Generalmente gastan más. Y a veces mucho más. Todo ello sin ninguna ley que los obligue. Sólo por convicción. De todas las funciones públicas, la educación es la principal. Demasiado importante para pensar que un 4% del producto es suficiente. Y en República Dominicana sólo eso se está pidiendo, porque está en una ley.
De 22 países de América Latina y el Caribe, apenas seis destinaron en 2008 menos del 4% a este fin. Pero de los otros quince, la mayoría se ubica en porcentajes más altos, de hasta seis y siete por ciento, siendo Cuba un caso excepcional, con más de 15%. Aunque hay que aclarar que en Cuba todo el gasto educativo es público, mientras que en los demás países este suele ser complementado por gasto privado, de las familias y las empresas.
El promedio regional de gasto público en el 2008 fue de 5.3%, promedio (simple) afectado por algunos países que destinan muy poco, incluyendo a la República Dominicana, que en todos los rankings aparece en el último lugar, con apenas algo más de un 2%.
Patrones similares se dan en los demás continentes y regiones del mundo. Si se incluye la suma de lo gastado por el sector público y el privado, normalmente los países destinan a la educación aproximadamente un 9% de sus ingresos brutos, aunque con muchas diferencias entre ellos.
La sociedad dominicana nunca ha asimilado adecuadamente el valor de la educación. Y digo la sociedad, no solo los gobiernos, porque hasta los hogares de clase media pagan a regañadientes las tarifas de los colegios y universidades, aunque sus hijos asistan en lujosos vehículos. Pero volvamos al gasto público. Durante el largo reinado de Balaguer, el gobierno ahorraba la mitad del presupuesto para destinarlo a las construcciones que le gustaban, pero decía que el dinero no alcanzaba para educación. Y ahora, cuando el gobierno gasta masivamente recursos en cosas que en cualquier otra sociedad serían de dudosa prioridad, igualmente dice que no hay dinero para la educación.
Hace aproximadamente medio siglo, cuando el país salía de la dictadura, destinaba alrededor del 3% del producto a la educación, y con ello cubría a no más de la mitad de los niños en edad de primaria, menos del 10% de los de secundaria y apenas el 1% de la población en edad universitaria. Una proporción cercana al 50% de la población adulta era analfabeta, y sólo el 17% superaba el cuarto curso de primaria.
Se entendía que si el país quería ampliar la cobertura, tendría que destinar más recursos a la educación. Y si además de ampliar la cobertura, quería mejorar la calidad, entonces tendría que dedicar mucho más.
Medio siglo después, se ha ampliado drásticamente la cobertura, casi universalizándola para el nivel primario y alcanzando porciones importantes para el secundario y el universitario. Y todo ello bajando la porción del PIB destinada a la educación.
¿Cómo se explica que con menos recursos se lograran tan grandes progresos cuantitativos? Es evidente que el país decidió sacrificar calidad por cantidad. Y ahora, gastando cerca de 300 dólares al año por alumno en educación primaria, pretende competir con países que destinan entre cinco y diez mil dólares. O que el futuro del país estará en manos de licenciados formados a un costo de dos mil dólares para competir con otros cuya formación universitaria ha costado sobre US$40 mil.
Conociendo la poca disposición oficial a financiar la educación, cuando se discutía la vigente ley de educación, se acordó poner un 4%, como una aspiración modesta, pero no porque eso era lo que se necesitaba. Y tras 14 años apenas estamos en la mitad de esta modesta expectativa. Y con ello tenemos los resultados educativos más pobres, una vergüenza en el mundo.
Todo parece indicar que el consenso surgido en la sociedad dominicana a raíz del colapso del sistema educativo, incluyó simplemente algunas élites bien educadas, del cual quedaron fuera las élites políticas y la inmensa masa del pueblo que está demasiado ocupada en la lucha por la supervivencia para ocuparse de estos asuntos. Afortunadamente, el movimiento de las sombrillas amarillas augura cierta esperanza.