“(El dominicano) se puede pasar la vida sin hacer el menor esfuerzo… Aquí no hay que trabajar.”
Francisco Moscoso Puello

Una cliente se pasea con aparente naturalidad entre las góndolas mientras bebe un jugo que todavía no ha pagado. Cuando lo termina continúa con la misma parsimonia hasta la sección de pastas, mira a los lados, y con disimulo deja el envase vacío entre los espaguetis. En ese mismo comercio los empacadores reciben la instrucción del gerente de distribuir la papa dañada a razón de una libra por malla de cinco. Más adelante, en un  negocio de gomas usadas, el administrador susurra un precio a un instalador para que no lo oiga otro cliente al que ha dado un precio más elevado. En un colmado la balanza marca de más, igual que en la distribuidora de gas de al lado. La gasolina se debe pedir por galón, no por valor, para que no sirvan de menos. La factura de la electricidad es una continua y desagradable sorpresa, el consumo medido en kilovatios no parece tener relación inteligible con el uso de utensilios y aparatos. Las medicinas se reetiquetan sin problema para evitar su caducidad. Por cierto, los laboratorios no presentan los estudios de caducidad para demostrar la conversión del tiempo en nocividad. La etiqueta de los embutidos dice cualquier cosa en un lenguaje figurado sobre lo que está adentro, una pasta rojiza con un olor sospechoso. Hay productos que apellidan 100%, queriendo decir que contienen… lo que se supone que contienen. ¿No fue aquí que se escribió el Lazarillo de Tormes? En la política, diga lo que le conviene y oculte el resto; además, desacredite al que intente poner en evidencia la diferencia.

Me refiero a la actitud de pensar que somos más inteligentes, astutos o hábiles que los demás, que llamamos tigueraje y que constituye nuestro principal rasgo de personalidad colectiva, por cierto, el que nos hace el mayor daño. Su origen obligado es la precariedad combinada con la astucia, que no suman inteligencia puesto que el robo recíproco es la más grande estupidez y pérdida de tiempo. Curiosamente, la economía “moderna” no se maneja muy bien con problemas como éste, lo más que llega a plantear es que el “agente” es racional en el sentido de que ajusta su comportamiento al propósito de obtener la  máxima utilidad (bienestar, placer, confort, todos son sinónimos). Añade calificaciones como que para la toma de decisiones utiliza toda la información que tiene a la mano, sin desperdicio, bien que su percepción de lo útil y valioso puede cambiar con las circunstancias del entorno y de sí mismo. Pero son digresiones de la idea principal.

Se podría querer encuadrar dentro del comportamiento especulativo, pero no es lo mismo. La especulación es intentar obtener ganancias de la mejor información o de pronosticar el futuro mejor que los demás, pero no implica engaño por ningún lugar. En cambio, la picardía, el tigueraje dominicano consiste exactamente en hacer de los pequeños -y grandes- engaños una forma de vida. Trucos en todos los aspectos del vivir, como dueños, como gerentes, empleados, clientes, hijos, estudiantes… Como gobernantes y como gobernados. Aparentemente el tigueraje paga.

Sin embargo, la observación de la gente en los países desarrollados nos dice otra cosa, que la actuación apegada a un código “moral” –que no por esto significa bueno sino funcional- es la base imprescindible del desarrollo. La Ley puede disponer que la prostitución sea ilegal y el aborto legal. La “moral” individual puede ver aquí una inversión de polos; no obstante, lo que estamos obligados a hacer es lo que manda la Ley.  Se trata de un sistema de principios, procedimientos y señales que articula y canaliza intereses individuales encontrados –algunos en franco conflicto- en una dirección colectiva definida y deseada.

No puede ser de otra manera en un sistema de producción masiva para el consumo masivo. Para empezar, la producción es por antonomasia eficacia, eficiencia, cálculo y orden. Hace siglos que el capitalismo desarrollado dejó atrás el taller del artesano, oscuro, sucio y desordenado. Para producir literalmente millones de unidades –de lo que sea, hamburguesas, tenis, televisores o carros- se necesita un mecanismo bien engrasado de producción y distribución, sin hablar de las actividades vinculadas como mercadeo, ventas, cobros, contabilidad, investigación y desarrollo, exportación, etc.

El orden no puede estar únicamente al interior de la empresa sino también en su entorno y el gobierno es parte del paisaje. No ganamos mucho si el pedido estuvo listo tres días antes del compromiso de entrega, si llegó tarde debido a la burocracia en la expedición de los permisos. De igual forma, no ganamos nada si nuestro precio antes de impuestos es inferior al de nuestro competidor extranjero, si nuestro precio después de impuestos es superior, así nunca vamos a exportar.

