Desde siempre ser pobres ha consistido en no tener lo suficiente para vivir con dignidad, cubrir las necesidades personales y familiares y verse uno en la condición de subsistencia bajo mínimos.
Eso ha sido así desde que los recursos humanos, más que ser escasos, que no lo son, han estado mal repartidos, que si lo están. Es decir, desde el principio, desde que Caín acabó con su hermano Abel. Es la eterna historia de la desigualdad y del reparto desproporcional.
Y, como a todo uno se acostumbra y, a fuerza de repetir y repetir aprendemos la lección, ser pobres y vivir en precariedad acaba siendo el pan nuestro de cada día.
Sólo que este pan viene cargado de frustración. Hoy es más difícil que antes ser pobres y vivir en pobreza. En este mundo global, en el que los sueños navegan sin visado y se cuelan en los tuétanos de toda la gente, no importa de qué recóndito lugar perdido del mundo sea, el listado de necesidades necesarias, permítanme que lo expresa con redundancia, aumenta cada día en tanto las posibilidades de satisfacerlas siguen estáticas, en el mejor de los casos, cuando no empeoran.
Y esto lo que genera es desencanto y frustración. La frustración es como el IVA de la pobreza, la hace más severa aún.
La contraportada de los sueños imposibles es la conformidad y el bastarnos con poco. Creo que era Facundo Cabral quien cantaba la pobreza patrón, que pensaba que el pobre era él. "Qué me importa ganar cien si solo sé contar hasta diez" acaba diciendo.
Me vienen a la mente estas reflexiones desde ayer en la tarde cuando un joven, me dijo que era pensionado de la policía, me pidió una oración especial para que se le diera el sueño de poder viajar a Chile donde quería para buscarse la vida porque aquí con su motor no conchaba lo suficiente. El pasaje cuesta 60 mil y su pensión de policía no le da para reunirlos. Su mamá, que trabaja en una casa de familia, para ayudarle a alcanzar este sueño tendrá que pedir un préstamo, que no es fácil que se lo concedan. Lo de Chile parece cada vez más lejos de ser posible.
Y me recordé también de aquella canción que en uno de sus párrafos dice: "desahuciado está el que tiene que marcharse a vivir una cultura diferente". Los dominicanos saben lo que es hacer maletas, poner agua de por medio, dar besos de despedida y adentrarse en un mundo extraño y feroz en el que puede que se reduzcan nuestras precariedades, pero que difícilmente nos da la felicidad.
No sé si al joven pensionado de la policía se le dará el sueño. Y tampoco estoy seguro de que sea un sueño bueno. Yo, en todo caso, y como le prometí, pedí a Dios que le echara una mano.