Consciente del compromiso de presentar un libro de cuentos, preferí después de la lectura del conjunto, volver a algunos autores que han escrito teorías acerca de este difícil género. Comencé por la Filosofía de la composición de Edgar A. Poe, padre indiscutible del cuento contemporáneo; sobre todo, sus reflexiones sobre Charles Dickens y las ideas de cómo se construye un relato. Pasé al trabajo de Julio Cortázar acerca Del cuento breve y sus alrededores, revisando sus criterios sobre el Decálogo de Horacio Quiroga, sobre el “perfecto cuentista“, y encontré la diferencia entre lo que nosotros llamamos cuento, lo que los franceses llaman nouvelle y los anglosajones long short story.

Pasé a Bosch y sus Apuntes sobre el arte de escribir cuentos y me detuve: “Comenzar bien un cuento y llevarlo hacia su final sin una disgresión, sin una debilidad, sin un desvío: he ahí en pocas palabras el núcleo de la técnica del cuento. Quien sepa hacer eso tiene el oficio de cuentista, conoce la “tekne” del género. El oficio es la parte formal de la tarea, pero quien no domine ese lado formal no llegará a ser un buen cuentista. Solo el que lo domine podrá trasformar el cuento, mejorarlo con una nueva modalidad, iluminarlo con el toque de su personalidad creadora“.

Me trasladé, sigiloso, a la concepción estructural del cuento, el relato y la estampa, admitiéndoles que este libro de Nicolas Bratosevich me obligó a profundizar un poco más; sobre todo, después de los criterios de Tzvan Torodov, a partir de la Granmaise Du Decamerón y el Análisis estructural del relato.

Ante esa división entre cuento, relato y estampa a través del libro ya citado de Bratosevich, donde está el personaje Macario de Rulfo, resulta que no es un cuento como creíamos, sino una estampa, cito: “Ni cuento propiamente dicho, ni siquiera la concatenación temporal de un proceso“. De ahí, como ustedes entenderán, se convirtió casi en una selva el espacio de luces que buscaba para cumplir una encomienda como la que realizo complacido esta noche. Recordé que no se trataba de un estudio sobre el nuevo libro, lo que haría, sino de una presentación; y aunque revisé el fracaso como globalidad de todas las tendencias críticas, sobre todo cuando actúan como realidades excluyentes, y pensé rápidamente en la crítica sociológica, el pragmatismo, el psicoanálisis y la crítica estructural en su aspecto tradicional y genético. Convencido estaba de que todos esos hallazgos del pensamiento más exigente en el entorno crítico solo podrían servirme si tomaba de ellos algunos aspectos y construía un método híbrido. Leyendo el trabajo Silendra, ciclo cuentístico, de Gabriela Mora, Rutgers University, New Brunswick, New Jersey, U.S.A., reflexiono junto a ella: “Las discusiones en torno a las definiciones de género literario continúan muy activas, pero la diversidad de las aproximaciones no ha aclarado mucho el panorama. Sí, hay consenso en estimar la noción de género como valiosa herramienta heurística, puesto que da al autor y al lector un marco de referencia, lo sitúa en un espacio más o menos conocido. He discutido en otro lugar las variadas definiciones del cuento y las controversias existentes, sobre todo cuando se lo compara con la novela“. La teoría del ciclo cuentístico formulada por Forest Ingram en 1961, sobre la concepción de conjunto de la narración corta, resulta, a mi entender innovadora e interesante, pero no puede ser aplicado a la generalidad de cuentos que tienen su especificidad en el texto en sí. (Toda obra literaria forma parte de una tradición, de una lengua, de una época, de un país y de una cultura). Se podría decir que a pesar de la existencia del cuento, el relato o la estampa en nuestra tradición literaria, me adhiero al criterio inserto en La narrativa yugulada, donde Pedro Peix, expresa:

“Es precisamente en los primeros años de la década del 30, época de crisis y de esterilidad para la novela hispanoamericana, en donde es posible registrar un súbito descenso que apenas dignifica Uslar Pietri con Las danzas coloradas y Jorge Icaza con Huasipungo, cuando aparecen en nuestro país los primeros cuentos de Juan Bosch. Solo entonces puede afirmarse que el cuento es asumido como una convención literaria, como un género excluyente que tiene sus propias leyes formales, su propio código narrativo inscrito en una estructura que no acepta digresiones ni tolera remembranzas o introducciones caprichosas.

