En el inicio la pasada semana de la XXII Bolsa Turística del Caribe, el viceministro del ramo, Fausto Fernández, informó que en lo que va del presente año el país ha recibido 3.7 millones de visitantes extranjeros. La cifra representa un crecimiento de cinco por ciento en relación al mismo período del año anterior de la actividad que el gobierno actual ha resaltado como principal motor del crecimiento económico.
Ese incremento, punto más, punto menos, marca una tendencia consistente que se ha mantenido a lo largo del tiempo, aun en los años de crisis, convirtiendo al país en el principal y más visitado destino turístico de la región, todavía a buena distancia de una Cuba que puja por impulsar la industria, después de haberla execrado por varias décadas de desatinadas y ruinosas políticas económicas.
En pareja medida al aumento de visitantes, han ido también ampliándose las inversiones en el sector. Con alentadora frecuencia asistimos al primer picazo o palazo, según el caso, de nuevos proyectos hoteleros por parte de reconocidos grupos empresariales que operan a nivel internacional.
El turismo de cruceros mueve ya cientos de miles de pasajeros. En Puerto Plata la industria muestra un vigoroso resurgir. En el Sur, el turismo comienza a cobrar aliento a influjos del poderoso grupo Punta Cana que encabeza Frank Rainieri, la más emblemática figura del sector. Casa de Campo sigue siendo el principal referente de turismo de alta calidad y ejerciendo la más poderosa atracción para los amantes del golf a nivel mundial. En Barahona, donde hace años existe un muy subutilizado aeropuerto que brindó un excelente servicio en las jornadas de auxilio solidaria a Haití cuando el devastador terremoto del 2010, va cobrando forma un prometedor proyecto de atractivo frente playero. De retorno a la vida, un ambicioso Cap Cana. Y en la capital, la muy limitada oferta del pasado ha sido sustituida por imponentes estructuras hoteleras pertenecientes a las más conocidas cadenas que operan en las cuatro esquinas del mundo.
Sin embargo, no todo luce color de rosa. Al menos, no se pueden lanzar campanadas a vuelo después de las muy preocupantes declaraciones del presidente de la ASONAHORES, advirtiendo que el país carece de un Plan Nacional de Turismo. Dicho por cualquiera, la afirmación pudiera pasar sin mayor trascendencia y sin dejar huella. Pero en boca de quien lidera el sector no es para echarla en el zafacón. No es crítica sino advertencia, y como tal debe ser acogida.
Si el propio gobierno, y en particular el presidente Danilo Medina ha resaltado en innumerables ocasiones la importancia que concede al sector turístico, y si hemos logrado posicionarnos como el principal destino vacacional en el muy competido mercado del Caribe, ¿cómo es posible que, tal como expresa el representante del mismo en el área privada, no se disponga de un plan que permita regular su expansión de manera sostenida y previsora?
De ejemplo y advertencia bastaría servirnos todas las inconveniencias y obstáculos que a la vista arrastramos por el crecimiento caótico de la ciudad capital, debido a la carencia de una Ley de Ordenamiento Territorial, sometida desde hace mucho a un prolongado calvario congresual.
Esto así, sobre todo, cuando estaremos fatalmente obligados a enfrentar los efectos del cambio climático, donde la República Dominicana figura entre los diez países que se estima resultarán más afectados, y dentro del marco de esa realidad prácticamente inexorable, se advierte que será precisamente la industria turística la que pudiera recibir mayores daños.
Los señalamientos del presidente de ASONAHORES no pueden quedar en el aire. No deben resultar desplazados de un día para otro, como ha ocurrido en tantas ocasiones y diversos casos, que pasan prontamente al olvido en tanto van agravándose sin provocar reacción hasta que el agua nos llega al cuello.
El Ministerio de Turismo no puede quedar desentendido frente a la afirmación de Joel Santos, que provoca desasosiego y preocupación, mientras el sector sigue cobrando auge, con el frecuente anuncio de nuevas y millonarias inversiones en polos turísticos ya establecidos y otros semi-vírgenes que entran en una promisoria etapa de desarrollo. Ello obliga, con más razón, a disponer de un bien elaborado plan de ordenamiento del sector.
Alentador el crecimiento del sector turístico como ha venido ocurriendo año tras año con el aumento de las inversiones, el flujo de visitantes extranjeros y el mismo mercado interno. Pero hacerlo en forma ordenada resulta un requisito indispensable para derivar el máximo provecho de la industria, y prevenir con tiempo los problemas que pudieran derivarse de un desarrollo caótico.