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Tejida la urdimbre, como se planteó en el artículo anterior, se asumió el criterio de que el hecho de haber sido alcalde o regidor, daba la categoría de “especialista” en PP a cualquiera. Así sucedió con gente sin la más mínima idea de los métodos de trabajo del PP y mucho menos de los procesos participativos de cualquier índole. Pasaron, de la noche a la mañana, a convertirse en técnico-expertos en planificación, en PP y gestión exitosa de gobierno municipal.
Completada la estructura manipuladora del proceso, con empleados en todo el territorio nacional, se procede a la creación de premios como incentivo a quienes mostraran mayor “capacidad de entrega” al avance del PP en el país. Así que Santiago de los Caballeros, ni tonto ni perezoso, anunció la transferencia de decenas de millones de pesos para el PP, anuncio que le aseguró el primer puesto en la puja. Sin embargo, si el anuncio se cumplía o no, no revestía la más mínima importancia. La proeza era el anuncio en sí.
Cambiando el nombre de PMP, por el de PP como auto receta brasileña –que no la metodología– se pretendió borrar la experiencia del pueblo de Villa González, –digo el pueblo, no el Ayuntamiento–. Con esta idea idílica se inicia el proceso de obligar a todos los ayuntamientos del país a asumir la metodología alemana, a sabiendas de que esta no respondía al contexto socio-político de nuestras comunidades y, por tanto, era imposible cumplir con la misma.
A su pesar, se aprobó la Ley 170-07 de Presupuesto Participativo y casi inmediatamente se votó la 176-07 De Los Municipios y el Distrito Nacional. Con la aprobación y promulgación de estas leyes aconteció un hecho de antología en la historia legislativa dominicana, ¿Cuál? Veamos.
Al ser la 176-07 aprobada y promulgada después de la 170-07, ésta debió ser derogada, en el entendido de que la 176-07 incluye la 170-07. Al no suceder así tenemos que dos leyes que versan exactamente sobre lo mismo y de igual manera son ignoradas olímpicamente, las dos.
Verde como la hoja del tabaco, recordando al poeta cubano Nicolás Guillen, se impuso “el dólar y el dolor”, un dólar transformado en euro, moneda hija de la conquista y colonización rapaz de nuestros pueblos.
En la metodología “participativa” impuesta, primó el acuerdo entre los “expertos” y los respectivos alcaldes, dejando de lado el liderazgo comunitario y los propios regidores. De ese modo se hizo del PP una acción meramente administrativa, en tanto que los “intelectuales” de la sociedad civil calificaban la experiencia de Villa González como una simple administración de la pobreza.
Yo pregunto, ¿tienen los ayuntamientos dominicanos algo más que pobreza para administrar? ¿Es posible sustraerse a la promesa de cuarenta millones de euros mientras se está arropado por la miseria presupuestal? ¿Trae PASCAL los cuarenta millones de euros? Creo que no.
Esta historia viene a cuento a raíz de la aseveración del escritor dominicano Andrés L. Mateo cuando dice que “El Poder no vacila en instrumentalizar la cultura, al mismo tiempo que la proclama como una esencia inmaterial” (Danilo Medina y la cultura – http://acento.com.do/2015/opinion/8234138-danilo-medina-y-la-cultura/). Justamente lo que ha sucedido con el Presupuesto Municipal Participativo. El juicio de la historia es implacable. Más temprano que tarde deja ver la verdad y evidencia las tramas del oportunismo.
Minimizar el rol de las comunidades y los propios regidores en el proceso de negociación, marcó la caída estrepitosa del PP. Porque hacer PMP implica arribar a acuerdos entre las autoridades municipales (todas), los representantes del gobierno central en el municipio, el liderazgo comunitario y, los técnicos de la sociedad civil, estos últimos como acompañantes. El respeto a esta dinámica es lo que, a pesar de estar en crisis, mantiene la de Villa González como una experiencia emblemática, como un ejemplo a seguir.
¡Ahí, en la miel aceitosa del tabaco que se impregna en la ropa del labriego como mancha indeleble, está la esencia del PMP en República Dominicana! Para encontrar sus intríngulis, solo tenemos que olfatear su aroma suave y penetrante que se expande al rigor del calor del sol, acompañado por el murmullo de las puntas de las canas que tejen los ranchos.