Comprobado en mi relectura de estos cuentos: que Ángela se mueve tan bien en este género como pez en el agua, dándonos en cada caso una expresión eficaz. Mucho de los temas tratados por ella han sido tocados por otros escritores dominicanos, pero en muchos casos, por decir la realidad, han caído en el panfleto o en la crónica fácil. En todo cuentista hay dos modos de narrar: el modo de observación, con énfasis en el realismo, y el modo artístico, que hace énfasis en dominio de la técnica. En nuestra autora conviven los dos aspectos sin dejar de auscultar la realidad. Ángela se da cuenta, como auténtica artista de la palabra, que logra en el conjunto de su masa escritural, narrar, describir los acontecimientos, manejar el tiempo y el espacio, utilizar un rico lenguaje y abordar temáticas variadas donde podemos identificar su estilo. El escritor o la escritora de cuentos que tenga delineadas todas estas aristas, podría decirse que ha logrado la plenitud dentro del género. Si tomamos desde su primer texto aparecido en este volumen (Alótropos) y le aplicamos tanto la concepción del cuento en la que aludimos en palabras de maestros del género, como en las reflexiones acerca de lo que caracteriza este conjunto, podemos confirmar la eficacia de esta obra. Delinear un personaje como Felipe Alfonzo donde la vigilia y el sueño se entrecruzan, donde la pasión por crear se instala en otro escritor y una historia casi idéntica, donde el detalle sustituye lo general. Donde la presión física y la mental parecen no tener ningún espacio que las separe; donde lo desconocido y lo obvio son también estrategia de quien narra: donde el lenguaje es utilizado con tanta eficacia, como cuando expresa:

“Un escritor solitario vive en una habitación cuadrada, cuya única puerta conduce a un pasillo que comunica muchas otras habitaciones similares, donde moran diferentes personas. Cada mañana le acomete la impresión de amanecer sin sentimientos. Bloqueadas las vías que entrelazan los sentidos, su memoria despierta ignorante del sentir. No hay pasiones ni aflicción. Al inicio de cada día, el escritor prueba el sabor del cero. Una ventana de vidrio, de dimensiones desproporcionadas, deja ver un paisaje de tierra negra arada, amapolas floreciendo, una carretera bien asfaltada y la arquitectura irregular del poblado cercano. En la contemplación displicente a través de la ventana, ocupa el escritor el lapso que transcurre antes de que resurjan sus emociones. Observa el trajín de la gente dirigiéndose hacia algún lugar. La gente de las ocho de la mañana, la de las nueve y la de las diez. A las once toma el desayuno y comienza a escribir; desplazando antes la plancha de vidrio, a fin de que entre el aire a su cuarto“.

Esta triada que completa el inicio del antiguo pelotero, trabajada con sus caracteres con maestría, será la demostración del equilibrio narrativo que acusa este cuento.

“En este tiempo que mi escritor se perdía, me dio a conocer los supremos placeres del amor. Experimenté cuántas insospechadas latencias y resonancias existían en mí. Él se sumergía en mi cuerpo, desplegando su imaginación al modo de un velero que con viento propicio navega en aguas palpitantes de belleza. Mi cuerpo entre sus dedos era una suma infinita de detalles e instantes derivadas e integradas por su genio. Cada sentido por separado explayaba sus potencias. Y, a seguidas, todas las posibles combinaciones de los sentidos, en cada una de las cuales Felipe Alfonzo era un explorador, un avezado aventurero, en un territorio vivo y vibrante de matices, sabores, sonidos y fragancias. Fui matorral, medusa, galería oceánica, pulpa de azucaradas frutas, ardor de incandescentes arenas, sahumerio de rosas, árbol de ébano ruiseñor y memoria de alisios; fui conciencia de mis rosadas concavidades; dulce afluente de un mar de agitadas olas. Inmóvil (condición que él me suplicaba), aprendí a fulgurar desde el pezón al pensamiento, desde la yema de los dedos hasta el brote de pasajera muerte“.

El final logra lo que toda obra auténtica debe hacer y más si es un cuento: obligar a los lectores a releer dejándole la tarea de usar su imaginación: “me dice que he cambiado, sospecha que en mi vida hay alguien más, no se equivoca“. Esas últimas tres palabras completarían el accionar de un relato que va en espiral y sin una circularidad que no sea aquella que contribuye a redondear la síntesis artística que logra nuestra escritora.

