La amplitud de la crisis brasilera es de tal gravedad que nos faltan categorías para dilucidarla. Tratando de ir más allá de los clásicos abordajes de la sociología crítica o de la historia, me he valido de la capacidad explicativa de las categorías psicoanalíticas de «luz» y de “sombra” generalizadas, como constantes antropológicas, personales y colectivas. Ensayé una comprensión posible que nos viene de la teoría del caos, capítulo importante de la nueva cosmología, pues de este caos, en situación de altísima complejidad y juego de relaciones, irrumpió la vida que conocemos, inclusive la nuestra. Esta se ha mostrado capaz de identificar aquella Energía Poderosa y Amorosa que sustenta todo, el Principio Generador de todos los Seres, y abrirse a Él con veneración y respeto.
Me preguntaba qué otra categoría habría en el repositorio de la sabiduría humana que pudiera traernos alguna luz en las tinieblas en las cuales todos estamos sumergidos. Entonces me acordé de un sugerente diálogo entre el gran historiador inglés Arnold Toynbee y Daisaku Ikeda, eminente filósofo japonés (cf. Elige la vida, Emecé, Buenos Aires 2005), que se realizó durante varios días en Londres. Ambos creen en la realidad del karma, sea personal, sea colectivo. Prescindiendo de las distintas interpretaciones que se le han dado, me parecía haber encontrado aquí una categoría de la más alta antiguedad, manejada por el budismo, el hinduismo, el jainismo y también por el espiritismo para explicar fenómenos personales y colectivos.
Karma es un término sánscrito que originalmente significa «fuerza y movimiento», concentrado en la palabra acción que provoca su correspondiente reacción. Este aspecto colectivo me pareció importante, porque, no conozco –puedo estar equivocado– en Occidente ninguna categoría conceptual que dé cuenta del devenir histórico de toda una comunidad y de sus instituciones, en sus dimensiones positivas y negativas. Tal vez, debido al arraigado individualismo típico de Occidente, no hemos sido capaces de elaborar un concepto suficientemente abarcador.
Cada persona está marcada por las acciones que ha praticado en la vida. Esa acción no se restringe a la persona sino que afecta a todo el ambiente. Se trata de una especie de cuenta corriente ética cuyo saldo está en constante cambio según las acciones buenas o malas realizadas, o sea, los «débitos y los créditos». Incluso después de la muerte, en la creencia budista la persona carga con essa cuenta, por más renacimientos que pueda tener, hasta que ponga a cero la cuenta negativa.
Toynbee hace otra versión, que también me parece iluminadora y ayuda a entender un poco nuestra historia. La historia está hecha de redes relacionales dentro de las cuales se inserta cada persona, ligada a las que la precedieron y a las presentes. Hay un funcionamento kármico en la historia de un pueblo y sus instituciones según los niveles de bondad y justicia o de maldad e injusticia que produjeron a lo largo del tiempo. Este sería una especie de campo mórfico que permanecería impregnándolo todo. No se requiere la hipótesis de los muchos renacimientos porque la red de vínculos garantiza la continuidad del destino de un pueblo (p. 384). Las realidades kármicas impregnan las instituciones, los paisajes, configuran a las personas y marcan el estilo singular de un pueblo. Esta fuerza kármica actúa en la historia, marcando los hechos benéficos o maléficos. C.G. Jung en su psicología arquetípica notó de alguna forma tal hecho.
Apliquemos esta ley kármica a nuestra situación. No será difícil reconocer que somos portadores de un pesadísimo karma, a gran escala, derivado del genocidio indígena, de la superexplotación de la fuerza de trabajo esclavo, de las injusticias perpretadas contra gran parte de la población negra y mestiza, lanzada a la periferia, con familias destruidas y corroídas por el hambre y las enfermedades. El viacrucis de sufrimiento de esas hermanas y hermanos nuestros tiene más estaciones que el del Hijo del Hombre cuando vivió y padeció entre nosotros. No hace falta mencionar otras maldades.
Tanto Toynbee como Ikeda concuerdan en esto: «la sociedad moderna (incluídos nodotros) sólo puede ser curada de su carga kármica a través de una revolución espiritual en la mente y en el corazón» (p. 159), en línea de justicia compensatoria y de políticas sanadoras con instituciones justas. Sin esta justicia mínima no se deshará la carga kármica Pero ella sola no será suficiente. Serán necesarios el amor, la solidaridad, la compasión y una profunda humanidad para con las víctimas. El amor será el motor más eficaz porque, en el fondo “es la realidad última” (p. 387). Una sociedad incapaz de amar efectivamente y de ser menos malvada jamás deconstruirá una historia tan marcada por el karma. Este es el desafío que la crisis actual nos suscita.
Es lo que pregonan maestros de la humanidad, como Jesús, San Francisco, Dalai Lama, Gandhi, Luther King Jr y el Papa Francisco. Sólo el karma del bien redime la realidad de la fuerza kármica del mal.
Si Brasil no hace esta reversión kármica, continuará yendo de crisis en crisis, destruyendo su propio futuro.