Amram Mitzna es una buena persona. Es modesto e irradia credibilidad. Le recuerda a uno al ya fallecido Lova Eliav, el secretario general del Partido Laborista, que abandonó el partido disgustado. Al igual que Eliav, tiene un montón de realizaciones concretas en su haber ‒Eliav construyó los pueblos de Lakhish, en la zona centro-sur de Israel, y Mitzna se ofreció como voluntario para administrar la remota población de Yerucham, en el desierto de Negev.

"Buji" Hertzog es también un buen tipo. Es descendiente de una verdadera familia de la aristocracia judía, en el sentido positivo de la palabra; su abuelo fue un rabino principal y   su padre presidente de Israel. Es una persona cuyos hechos como ministro de Bienestar Social hablan por sí mismos ‒a pesar de que tiene una mala costumbre de correr, después de cada acción, para contarle a sus amigos (de América), tal como han  revelan los documentos de Wikileak. (Esta es una alusión a un chiste israelí clásico: "¿Por qué los israelíes acaban tan rápidamente? Porque no pueden esperar para correr y contárselo a sus amigos"). 

Amir Peretz es un personaje interesante. Su historia personal como inmigrante de Marruecos es impresionante. Cometió el error de su vida cuando pidió el cargo de Ministro de Defensa e hizo un lío con eso ‒pero la gente puede aprender de sus errores.

Shelly Yacimovich es una mujer enérgica, una feminista convencida. La miseria social de los desposeídos y los oprimidos le "arde en los huesos", como decimos en hebreo. Ella cree que es posible hacer que un partido se dedique exclusivamente a estas cuestiones, olvidando por el momento ser impopular y otras problemáticas, como la paz. Eso es un error: aunque se huya del problema palestino, el problema palestino te perseguirá. Pero ella va a aprender.

Todos estos son candidatos al liderazgo del Partido Laborista. Cualquiera de ellos pudiera detener su deterioro y retener los votos que lograron en las últimas elecciones, y talvez ‒talvez, incluso, añadir dos o tres escaños.

Entonces, ¿qué? 

LO PENOSO ES que esto no cambiaría casi nada. El poder quedaría en manos de la derecha. El equilibrio entre los bloques, derecha e izquierda, no sería nada diferente.

Aquellos que alguna vez pusieron su fe en el ascenso de Kadima ya han aprendido que Kadima no es un partido de izquierda, ni siquiera un partido de centro ‒a menos que el centro se haya desplazado hacia la derecha. Kadima es el Likud B, pura y simplemente, dirigido por una mujer que creció en un hogar del Likud y carece, por lo que parece, de  instinto político. Su partido incluye, además de "ceros parlamentarios", varios racistas cuyo verdadero lugar está entre el Likud y Lieberman, y algunos fugitivos del Trabajo, cuyo verdadero lugar no está en ninguna parte.

El Partido Laborista se puede rehabilitar. Algunas partidos se parecen al Ave Fénix y pueden regresar de la tumba. Pero el Laborista es un viejo pájaro desplumado. Durante la mayor parte de su larga vida fue el partido en el poder, y nunca se ha recuperado de eso. Incluso en la oposición se comporta y habla como un partido de gobierno al cual el gobierno le ha sido robado. No tiene fuerzas para renovarse, rebelarse, y luchar. Fue y sigue siendo una federación de funcionarios profesionales. Un partido como ese no hace revoluciones.

Bajo la dirección de cualquiera de estos candidatos, no logrará llenar el vacío enorme en el sistema político israelí. No va a inspirar la Plaza Tahrir israelí. No va a iniciar la revolución, sin la cual Israel seguirá la marcha a paso cerrado hacia el abismo. 

LAS PERSONAS que se reunieron en la Plaza Tahrir no eran los restos de los viejos partidos. Claro, ellos estaban allí también ‒los wafdistas, los últimos de los nasseristas, los comunistas y los Hermanos Musulmanes. Pero estos no aportaron el ardor, no encendieron la llama que es iluminando el cielo que cubre todo el mundo árabe.

En la plaza, fuerzas completamente nuevas surgieron de la nada. Hasta hoy carece de nombre, excepto la fecha del suceso inicial: el 25 de enero. Pero todo el mundo sabe de dónde vienen y cómo se ven. A falta de una etiqueta mejor, se les llama la "Generación Joven". Son un conjunto de esperanzas y aspiraciones de tocar todas las esferas de la vida. Son la voluntad para crear "otro Egipto", totalmente diferente del Egipto de apenas ayer. 

NO HAY, por supuesto, casi ninguna similitud entre Egipto e Israel. El levantamiento de Egipto nos puede servir, a lo sumo, como una metáfora, un símbolo. Pero el principio es el mismo: el anhelo de "otro Israel ", de la Segunda República de Israel.

