¿Se aprende la honestidad como aprendemos la lengua materna?
Una investigación realizada por psicólogos de la Universidad de Harvard en 2009 concluyó que: “Las personas honestas no tienen que hacer ningún esfuerzo para serlo, sino que les sale de manera natural. Ser honesto no depende de un esfuerzo de la voluntad sino más bien de estar predispuesto a la honestidad de una manera espontánea.” La persona honesta no es constantemente mortificada por fuertes tentaciones a las que debe resistir estoicamente. Sin embargo, el estudio no estableció si la predisposición a la honestidad es producto de la genética o de la formación de cada individuo que desarrolla ese reflejo instintivo ante la oportunidad de engañar. ¿Se aprende a no sentir la fuerte tentación que induce al engaño en provecho propio?; o ¿se nace con la suerte de no ser mortificado por los demonios de la concupiscencia?
Utilizando una compleja matriz de equipos de resonancia magnética y dispositivos de electrocución, un estudio del University College de Londres, publicado en 2017, reveló que “a nivel físico el cerebro encuentra la decencia mucho más satisfactoria que el engaño”. Para la mayoría de las personas, actuar con honestidad produce un bienestar gratificante que compensa el sacrificio material de prescindir del engaño para beneficio personal. Buena noticia, porque vivir en sociedad sería prácticamente imposible sin esa mayoría preponderante de personas esencialmente honestas. Incluso, la calidad de vida de una comunidad en gran medida depende de poder confiar en la honestidad de sus integrantes.
Prácticamente al mismo tiempo del hallazgo británico, un equipo de neurofisiólogos estadounidenses y suizos descubrió que “la corteza dorsolateral prefrontal del cerebro contiene un área especial que se activa en el momento en el que una persona decide actuar con honestidad”. Con una estimulación eléctrica en esta zona específica del cerebro, se pudo inducir en la mayoría de los participantes del experimento un significativo aumento en el porcentaje de respuestas honestas. ¿Podría esta técnica de estimulación cerebral eventualmente contribuir a la rehabilitación de los delincuentes, así como a la reducción del índice de corrupción en el mundo? La mala noticia es que la estimulación neuro-cerebral solo reforzó la honestidad en los participantes que previamente presentaban un conflicto ético en su mente, o sea, la predisposición a la honestidad; una minoría no reaccionaba al estímulo externo y seguía aumentando sus ganancias deshonestas sin perturbarse. En conclusión, no es fácil estimular neuro-fisiológicamente la honestidad en el cerebro de los individuos más propensos a la corrupción y la delincuencia, los más egoístas, después de haber hecho del engaño un hábito. Siempre es mejor prevenir que remediar.
En un reciente artículo titulado ¿Cuán honestos somos?, el profesor de bioética de la Universidad de Princeton, Peter Singer, comenta una fascinante investigación sobre la prevalencia de la honestidad y sus características en 17,000 participantes de 40 países:
Previsiblemente, la tasa de devolución tendió a ser mayor en los países más ricos. Suiza, Noruega, Países Bajos, Dinamarca y Suecia encabezaron la lista de devoluciones: más del 65% de los supuestos dueños de billeteras recibieron el aviso. Polonia y República Checa terminaron un poco más atrás, y por delante de países más ricos como Australia, Canadá y Estados Unidos.
Obsérvese que Polonia y la República Checa, al igual que todos los países más ricos que encabezaron la lista de honestidad, tienen un coeficiente de GINI inferior a 30, mientras que los respectivos coeficientes de Australia, Canadá y Estados Unidos superan a 30, este último país incluso exhibe un coeficiente superior a 40. En el otro extremo, menos personas (< 25%) en Marruecos y Perú evidenciaron un comportamiento correcto al notificar a sus dueños del hallazgo de las billeteras, a pesar de ser estos países entre los que se destacan por su presunta religiosidad. Sus respectivos coeficientes de GINI son superiores a 40. El peor resultado en el experimento de las billeteras fue el de China, país con un coeficiente de GINI cercano a 50, y muy similar al coeficiente de GINI de República Dominicana, pero no debemos extrapolar sobre la honestidad en nuestro país por los resultados de Perú y China.
La investigación comentada por el profesor Singer sugiere que la educación, el nivel y la equidad de los ingresos, la red de seguridad social y el gobierno de la ley inciden más que la genética y las creencias religiosas (definidas por la autopercepción de los encuestados) en el fomento de la honestidad en la sociedad. El aumento de la honestidad y el desarrollo económico e institucional equilibrado son almas gemelas que se apoyan una a la otra.
Entonces, mientras impulsamos la mejor distribución de las oportunidades y los ingresos para coadyuvar en el empeño de elevar nuestro nivel de honestidad, las preguntas pertinentes son:
¿Cómo predisponemos o estimulamos a las personas a ser honestas?
¿Qué hay que hacer en la formación temprana de los niños para que no sientan la tentación de corromperse en provecho personal, para no sentir la fuerte tentación de engañar en cada oportunidad?
¿A sabiendas de que muchos niños se crían en familias no funcionales, debemos seguir dejando el aprendizaje de la honestidad exclusivamente relegado al ámbito de las familias?