En nuestra primera entrega comenzamos analizando el estigma fraguado sobre el merengue por las élites dominantes y la clase intelectual de inicios de la República. Nos parece importante concluir este tema antes de pasar a la bachata pues existen algunas puntuaciones que queremos terminar de exponer.
Otra campaña de descrédito en contra del merengue se realizó en 1875 a través del periódico El Orden y fue encabezada por Ulises Francisco Espaillat, considerado uno de los mejores presidentes que ha tenido la República Dominicana en toda su historia. Utilizando el seudónimo de María, Espaillat arremetió contra el merengue porque entendía que era uno de los grandes males que tenía la nación dominicana en esos momentos, debido a que estimulaba el baile, la bebida, la holgazanería y porque suplantaba a ritmos europeos como la plka, la mazurca y el vals.
Espaillat atacaba al merengue defendiendo también las “buenas costumbres”, la justificación de las clases dominantes para mantener el dominio y la marginación de lo popular. También afirmó que los grandes males de la sociedad dominicana eran: “el uso del machete, el andar descalzo, comer sancocho, jugar gallos, bailar el merengue y dejar para mañana lo que se puede hacer hoy. También opinó que el merengue debería desterrarse del país.
A nombre de la moral se intentaba imponer silencio a una clase explotada en exceso. Y lo curioso es que, dicha acusación de indecencia no provenía de la Iglesia, sino de los políticos. La vulgaridad y el desenfreno vendría después de esas mismas clases que lo condenaban y empezaron a usarlo para influir de una forma directa en la misma clase que lo había creado e impuesto.
Un elemento muy destacado del merengue es que sus letras demuestran la realidad de la sociedad dominicana y de su gente en cada momento.
Asimismo, el merengue ha sido el canal de expresión de muchas de las realidades que en todos los órdenes ha vivido la sociedad dominicana, siempre ha sido un reflejo de la realidad existencial del dominicano.
El otro género que surgiría de las clases populares sería y que logró imponerse a base de persistencia es la bachata. La bachata, al igual que el merengue, es un símbolo de la dominicanidad en el mundo. Desde antes de convertirse propiamente en un ritmo, se denominaba bachata a una reunión social de los sectores marginales donde se cantaba y bailaba, sobre todo boleros, guarachas y son, se tomaba mucho y se desfogaban los sentimientos y las pasiones humanas. En la etimología de la palabra bachata significa jolgorio, fiesta.
Su origen se ubica entre finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, arrinconada, subestimada, relegada a los campos, a los sectores rurales, a los patios, a las enramadas y los lugares de prostitución.
Ya para esta fecha el merengue había descollado en la sociedad formal y era aceptado por las élites gracias a que Trujillo lo asumió como estrategia política para llegarle con más facilidad a las clases empobrecidas que representaban el estrato social de donde venía y se disfrutaba a todo dar.
Sin embargo, la bachata, como el merengue en sus inicios, era identificada con la sociedad informal, con los de abajo, con la vulgaridad, con los burdeles, con las prostitutas y las bebentinas que nadie se atrevía a mostrarla con orgullo.
En 1955 Ramón Emilio Jiménez, connotado intelectual dominicano, arremete contra la bachata diciendo que era una forma burda de democracia, pecaminosa, que se desarrollaba en los suburbios sociales, que estimulaba las bajas pasiones y quebraba la tranquilidad nocturna de la barriada.
Con estas consideraciones empezó la descalificación de la bachata igual que como sucedió con el merengue, pero de esto seguiremos hablando en nuestra próxima entrega.
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