Un país es organizado porque sus ciudadanos son organizados, la virtud -lo mismo que el vicio- está en la gente, no en las cosas. Los viajeros frecuentes utilizan el principio de  “como es el tránsito en un país, así es el país”, en el entendido de que el tránsito es una proyección de lo que acontece en todo lo demás. Hagamos un rápido análisis comparativo. Personalmente, en EUA, más de una vez me ha tocado encontrarme atascado en un tapón infernal de kilómetros de largo (generalmente por accidentes), seis carriles en una sola vía completamente atiborrados de automóviles como fichas de dominó. Nunca he visto a nadie rebasar por el paseo de la derecha, menos por el de la izquierda, reservado a la policía y vehículos de emergencia. ¿Les comento lo de aquí, que seguramente uds. han visto? Pongamos por caso la intersección de Las Américas con la entrada a Boca Chica. Cuando el semáforo se pone en rojo del lado de la carretera, las nunca bien ponderadas yipetas y voladoras vienen literalmente volando por sobre las dunas de tierra del paseo, en convoy, cinco, diez, todas, todo con el propósito de colocarse delante de los que están en la fila. Picardía a la dominicana.

Acaso sean sueños míos pero ¿no han visto uds. una fila de carros siguiendo a alta velocidad y bien de cerca -acaso un metro- a una ambulancia que se va abriendo paso entre los demás automóviles porque lleva una emergencia? Carros que se desprenden de atrás de la fila cuando el semáforo se pone en verde, invadiendo el carril contrario y forzando al de su misma dirección cuando no pueden continuar. Por supuesto, el principio es el mismo: primero yo, que se jodan los demás. ¿Más? Carros y motocicletas que transitan por las aceras, casas y comercios que llegan al colmo de pintar rayas de estacionamiento sobre las aceras, yipetas brincando por sobre los camellones, carros del concho parados recogiendo pasajeros y deteniendo olímpicamente el tráfico, doñas negociando un aguacate paradas en el carril de alta y… bueno, se puede hacer un libro del caos en el tránsito de la ciudad de Santo Domingo.

Ahora pensamos: “ciertamente, un problema el tránsito en Santo Domingo”. Sin embargo el problema no es el tránsito sino los conductores, el problema somos nosotros los dominicanos, nuestros pensamientos y actitudes. Entiendo que fue el Dr. Antonio Zaglul quien formuló la teoría del gancho, la actitud de desconfianza y recelo ante cualquier revelación o proposición en el entendido de que puede ser una trampa. Durante la tiranía no pudo haber mejor fórmula de prevención y conservación. Hay más de una anécdota que cuenta como un simple comentario disolvía reuniones y cortaba amistades. Pero esto no es único de la historia nacional, todas las tiranías sacan lo peor del espíritu humano. Quien quiera comprobarlo que se lea algo sobre la Rusia de Stalin. Afortunadamente también hacen brotar lo mejor.

En general, los ciudadanos del mundo desarrollado se ven a sí mismos como parte de un conjunto, pieza de un mecanismo. Individualmente, a solas, por sí mismos no pueden llegar muy lejos. Saben que dependen de los demás y que los demás dependen de él, lo que crea una forma de compromiso y solidaridad. Es más, el triunfo estrictamente individual puede ser mal visto. Lo de nosotros es justamente lo contrario: llegar independientemente de los demás, sin los demás o por encima de los demás. Claramente, lo que allí promueve la solidaridad, aquí impulsa el individualismo y la indolencia, que no nos importen los otros.

Si en la familia hay un único vago, pues los demás podemos sufragar la situación. Pero si todos nos metemos a vagos, no hay solución posible. Todos estaremos porque sea el otro el que vaya a trabajar y acabaremos con que ninguno trabaja. Parafraseando a Marx, en una sociedad siempre es posible que unos roben a otros, pero todos no se pueden robar a la vez, en conjunto. ¿No le ha dado por pensar que los gringos (por ejemplo) son demasiado aburridos -por decir sistemáticos- y sonsos -por decir apegados a un código-? De aquí se salta a que estos gringos son tan pendejos… que gobiernan el mundo. Nosotros no necesitamos nada de eso, “somos un país muy especial”. Es decir, no necesitamos el cumplimiento de la Ley, ni el orden, ni el trabajo.

Continúa Moscoso Puello, un dominicano diciendo del dominicano: “Los empleos son su ilusión, su sueño dorado. Un nombramiento los enloquece. Por ser algo, cualquier cosa, dan la vida. Cuando están formando parte del gobierno viven una vida de dilapidación y de placeres; cuando están abajo, cuando han sido despedidos, por algún cambio de administración, no se ocupan de otra cosa, esperando el momento de volver al poder. Son unos haraganes. Y no consideran esto como una deshonra, por el contrario, se sienten orgullosos.”

Si realmente queremos avanzar algo en dirección al desarrollo es imprescindible cambiar lo que llevamos en la cabeza, hacer cosas que tengan resultados colectivos, comunes. Como vamos, con los años sólo seremos más gente y más pobres, más gente pobre.