No hay  una sola persona libre del temor. Se trata de un instinto común a todos los seres humanos.

Se afirma que es una emoción incómoda y causante hasta de dolor.

Este aparece ante diversas situaciones de la vida. Hay quienes lo sienten al tener que entrevistarse o hablar con alguien, al esperar los resultados de un médico, un viaje, una presentación en público o ante cualquier eventualidad indefinida.

Pero el temor se manifiesta en diversos grados. Puede llegar al punto de convertirse en un pánico incontrolable.

Dios colocó este sentimiento en la naturaleza con el fin de preparar a las criaturas para que tomen medidas o precaución ante los elementos que amenazan la integridad de la existencia.

El problema es que este suele dispararse en circunstancias donde no hace falta su presencia. De ahí la necesidad de estar consciente de esta realidad para no convertirse en una víctima de sus manifestaciones repentinas.

Los grandes guías espirituales sostienen que el temor no es más que una reacción del ego ante la creencia de que está ante la posibilidad de llegar a la aniquilación, a la muerte.

Desde esa base el ego desata una batalla exagerada de forma paranoica.

Presiente en todo momento que la muerte está al doblar de la esquina, en cada acto de la vida.

Tolle dice que esto es tan fuerte que hasta la simple impresión de llegar a no tener la razón en una simple discusión puede ser elevado a la categoría de posiblemente perder la vida en una guerra con armas verdaderas.

Este sentimiento es lo que genera una gran descarga de violencia en lo que debería ser un intercambio de ideas.

La clave, entonces, contra el miedo es no temer a la muerte.