“Nadie nunca le regaló la democracia a nuestra América Latina.
Solo la lucha popular organizada nos traerá mejores condiciones de vida.”
Marcelo Brignoni
Hace un tiempo el recién depuesto presidente peruano Martín Vizcarra confesando las dificultades que tenía para cumplir con sus funciones recurría a la pregunta de Vargas Llosa en “Conversación en la catedral”: ¿Cuándo se jodió el Perú? y respondía, cuando liquidaron a los partidos políticos y completaba su lamento diciendo que Perú era un país sin partidos lo que lo hacía ingobernable pues entre otras cosas era imposible llegar a acuerdos con una verdadera multitud de líderes y movimientos regionales y de eso el sabía mucho pues sus inicios estaban en un movimiento regional en la ciudad de Moquegua al sur del Perú protagonista del alzamiento conocido como el “moqueguazo” que persiguió beneficios para la región reclamando mayores asignaciones por parte de las empresas mineras.
La respuesta del ex presidente es un tema de primer orden en las discusiones de la intelectualidad peruana y sobre el que hay un acuerdo bastante definitivo, el deterioro de los partidos políticos en el que defienden la idea que son el número uno de América, aún cuando algunos grupos cumplan con el mínimo de Sartori, “… cualquier grupo político que se presenta a elecciones y que puede colocar a sus candidatos en cargos públicos,” conduce a una discusión que me ha parecido francamente interesante y muy útil para la construcción democrática y, por qué no decirlo, para impedir su destrucción donde algo queda.
Ese diagnóstico sirve para entender por qué O’Donnell (1994) pudo incluir al Perú de los años ochenta como una “democracia delegativa” y no una democracia representativa. “Es decir, como un caso donde el presidente-caudillo gobierna sin mayor cuidado de la opinión de los partidos de oposición y de los otros poderes del Estado, aunque sin romper abiertamente el orden constitucional establecido.”
Tempranamente en Perú apareció esa especie redentora, de la que habrá que ocuparse, conocida como “los independientes”, que en Perú asumen una importancia de primer orden cuando compiten electoralmente dos reconocidos independientes, Mario Vargas Llosa y Alberto Fujimori. Como se sabe el triunfador de la contienda fue Fujimori aliado con grupos evangélicos, haciendo ostentación de su calidad de anti político e independiente. Con el triunfo de Fujimori “Terminan los tiempos de esperanza colectiva y empiezan los de la sobrevivencia individual.” (N. Linch, 1999)
Pero, para lo que no hay alternativa es para gobernar. Si no se tiene partido, el apoyo político debe salir de alguna parte y Fujimori sabía que para acabar con el régimen democrático y sobrevivir a la prueba de gobernar el Perú neoliberal que propuso luego de ser electo, debía recurrir a los poderes fácticos y con ellos gobernó, los primeros fueron los militares, empresarios, el FMI, el Banco Mundial y el BID. Los resultados se conocen y si alguien todavía los ignora puede leer los periódicos peruanos para saber adónde conducen estas aventuras.
¿Podemos imaginar un futuro democrático sin partidos? Hasta el sol de hoy, no encuentro a nadie que conteste positivamente a esa pregunta, ni siquiera independientes.
Para avanzar recordemos que, para el caso chileno, y también para el peruano, se ha intentado explicar la crisis como el resultado de una presunta negligencia de la elite respecto a priorizar e interesarse solamente en los aspectos económicos, el crecimiento económico resuelve prácticamente todo por lo que no hace falta ocuparse de las cuestiones políticas. Creo en cambio que no ocuparse de la política, de la representación, de la participación, en fin, de la democracia no fue una negligencia, fue una política que dejó en evidencia que el sistema político cuando no es capaz de genera soluciones, la ciudadanía las exige en las calles, donde la muchedumbre inorgánica es portadora de miles de demandas individuales. Las grandes manifestaciones de estos tiempos no deben confundirse con las que se observaron en las décadas del 60 o 70 del siglo pasado convocadas por centrales obreras, campesinas y partidos de izquierda donde la afinidad era fácil de identificar en demandas sociales, económicas y políticas. Los gentíos son la expresión original y única del alzamiento anti neoliberal, es algo absolutamente nuevo, tan nueva como su reivindicación principal, la dignidad, pues creo que tal exigencia nunca fue parte de los programas electorales de nadie.