El cuento más allá

Es un poema desde el principio hasta el final; pero perdón, sin dejar de ser un auténtico relato. Se describe con precisión, se narra con fluidez, se caracteriza a Elba sin hacer ninguna concesión a la gratuidad que a veces estamos acostumbrados. Es un texto original, sobre todo partiendo de la lectura de quien como lector ha asumido el compromiso de decir unas palabras para esta presentación. Me sucede con esta autora, en este y otros cuentos, la misma sensación que me atraviesan los poros al leer de nuevo La mujer, El espejo de Lida sal o La ceguera, donde Juan Bosch, Miguel Ángel Asturias y João Guimãraes Rosa, me impulsaron a hacerme la siguiente pregunta: ¿Dónde hay más poesía en estos textos o en los Antipoemas de Nicanor Parra, los Poemas a la oficina de Mario Benedetti, o los Salmos de Ernesto Cardenal? “Elba retornó a su pueblo natal. El río la ignoró por completo. Ella tampoco pudo reconocerlo: gastado, con las orillas peladas, mansas e indiferentes. Decidió no regresar jamás. Cuando las brutalidades de su matrimonio, años después, se revelaron inagotables y el clima de indigencia la eslavizó, empezó a enamorarse del mar“. La utilización de lo síquico como aspecto de la realidad es una técnica que emplea Ángela en varios de sus cuentos (aquí seguro que la lectura de Freud y Jung hacen su papel) pero en el cuento breve El hombre parecido a un fugaz pensamiento es una constante que lo atraviesa. La señora con esposo retraído enamorada de otro hombre, quien no era más que un pensamiento peligroso. […] soy su emoción seducida capaz de percibir las huellas dactilares sobre la culata del arma mojada de sudor. La rapidez de los acontecimientos atrapados en menos de dos páginas logra una obra a cabalidad. Es un reto para cualquier escritor. Hay que decirlo todo en poco espacio y hay que decirlo bien. El final era previsible; claro, si no fuera por el beso y el accionar de los labios y la lengua en medio de la muerte y el horror, que es real dominio de lo que se dice y cómo se dice. El cuento Amo tres hombres tiene una estructura concisa, donde tres personajes convergen en un amor hacia la protagonista. Las historias están sugeridas; no hay tiempo, ni espacio para hacer un cuento que podría terminar en novela. Es un cuento típico. Lo esencial es la capacidad diversa de amar a tres personalidades distintas. Lo que importa es la volatilidad del sentimiento. Es una mariposa inatrapable que transita por tres caminos que confluyen en uno: la adecuación de una pasión que se multiplica.

La Cualidad de la Nostalgia

En La cualidad de la nostalgia hay un juego con el tiempo y el espacio, con el presente y el pasado, con lo real dentro de la ficción y de la ficción misma como realidad de lo subversivo y de lo calmado, de la familia y su cotidianidad, y la irrupción que la deshacen en la mente o en la realidad. La cita de T. S. Eliot traducida por el poeta colombiano Harold Alvarado, no podría ser más adecuada:

“No me dejas cerca En el reino del sueño de la muerte Déjame también vestir Con tan deliberados disfraces.

Creatividad, fluido lenguaje, intensidad y tensión. Una vez más el modo de observación, pero atravesado por el modo artístico y una técnica precisa.

El Mejor

En este cuento quiero destacar aspectos que me parecen nodales. Entre estos, el uso del diálogo dentro del texto, lo que se ha hecho con una indudable destreza que le da movimiento al proceso narrativo, pero que, al mismo tiempo, rompe con la pasividad de uno de los personajes, cuando es una sola voz narrativa y tenemos que conocer al otro a través de esa sola voz. Además de referir aspectos políticos-militares, es un desplome, en este agente, cuando dice:

“Una mujer, enviarme a detener a una mujer; a mí, el más bragado, el mejor entrenado, el distinguido en Panamá, la estrella del Servicio Secreto, se decía, repitiéndose con acento sarcástico los elogios escuchados en boca de sus superiores. Conducía y de vez en cuando se mordía las uñas de su mano derecha; luego, las observaba con indiferencia. Al acercarse a la dirección, más de una uña sangraba en los extremos. Cinco hombres y una mujer. Y a mí me seleccionan para apresar a la mujer y obligarla a confesar. ¿Por qué me han asignado la mujer, coronel? Es una terrorista ¿Uh? ¿Le he fallado en algo coronel? Oiga, Rodríguez, ¡déjese ya de pendejadas! Va a lidiar con una terrorista. No se trata de un cuero de los de Herminia. Pudieron asignarme a uno de los hombres. ¿No le enseñaron que entre los comunistas no hay distinciones. Lo mismo da un hombre que una mujer: Para ellos son equiparables; ejecutan lo mismo, piensan igual. Perdone, mi coronel, pero me siento degradado, raro. Por mi pericia, me tocaba el más peligroso. ¿Y cuál es el más peligroso? ¡Quién sabe! Sáquele lo que pueda a la mujer; si no le salen las palabras, sáquele el alma y olvídese que usa falda“.

