Hola, regreso con mi columna sobre plantas, pueblos y lugares en el Caribe. Tomé un descanso sabático mientras me ocupaba de otros proyectos.
Mi inspiración inicial para estas columnas son las canna flaccida (bandana de los Everglades), las plantas de mostazas silvestres, las de naranja agria, las diferentes palmeras, y las plantas de anamú que crecen en los pantanales y praderas de la Florida. Me motivan también las historias personales y las conexiones transnacionales que estas plantas revelan. En esta secuencia fluctuante de la vida de las plantas en las sabanas de la Florida está grabada la historia humana de luchas, gozos, integridad y cambio.
Desde muy temprana edad, me fascinaron la antropología y la arqueología. Esto comenzó con un viaje al parque de Mesa Verde en el estado de Colorado cuando solo tenía diez años de edad. Mientras caminaba entrando a una cueva gigantesca donde los pueblos indígenas habían vivido hace siglos, me imaginaba a mí misma como una niña que subía una escalera de madera entrando a una vivienda de adobe que era mi hogar, en una comunidad de habitaciones en el acantilado, muy alto en la meseta del desierto.
De manera similar, cuando mi esposo Roberto Guzmán y yo compramos una casa de troncos de madera en las praderas del centro de la Florida, sentí como si hubiera retrocedido en la historia. Entramos en un nuevo y desconocido entorno, que estuvo antes bajo el agua de un mar interno y más tarde poblado por antiguos pueblos aborígenes, por los crackers (criollos blancos), los cazadores cubanos de ganado y los indios seminolas. Parecía más bien un terreno estéril que fluctuaba entre mojado y seco, caluroso y frío. Tenía yo la sensación de ser una “extranjera en tierra extraña” (Éxodo 2:22).
Por lo tanto, no es sorprendente si esta columna se enfoca en las plantas comunes que han intervenido en las vidas de tantas personas que han luchado para sobrevivir en la Florida, la República Dominicana, Jamaica o en otras partes en el Nuevo Mundo
Durante largo tiempo he estado deseosa de información acerca de pueblos diferentes al mío. La arqueología fue mi primer amor; sin embargo, no me atrajeron las reliquias glamorosas ni la arquitectura de sitios tales como Roma, Grecia o Egipto. En lugar de eso, fui fascinada por lo mundano y lo que es común. Durante un viaje a Éfeso en Turquía, por ejemplo, ignoré todo lo concerniente al pretendido hogar de la Virgen María. En vez de eso, me cautivaron las aguas calentadas por el sistema central de la ciudad y los espaciosos retretes públicos.
En mis años en la universidad en varias excavaciones en el sudeste de los Estados Unidos, me encantó encontrar pequeños objetos fabricados por gente común, como una azuela gastada, algunos pedazos de alfarería, una pequeña mano de metate usada para moler el maíz. Continué mis estudios de antropología en el nivel de licenciatura en la Columbia University, donde mi profesor de antropología me introdujo en los principios de la agricultura andina, tal y como se lo indicaban los restos de plantas que él había encontrado en una antigua cueva localizada en Colombia. Luego terminé mi doctorado en la Universidad Internacional de la Florida con especialidad en etnicidad americana.
Un verano, hace años ya, trabajé en una excavación en Nuevo México junto con un joven etnobotánico de Harvard. En ese sitio parecido a un antiguo cañón, al norte de Alburquerque, que consistía solo en arena, tierra compactada, malezas de chamizas y escasos árboles; en mi opinión no había mucho que satisficiera a un botánico. No obstante, al final de nuestro primer día de campo, mi amigo regresó radiante y exclamó: “¡Este terreno está lleno de vida!”. Su emoción acerca de las plantas que rodeaban la vida humana dirigió mi interés hacia la etnobotánica en las Américas.
Por lo tanto, no es sorprendente si esta columna se enfoca en las plantas comunes que han intervenido en las vidas de tantas personas que han luchado para sobrevivir en la Florida, la República Dominicana, Jamaica o en otras partes en el Nuevo Mundo. Deseo mostrarles a los lectores como estas plantas tejen y obligan a una conexión colorida entre pueblos de diversas regiones y épocas. A través de las épocas, estas plantas han ampliado la vida de los humanos, han ayudado a crear un sentimiento de terruño y, hasta han influenciado la identidad social.
Adopto la creencia de que una similitud de plantas puede ayudar a tender puentes y comprensión entre diversas culturas que trascienden las fronteras nacionales. Esto puede parecer un reto elevado para una columna que habla de plantas tan simples como la menta o el perejil; sin embargo, acompáñenme en esta tarea.
La idea para esta columna evolucionó lentamente de la manera en que mi esposo y yo comenzamos a trabajar nuestro pequeño acre de terreno cerca de Lakeport en la Florida, al norte del lago Okeechobee. Nuestras dificultades unas veces son humorísticas y otras descorazonadoras. Nuestros éxitos son modestos, pero gratificantes. La historia comienza con la compra de nuestra casa de troncos de madera, que llamamos Ranchito, que se asoma a una llanura húmeda poblada de vacas. Cada columna se ocupará de una o más plantas, combinada con relatos y reflexiones. También introduciré algunos consejos útiles, un poco de filosofía y una o dos recetas de cocina.