Entonces, se debe regresar a los partidos que actualmente son incapaces de decodificar las demandas y lo peor, existe una clara decisión de los “outsider” de transformarse en “insider”. El hecho que ante las crisis que nos está ocupando y cuya mayor responsabilidad recae en los políticos, especialmente en los de izquierda según el imaginario callejero. Igual que el conocido verso de que todos los políticos son corruptos aparece la sentencia mentirosa que todos los políticos son responsables, es posible que lo sean, pero los grados de responsabilidad son indiscutiblemente distintos. Cabe preguntarse si no falta algo en esta asignación de responsabilidades cuando la salida a la crisis se busca con cambios constitucionales, ya lo dijo Verónika Mendoza en Perú, entonces la pregunta es si acaso las normas no han sido también un factor importante del mal desempeño de los políticos alternativos frente a elites políticas acostumbradas a que menos democracia aumenta la zona de confort y cuánto de la “bonanza económica” fue causa del inmovilismo de amplios sectores sociales que no tienen posibilidad, ni lugar para la autocrítica.
Los analistas y académicos peruanos, especialmente Nicolás Lynch, se preguntan si acaso los partidos peruanos fueron asesinados o si acaso se suicidaron, y resulta de lo más provocador seguir ese hilo. Evidentemente al fujimorismo era muy difícil sobrevivir, pero los partidos peruanos y otros eligieron el suicidio cuando renunciaron a cumplir con sus funciones y las dejaron en manos de los poderes fácticos levantando como la bandera blanca la idea de una ética que no conocieron ni los griegos, se compraron las políticas imperiales de la lucha contra la corrupción y la impunidad que no es más que el motivo para acabar no sólo con los políticos, también con la política, ocultando las causas estructurales de la pobreza y de la injusticia social.
Y aquí resulta imposible evitar unas palabras respecto a los nuevos ángeles luciferinos que dicen representar la solución y la salvación, que aparecieron en medio de la crisis de la cual están tratando de servirse, los independientes. Son la creación del régimen político que corresponde a la hegemonía neoliberal, por lo tanto, insuficientemente democrático, monumentos al individualismo, resistentes al trabajo colectivo y que, no podía ser de otra manera, recurren a su libertad como justificación de su egoísmo y no por la posibilidad de ser libres para servir. Representan a “nivel micro” lo que los “vendedores de ideas de segunda mano” adjudican a la sociedad civil donde no hay izquierda ni hay derecha, la economía hace que llueva sobre justos y pecadores, en la economía no hay neoliberales ni anti neoliberales y las diferencias sociales producto de las injusticias no son más que nostalgias de izquierdistas pasados de moda.
Ante la inexistencia de partidos en Perú, Mauricio Zabaleta (2014) se pregunta como se construye una posibilidad de participación electoral sin tener el capital político, que si lo tuvieran los partidos serían fuertes. La respuesta a esta interrogante, es una invitación a hacer política comparada, es la aparición de coaliciones -o “colusiones”- de independientes, que permiten a los políticos “el uso de «sustitutos partidarios» que brindan un soporte para lograr notoriedad pública y realizar las campañas electorales: empresas privadas, medios de comunicación y operadores políticos locales”. Sólo creaciones políticas de este tipo pueden dar a luz las declaraciones de una desprendida legisladora peruana en el Congreso: “Estoy aquí por mi plata”.
Con el marco que hemos pretendido delinear, tal vez sea posible intentar explicaciones a fenómenos políticos más cercanos y cuyo desenlace no tiene por qué ser muy distintos a los que hemos aludido aquí.
Sirve para cerrar el periodista Jon Lee Anderson que no les augura un lugar en el futuro a los independientes: “En el mundo después de la pandemia tendremos que elegir bando”.