Pues la astucia de la guerrillera salta triunfante y se trasladará la posible guerra frontal entre el agente y la guerrillera, al juego de ajedrez a la contradicción entre la fotografía y la mujer real, a la descripción como técnica literaria correctamente empleada.

La batalla está perdida y ya es tarde, porque al final de la historia es también la conclusión de un proceso narrativo singular.

Masticar una Rosa

Este es considerado un texto emblemático dentro de la obra de Ángela Hernández, y no es para menos: Moraima es un personaje bien caracterizado y delineado, pero no lo son menos sus pretendientes: el maestro de la escuela y su autoridad que no conocía límites, el rico que denotaba una actitud cercana a lo anormal. Moraima era el centro de las posibilidades de salir de la pobreza, descrita en forma precisa; contrastando su realidad con los Marte, quienes explotaban la pobreza de los vecinos. El padre enfermo, y ya llegando al final, profundizará la situación de la familia. El ulular de la ambulancia anunció su regreso, una semana después. Vino a agonizar a su casa, con su larga costura en el estómago, vacíos los bolsillos, fundida el alma, que no le impidió cobrar conciencia de la orfandad en que nos dejaba. La decisión de Moraima de irse con un guardia raso fue un golpe a las aspiraciones familiares de superar la situación de pobreza: ellos lamentaban que ni siquiera era un oficial. Y Berto, considerado por ellos “el pobre Berto“, se quedó a la espera de poder cristalizar sus sueños con la más codiciada de las muchachas de la comunidad, con quien pretendía compartir el colmado que heredaría. Trataron, impulsado por los sollozos de la madre, de vengar la afrenta. La tragedia que atravesó a esta familia, tuvo un momento terrible con la muerte del hermano militar, quien fue el único que perdió la vida en el enfrentamiento con los guerrilleros, pero Moraima pensó que algún día lo vería bajar y subir por la pomarrosa contemplando mi retrato en la palma de su mano. Él no me haría caso, pero igual estaría allí sin tener que pelear con nadie. Después de releer este libro y poner algunos ejemplos de diversos relatos, pienso en las siguientes características dentro de la obra de Ángela.

• Yuxtaposición de los tiempos y los espacios

• Identificación con el lector. La focalización del personaje es esencial y no es un elemento más, sino que sirve a la estructura

• Habilidad narrativa. Cada cuento tiene su dimensión interna que es una cosmovisión

• Fluidez, precisión, creatividad y eficacia

Estos aspectos son inseparables de la apuesta narrativa de Ángela. Pero volviendo a la teoría que comencé citando a algunos autores, voy ahora a compartir con ustedes las observaciones de Carlos Pacheco, en su obra Del cuento y sus alrededores. Caracas, Monte Ávila, 1993. Entre los artificios propios de la elaboración estética del cuento literario, Pacheco destaca la brevedad de su extensión como un carácter visible pero no necesariamente obvio. La brevedad es explicada como resultado de la necesidad interna y externa, estructural y sicológica del cuento mismo. Otra característica que reseña Pacheco es la unidad de concepción y de recepción. A diferencia del novelista, el cuentista se concentra en situaciones muy precisas y ordenadas bajo un criterio de unidad y exactitud que va a exigir un tipo de lectura y expectativa distintas a la lectura de novelas. Esta unicidad genera un manejo muy especial de la intensidad y de la tensión narrativa. Pacheco también acerca el cuento a la tradición romántica, según la cual el mundo consiste en algo más que aquello que puede ser percibido a través de los sentidos, una especie de visión metafísica, que de manera semejante a como lo hace el poema, es develada por el cuento. Además de la brevedad, Pacheco destaca la economía de recursos en el cuento, entendida como la condensación y el rigor en la utilización de estos recursos narrativos, pues de esta capacidad del cuentista va a depender el efecto logrado. Finalmente, si me preguntaran cómo marcha el cuento en República Dominicana, respondería, a partir del libro de Ángela, que éste está más saludable que nunca, como diría Jaime Alejandro Rodríguez en el prólogo Narradores del Siglo XXI, Fondo de la Cultura Económica. Ángela Hernández demuestra una vez más, brillantez, rigurosidad, erudición, sencillez, inteligencia y todo esto rodeado de un aura esplendente.