La creación de un nuevo movimiento político es un acto de creación. No hay una receta para ello, como, digamos:  "Tome 2 judíos orientales, 1 de Rusia, la mitad de un rabino, revuelva bien …". Eso no funciona de esa manera. Tampoco algo como: "Tome los restos del Partido Laborista, agregue una cucharada de Meretz, mezcle con la mitad de un vaso de Kadima …". Así no funciona.

Un nuevo movimiento, del tipo que se necesita, tiene que salir de la nada. De la visión y la determinación de un grupo de jóvenes líderes con una nueva visión del mundo que se adapte a las necesidades del futuro de Israel. Un grupo que piense de un modo nuevo, que vea las cosas bajo una nueva luz, que hable un idioma nuevo. 

Esto se da un a vez en una generación, si acaso. Pero cuando se produce, es visible desde muy lejos. 

AHORA EXISTE al menos media docena de grupos en Israel que están planeando esa revolución. Tal vez, una de ellas tendrá éxito. Tal vez no, y la chispa no prenderá engancha hasta una fecha posterior. Como el joven rabino judío de Nazaret dijo: "Por sus frutos los conoceréis."

Para que algún grupo logre este milagro, me parece que varias cosas son absolutamente necesarias:

La nueva visión del mundo debe abarcar todas las esferas de la vida pública. Bienestar sin paz no tiene sentido; sin un cambio fundamental de valores la paz no se logrará; los ideales inmortales de libertad, justicia, igualdad y democracia deben aplicarse a todo el mundo, en todas las esferas de la vida. 

Muchos de los "pragmáticos" afirman que es todo lo contrario. No quiera mezclar las cosas. Si se habla de paz, los defensores del bienestar se irán. Si se defienden los derechos de las minorías, dígale adiós a la gente de la mayoría. Esto es cierto si se piensa en las próximas elecciones, pero no si se piensa en las próximas generaciones.

Cualquier persona que se proponga ganar la mayoría de los escaños en las próximas elecciones no hará historia. Los corredores punteros no traerán la medalla que necesitamos. Esto exige corredores de maratón. (Menajem Begin, como se recorá, perdió nueve elecciones antes de lograr el gran cambio de 1977. ¿Qué lograron Yigael Yadin o Tommy Lapid con sus pequeños triunfos efímeros?)

Un movimiento que aparece de la nada, un movimiento que lleva el futuro en su seno, no puede hablar en el lenguaje de ayer. Debe traer consigo un nuevo lenguaje ‒una nueva terminología, consignas nuevas‒. Este lenguaje no nace en una agencia de relaciones públicas. Los que copian el lenguaje de sus predecesores están condenados a continuar en el camino de sus predecesores 

El nuevo lenguaje tiene que tocar las mentes, y lo más importante, los corazones de todos los ciudadanos. Otro nuevo partido Ashkenazi no es suficiente. El nuevo movimiento debe tocar el fondo del alma de judíos y árabes, de orientales y "rusos", de seculares y religiosos (al menos, algunos de ellos); de los veteranos y de los recién llegados; de los bien establecidos y de los pobres. Cualquier persona que se de por vencida de antemano en cualquiera de estas comunidades está cortejando el fracaso.

MUCHOS PERSONAS inteligentes y con experiencia sonreirán condescendientemente. Eso es una utopía, dirán. Sueños bonitos. Eso no va a ocurrir. No hay personas así, no existen tales visiones; no hay fuego en los huesos. En el mejor de los casos, hay gente buena con un ojo en un escaño en el próximo Knesset (parlamento).

Puede que tengan razón. Pero esta misma gente hubiera sonreído si alguien les hubiera dicho hace unos cinco años que los votantes estadounidenses elegirán un presidente afroamericano cuyo segundo nombre es Hussein. Eso habría sonado totalmente absurdo. ¡Un presidente negro? ¿Elegido por los votantes blancos? ¡En EE.UU.? 

Esas mismas personas habrían estallado en carcajadas si alguien les hubiera dicho, hace apenas un año, que un millón de egipcios se reunían en la plaza central de El Cairo y cambiarían la cara de su país. ¿Qué? ¿Los egipcios? ¿Esa gente perezosa y pasiva? ¿Un país que en todas sus 6, 000 años de historia no ha hecho ni media docena de revoluciones? ¡Qué ridículez!

Pues, hay sorpresas en la historia. A veces, cuando surge la necesidad, los pueblos pueden sorprenderse a sí mismos. Y eso puede suceder aquí. Si se produce, no nos sorprenderá a los que creemos en nuestra gente.

Es cierto, la Plaza Rabin no es la Plaza Tahrir. Pero esta tampoco era lo que es hoy.