Es difícil que un país subdesarrollado, el poder se maneje con pulcritud, sin abusos, respetando la ley y haciéndola cumplir.
Es desde el poder donde nacen los vericuetos de las ligerezas corruptivas, del clientelismo, del desprecio por la gente, de la violación a las leyes y del chantaje político.
Son muy pocos los altos funcionarios que pueden superar esa tentación de hacer lo que siempre se ha hecho desde el poder y que indigna a la gente de todos los estratos sociales.
Peor aun cuando ese poder incluye una relación directa con el presidente de la Republica, donde las excentricidades y los superpoderes se vuelven una amenaza.
Recuerdo que el año 1978, y a pocos meses de las elecciones presidenciales ganada por Antonio Guzmán, Doña Emma Balaguer se candidateaba para sindico de la capital. Ella vio que un programa de venta de productos alimenticios que ejecutaba la Secretaria de Agricultura en los barrios pobres de la capital era un filón de oro para su campaña.
El programa se financiaba, en parte, con recursos de la AID de los Estados Unidos y se administraba a través de la subsecretaria de Planificación. Yo era en ese entonces subsecretario de Producción Agropecuaria.
Fue un periodo donde la agricultura jugaba un rol estelar en la economía y había técnicos excelentes, graduados mayormente en Universidades de Estados Unidos.
Nos negamos rotundamente a usar ese programa con fines políticos pero la presión desde muy arriba era difícil de soportar hasta para el ministro a cargo en ese entonces.
La decisión llegó firme y Doña Emma iba comenzar de inmediato a visitar los barrios pobres de la ciudad durante las actividades desarrolladas por el programa de venta de alimentos, haciendo como suya esa iniciativa.
Eso condujo a que dos viceministros, yo siendo uno de ellos, 5 directores de departamentos y otros técnicos altamente calificados, renunciaran de agricultura en febrero del 1978 y denunciaran el hecho que causó un revuelo político.
Se armó el lio del siglo y la prensa duró semanas hablando del caso.
Era una época dura, época de generales todopoderosos, que por menos que eso te llevaban al malecón para que aparecieras ahogado unos días después.
Yo sali de la capital y me refugie en Pimentel con mi familia, regresando solo para el combate. Fueron días difíciles, donde hacíamos ruedas de prensa y entrevistas en radio y televisión para defender nuestra posición.
El resultado condujo a que la Señora Balaguer se retractara de su intento perdiendo además la sindicatura.
Han pasado 40 años de ese acontecimiento y todavía se sigue haciendo lo mismo.
Los presidentes, usando dinero del erario publico que alimentan los contribuyentes, se gastan miles de millones de pesos todos los años preparando cajas navideñas impresas con su símbolo celestial que identificas al donante sin gastar un centavo de su bolsillo.
Los funcionarios en muchas instituciones y miembros del congreso hacen exactamente los mismo. El barrilito y el coralito de los diputados y senadores es lo más parecido a un robo publico institucionalizado y forma parte de ese entramado clientelar que conduce al enriquecimiento ilícito, al dispendio de recursos y al desprecio por la gente menos afortunada.
Esa gente, que necesita un empleo permanente y no una funda de comida o unos pesitos para alimentarse un día o darse una borrachera que disipe sus penas y sus penurias, son el objeto de una práctica malsana para comprar conciencia y que sigue viva en todo el quehacer público.
Ahora está de moda las mochilas impresas entregada a niños necesitados, con el nombre de la hermana del presidente, Doña Lucia Medina. Una indelicadeza que otros funcionarios que la critican también cometen, pero se hacen los chivos locos.
Aun las comprara con su dinero, la grandeza de esa donación estaba en hacerlo sin grabar su nombre, ni ese sublime mensaje de VAMOS POR MAS. Uno se pregunta ¿más de qué?
¿Hay leyes que regulan esa práctica? De sobra, pero en el subdesarrollo las leyes son un pedazo de papel, incluyendo la constitución, como bien dijo un presidente ya fallecido.