Seamos realistas, siempre existirá la pobreza. Por más esfuerzo que realice un gobierno, el “sistema” socio-económico moderno depende en un balance entre clases sociales; la ausencia de una de ellas desencajaría el “sistema”. Es natural que exista la pobreza, vista simplemente desde la óptica socio-económica. Criticar eso sería un punto muerto. Lo que me mueve a la queja, por las deficiencias en las políticas adoptadas por el Estado dominicano, es el esfuerzo realizado desde el poder para fomentar la pobreza subvencionada.

Miren el caso de la famosa Tarjeta Solidaridad. Lo que recibe el beneficiario no es más que una limosna para evitar morirse de hambre. El gobierno se encarga de mantenerlos vivos…y sonsos, con las migajas que reciben. La tarjeta se utiliza para comprar conciencias y voluntades, basado en un sistema clientelista, ávido de sacar provecho político. Esto desvirtúa cualquier mérito que pueda tener dicho programa.

Con el ejemplo de la Tarjeta Solidaridad, podemos ver como la política social del Estado es cuestión de votos y manipulación. Y no es que esté en desacuerdo en programas de tipo social, pero la Tarjeta Solidaridad ha sido utilizada como un vehículo político, preñada de marañas desde su concepción. ¿Acaso no sería apropiado ayudar económicamente a una familia con un límite establecido para dicho beneficio, mientras se le provee al beneficiario los conocimientos necesarios en pos de ganarse el pan de cada día con el sudor de su frente? Con una concertación entre el Ministerio de Trabajo, la sociedad civil y el empresariado, resultaría relativamente sencillo concretizar un programa social que no acostumbre al ciudadano a vivir del Estado, impulsándole a aprender un oficio para mantenerse dignamente.

Pero ese programa resultaría nefasto para los manipuladores del poder – de todos los colores y sabores – que sólo mantienen al pobre pensando de dónde sacarán el plato de comida de mañana. Así el “infeliz” no tendrá tiempo para ahondar criterios, hacer conciencia y prohijar un cambio político-social. Lo mismo puedo decir de los programas Bonoluz y Bonogas, mismos que han sido parcialmente politizados, beneficiando a personas que ni siquiera califican para recibirlos.

Basta con ver lo que pasa en países desarrollados como Estados Unidos, para entender que “lo regalao” no funciona. Los programas sociales de asistencia económica, vivienda y alimentos de Estados Unidos han sido abusados por un sector de la ciudadanía, acostumbrándose a ser mantenidos, y no a progresar en base a la educación y el trabajo. Así pues, tienes personas con 3 y 4 hijos, sin ni siquiera haberse graduado de bachiller, subsistiendo a través de los programas que el gobierno norteamericano ofrece. El resultado ha sido nefasto: un sistema social cercano a la bancarrota, totalmente carente de los incentivos pragmáticos para garantizarle el pan al ciudadano mediante el sudor de su frente.

Como me decía el viejo Valdivieso: “Dale a un hombre un pescado y comerá un día; enseñale a pescar y comerá toda la vida” .

¿O acaso me equivoco?