el occidente cristiano y en el oriente marcado por el eslavismo religioso, el poema ha participado como creación individual y ritual. La visión donde el erotismo, la transgresión o la devoción, motivan y convocan las imágenes estremecedoras y videntes, se pronuncia como esfera, voz paradoja de los principios.

Según Octavio Paz:

“La relación entre erotismo y poesía es tal que puede decirse, sin afectación, que el primero es una poética corporal y que la segunda es una erótica verbal. Ambos están constituidos por una oposición complementaria. El lenguaje-sonido que emite sentidos, trazo material que denota ideas incorpóreas- es capaz de dar nombre a lo que es más fugitivo y evanescente: la sensación; a su vez, el erotismo no es mera sexualidad animal: es ceremonia, representación. El erotismo es sexualidad transfigurada: metáfora”. (Op. cit., p. 10)

Toda la poesía que a partir del siglo XVII se ciñe a la figuración de la letra y el sentido absorbe símbolo y morada, cuerpo, invención, ascenso y descenso, eros y agapé, convulsión de lenguaje y legitimidad de sentido. La poesía es la forma en que la esperanza se acerca a los límites, a la subversión de un mundo que cada vez solicita caminos de revelación reencuentro. La metáfora, lo que supera como figura la mera comparación y el mero juego de los extremos transita en el poema y materializa toda búsqueda en, y, o donde el lenguaje como podemos observar en la obra de Nelly Sachs, Ingeborg Bachman, Crista Wolf, Marina Zvetaieiva, Ana Ajmatova, Ana Blandiana y otras que han integrado los límites y tactos del amor.

Desde que a comienzos del siglo XX el poema se convirtió en trayecto, fundamento y forma-sentido de mundo, la tradición que abrazó los cuerpos dionisíacos y apolínicos se hizo-deudora de eros y agapé. Revolución del cuerpo. Revolución del espíritu. Estallido que atravesó el siglo XX y arrancó las puertas que aún estaban cerradas muy a pesar de los ismos que fueron participándose poco a poco engendrando a su vez voces disidentes, emergentes y distintas.

Aparecen como sombras y caminos Dionisos y Apolo, Eros y Agapé, Eros y Thanatos, Eros y Ananké:

“El agente que mueve lo mismo al acto erótico que al poético es la imaginación. Es la potencia que transfigura al sexo en ceremonia y ritmo, al lenguaje como ritmo y metáfora. La imagen poética es abrazo de realidad opuesta y la sima es cópula de sonidos; la poesía erotiza al lenguaje y al mundo porque ella misma, en su modo de operación, es ya erotismo. Y del mismo modo: el erotismo es una metáfora de la sexualidad animal. ¿Qué dice esa metáfora? Como todas las metáforas, designa algo que está más allá de la realidad que la origina, algo nuevo y distinto de los términos que la componen”. (Ibídem. loc. cit.)

Los cercos y surcos del poema moderno y tardomoderno, crean su travesía y originan sus tensiones nucleares. Como en Ezra Pound (Los cantos pisanos), la modernidad se declara autónoma y siembra en terrenos de rebelión y visión experiencial. Paul Celan y R. Char, E. Jabés,  Salman Rushdie y  M. Blanchot, aspiran a las tensiones y a las diferencias abismales de la voz y el cuerpo, la letra y sus conjunciones. Whitman y Cummnings,  Borges, Valente, Paz, Bowles y muchos otros más convierten la poesía en fragmentos opacos y luminosos, en travesía donde la poeticidad se asume como tensión, encuentros y desencuentros. Toda gran poesía es y será universal. El más regional discurso poético tendrá como norte y horizonte la universalidad del lenguaje y de su mundo.

Así las cosas Las elegías romanas de Goethe, toda la línea de E. Heine y la poética del ocurrir-sentir visible en la andadura trágica y espiritual de Novalis, Hölderlin y Eminescu, encontrarán sus movimientos en la seducción de un logos del agua, la terrenalidad, el viaje y los elementos cosmosóficos. Apertura y clausura marcarán el golpe que derribará, a finales de siglo XX, las últimas torres de la doxa autoritaria del poema monumental.

Mientras vive de su tiempo y horizonte, el poema herético y erótico logrará sembrar raíces de lenguaje y figuras que erosionan la memoria.

Luego de que los poetas del 27 y de la década del 50 lograron fijar poéticas que orientaron algunos rumbos de la poesía de la lengua española en América y en la península ibérica, su lectura por parte de poetas franceses, italianos, alemanes, portugueses, latinoamericanos y caribeños, ha puntualizado, abierto y constituido nuevas cardinales de creación y reversión de lo imaginario y sobre todo de lo poético aural, sofiánico y auroral latente y potencializado en el lenguaje.

Otro tanto sucede con el desasosiego y la quebradura creada por Fernando Pessoa, Álvaro Cunqueiro, Haroldo de Campos, Lino Grünewald, Moacir Amancio, Ledo Ivo, y otros que en el ámbito de lengua portuguesa y brasileña, han dialogado con el discurso poético hispano-americano, produciendo en muchos casos junturas expresivas y deslindes poético-textuales alternativos.