Si no transformamos profundamente el sistema económico actual para convertirlo en uno menos desigual, más equitativo y sostenible, tanto entre países como el interior de cada país, entonces el “populismo” xenófobo y sus posibles éxitos electorales podrían ser el principio del fin de la mundialización hipercapitalista y digital de los años 1990-2000. (Thomas Piketty, El capital e ideología,2019. p.13).
El mundo como sistema digital se ha estructurado sobre la Tercera Revolución Digital articulada a las diversas redes de internet que comenzaron a surgir desde la década de 1960 hasta la primera década del siglo XXI, pero que no ha dejado de seguir su curso ante las tecnologías disruptivas enmarcadas en la llamada Cuarta Revolución Industrial (4IR), que de acuerdo a Schwab (2016) inició a mediado de la primera década del siglo XXI, con la entrada del internet de las cosas, de las nubes, lo ciberfísico y la impresora 3D y todo lo relacionado a la nanotecnología y la inteligencia artificial.
Este proceso tecnológico, también conocido como revolución 4.0, ha comenzado a repercutir en el plano social, económico, político, educativo y cultural de los principales países (Singapur, Suecia, Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea) y en menor jerarquía, en países latinoamericanos, los cuales no escapan a esas repercusiones tecnológicas. Los latinoamericanos formamos parte de las mediciones internacionales en torno al mundo digital, hechas por organismos como el Fórum Mundial Económico, IUTU, Banco Mundial, PNUD y la CEPAL.
Este panorama de transformación cibernética, entra en el plano de la modernización y la posmodernización, que no ha podido mitigar la desigualdad social y virtual, la cual se ha crecentado con la pandemia del COVID-19, que está azotando a la humanidad. Este virus, ha infectado millones de seres humanos en el mundo y va rumbo al millón de fallecidos. Esto es al margen de los millones y millones de desempleados, que ha producido, dada la profunda recesión económica mundial, con repercusiones sociales, sanitarias y políticas en todo el planeta.
En la segunda década del siglo XXI, tanto el mundo como el cibermundo como híbrido planetario, han agigantado la desigualdad social, que como bien puntualiza Piketty (2019), esta se encuentra dentro de los cambios estructurales más importantes en las últimas décadas:
El aumento de las desigualdades socioeconómicas observado en la mayoría de los países y las regiones del planeta desde la década de 1980-1990 figura entre los cambios estructurales más importantes a los que el mundo se enfrenta a comienzos del siglo XXI. Es muy difícil imaginar soluciones a otro desafío de nuestro tiempo, empezando por los climáticos y migratorios, si antes no somos capaces de reducir las desigualdades y construir un estándar de justicia económica que sea aceptado por lo mayoría. (p.35).
El desmonte que hace Piketty a los discursos que justifican la política neoliberal, basada en el fundamentalismo de mercado, en la que el sujeto se reduce a ser un consumidor o productor en un mercado que reduce al máximo todas las funciones del Estado en la sociedad, cobra importancia; más ahora, que el coronavirus (COVID-19), ha sacado a relucir la crisis del sistema sanitario mundial y las secuelas de males sociales, producto de políticas neoliberales.
El neoliberalismo construyó un mercado libre desbocado, basado en la creencia de que la intervención del Estado era una locura, dando como resultado feroces desigualdades sociales, exclusión de amplios sectores de la sociedad, de la política de sanidad, de oportunidades de trabajo, de otras como las educativas que contribuyen a una práctica de la solidaridad humana.
Cuando el cibermundo se configuró como tal, en los inicios del siglo XXI, ya se venía arrastrando el problema estructural de la desigualdad, que como bien dice Piketty, esta no es producto de lo tecnológico, más bien es de lo ideológico y de lo político, porque se derivan de “Construcciones sociales e históricas que dependen completamente del sistema legal, educativo y político que decidimos establecer” (p.13).
El ciberespacio, las redes sociales, la virtualidad han venido a mitigar la crisis existencial y lo transido por la que está atravesando la humanidad, como resultado del coronavirus; sin embargo, la desigualdades reales y virtuales son evidentes, regiones que todavía parte de su población no se encuentran conectadas y donde el impuesto a la conexión al ciberespacio es muy costoso, como el caso Latinoamericano.
Partiendo de esto, Piketty afirma: “El régimen desigualitario actual que podemos calificar de neopropietarista, conserva huellas de todos los regímenes precedentes” y por lo tanto para estudiarlo y conocerlo en su profundidad se ha de ir a los antiguas sociedades, que de acuerdo a él, eran “ trifuncionales”, por estaban constituidas por el clero, la nobleza y la clase laboriosa y plebeya (artesanos, campesinos y comerciantes) y cómo estas “sociedades trifuncionales se transformaron en sociedades propietaristas en los siglos XVIII y XIX”, que luego colapsarían como sociedad (…)“en el siglo XX a consecuencia del desafío comunista y socialdemócrata, de las dos guerras mundiales y de las independencias de numerosas colonias tras varios siglos de dominación”. (p.46).
Lo que Piketty jamás pensó fue que un virus no sintético, no fabricado en laboratorio, tampoco informático, acabaría con otras partes de la riqueza del mundo ensanchando más aun la grieta de la desigualdad social. Su análisis de la Primera y la Segunda Guerra Mundial son fundamentales a la hora de estudiar cómo se perdieron partes de la riqueza del mundo, lo que no se imaginó fue que este virus proveniente de la naturaleza, de animales y no de una guerra bacteriológica, lograría paralizar el mundo, y que el cibermundo, caracterizado por redes sociales en el ciberespacio, era el que le iba proveer oxígeno para que no se desplomara de manera total la vida humana en el planeta tierra.
Hay que dejar bien claro que la pandemia del coronavirus, abre nuevas oportunidades y nuevos desafíos, en los que hay reinventar el funcionamiento del sistema económico, buscando la manera de reducir la creciente desigualdad social y virtual que este genera. Este es uno de los grandes desafíos en estos momentos, en que se ha hecho visible la cuarentena de los desiguales, donde muchos han pasado el confinamiento en mansiones y departamentos de lujos, mientras una parte de la población en casas, casuchas y cuarterías, y otros, en las calles.
Mientras más de un 40 % de la población mundial no entra a formar parte de la conectividad de la red redes del ciberespacio, donde el impacto del cibermundo le llega por vía indirecta y como proyecto futurista en medio de una pandemia que va moviéndose a los más vulnerables en cuanto condiciones de vida, desde la pobreza moderada a la pobreza extrema.
En las regiones del mundo en las que se produce la conexión y el acceso al mundo cibernético virtual, la desigualdad entra en el plano de la velocidad, países que van dejando en cuanto a velocidad en ese cibermundo virtual a otros países.
Según Piketty, se necesita darle rienda a la imaginación, para no caer en la forma de vida antes de la pandemia, donde la sacralización al consumismo y la economía de mercado sin más, eran la panacea o bálsamo que curaba la herida de la existencia humana transida y cargada de incertidumbre y de riesgo.
Se necesitas, en fin, nuevas soluciones y nuevos desafíos, ante la crisis social y económica como consecuencia de la pandemia. Una política de revivir el Estado para reducir la desigualdad social y virtual, promover una política de prosperidad y crecimiento económicos que permitan abrir nueva forma de trabajo. Además de invertir un sistema de salud sólido y en el sistema educativo, lo cual se puede hacer con una carga impositiva a las grandes riquezas, de acuerdo a este economista.