En estos momentos que se pide la cabeza de los especuladores, la mejor forma de aplacar esa sed de sangre, figurativa o literal, es presentar los argumentos que justifican promover una plaza que les rinda tributo en Juan Dolio.  Este vibrante destino turístico es una de las tantas historias exitosas donde su contribución ha sido esencial y, como es costumbre, anónima por la equivocada idea que su lucro descansa en la ruina causó a otros.

Juan Dolio dejó de ser un pueblo fantasma porque es falso que la especulación sea un juego de suma cero. En ese pueblo las transacciones bilaterales de un especulador con dueños de casas y solares se dieron en dos momentos distintos y con contrapartes distintas. En las dos fechas, las negociaciones fueron favorables para ambos participantes: la firma del contrato es prueba irrefragable que cada uno está adquiriendo un bien superior en su escala de preferencias. Uno valora más los fajos de billetes que recibe que el título del solar está entregando; su contraparte se desprende de dinero con capacidad de comprar cosas que valora menos que el solar acaba de adquirir.

Esta entrega es un intento de convencer a Raymundo Ortiz (Rafa PC), el alcalde que resultó electo para tomar posesión en unas semanas, para que junto a dueños de hoteles, negocios, trabajadores y propietarios de casas, apartamentos o solares para promover la construcción de una plaza reconozca los aportes del especulador a Juan Dolio.

Juan Dolio

En 1998 recuerdo que lucía como un pueblo fantasma.  Muchas casas en ruina y pocos solares que veían mocha para cortar yerba con frecuencia mayor a una vez cada seis meses. Resucitarlo fue posible porque, por fortuna, no existía esa regla absurda de socializar ganancias y privatizar pérdidas algunos proponen se debe aplicar a quien compra “barato” para vender cuando el precio esté “caro”.  Debido a la certeza jurídica de libertad de transar en cualquier momento a precios mutuamente convenidos, casas y solares empezaron a cambiar de propietarios ese año. Los títulos pasaron a la propiedad de personas que compraron para invertir en casa de playa cuando mejorara el entorno de la zona o con la intención de vender con ganancia a los precios mayores apostaba traería un desarrollo inmobiliario.

Les fue bien en su pronóstico y hoy cuentan con satisfacción aquel día se decidieron “a ver más allá de la curva” o imaginarse con los ojos cerrados “subirse hasta los cocos de la palma” lo que sería ese pueblo costero en unos años.  Vigilar desde el tope de la palma de coco es más cercano a lo de “subirse al Atalaya, a la torre frente a la costa, chequear si en el horizonte vienen o no los piratas y tomar acciones”.  Esa es la forma como el Profesor Jesús Huerta de Soto describe aquel individuo que decide asumir la incertidumbre de actuar hoy para ver resultados en el futuro.

En cualquiera de los destinos motivaron a comprar un inmueble en Juan Dolio en 1998 (asegurar el precio de la casa de playa propia que se piensa disfrutar en el retiro o comprar con fines de revender con lucro), el resultado final pudo haber sido un fiasco. Así como pensaba disfrutar privadamente las ganancias de su inversión, también sabía que tendría que asumir las pérdidas.  Si los fantasmas terminaban como vencedores, vería disminuir su patrimonio y podría perder un poco la sanidad mental ha visto en esos amigos que aceptan invitación con esta advertencia: “voy si la cena y los tragos no se brindan en vajilla de lujo porque no renuncio a poner a comer vidrio al que me hable de los fuñíos solares de la playa.”

Privatizar ganancias y pérdidas de acciones que tomamos en base a un futuro incierto es la única forma posible en una sociedad donde se pretenda vivir como individuos libres y generar riqueza y progreso.  Juan Dolio fuera hoy la misma ruina era en 1998 si esa no hubiese sido la regla. Fueron especuladores que tenían la seguridad jurídica de ser quienes recibirían los beneficios y asumirían las pérdidas de sus decisiones, los que empezaron a dinamizar poco a poco el mercado inmobiliario. 

Los especuladores llegaron como una bendición al que estaba vendiendo porque la oferta que hicieron por casas y solares fueron mayores a todas las que habían recibido los propietarios hasta ese momento.  Beneficia directamente al vendedor y mejora las posibilidades de renacimiento de la zona porque ahora están en su poder tierras que estarán disponibles si se despierta interés inmobiliario en la zona. Transacciones con ellos fueron mucho más ágiles que el escenario donde los solares se usaron para una actividad económica menos compatible con el turismo (por ejemplo, un proyecto de viviendas de bajo costo para obreros de zona franca cercana).

Otro crédito que merecen los especuladores es que sus compras fueron atrayendo más interés de inversionistas y el dinamismo fue revalorizando las propiedades de aquellos que rechazaron sus ofertas, decidieron esperar y hoy tienen que estarle agradecidos.  Estos que se aferraron a su propiedad sin intención de vender también han actuado de manera especulativa. Ellos también, como explica Huerta de Soto, “se subieron a una torre o atalaya para mirar que venía en el horizonte”, a lo lejos percibieron siluetas de turistas y decidieron esperarlos.

Para el economista español, especular viene del latín speculari que hace referencia al valioso oficio de subir a una torre en las costas de España para ver si en el horizonte vienen piratas a matar, robar y llevarse esclavos.  El uso que se le da en transacciones comerciales como ven tiene un origen digno, pero es una de las tantas víctimas ha cobrado la mala economía que enseñan los enemigos jurados de las libertades individuales y los mercados libres. En estos días es común verlos lanzar su veneno pidiendo sangre y fuego contra los especuladores, un odio y violencia incomprensible para algo que Huerta de Soto define con sencillez como “una función empresarial ejercida entre distintos momentos del tiempo del actor”

Los especuladores merecen una plaza en su homenaje, no el cadalso promueve el odio colectivista.