A mi hermano Jochy Herrera

 

libero el gatillo de esta carabina chueca

Carnegato

 

En una de esas salidas, dejé Santo Domingo hacia el comienzo de los Dosmiles. Ciertos momentos marcaron la despedida: un paseo por el Bulevar 27 justo durante la decadencia, el sabor del ron al pelo como nuestro deporte favorito y el cine de Plaza Central. Digo cine porque es fundamental para entender cómo leo ahora. Digamos que me formé bajo un método bastante kosher, leía lo que se me daba, sin indagar, obedeciendo a cierto canon del gusto de una intelligentsia -que no una academia– dominicana. En este parnaso era posible concebir a Balaguer como un escritor de la talla de Bosch; en este sistema de valores, Juan de los Palotes de Freddy Beras Goico es un bestseller y las novelas Cuando amaban las tierras comuneras, De abril en adelante y Escalera para Electra resultan difíciles de adquirir; textos que todo el mundo cita, aunque por años tengan el acceso trabado. Estas peculiaridades transforman la literatura dominicana en un objeto de estudio y no una masturbación sin nombre ni ruta como le escuché decir recientemente a un crítico. Aquí tecleando tengo que darle la razón… espero únicamente que este supuesto escritor esté dando por contado que uno es un poco lo que critica. No se puede pretender estudiar el objeto por el todo y no formar parte, salir ileso. En fin, de la carencia del corazón habla la boca.

Poco antes de ese viaje determinante, salí del cine triste y eufórico. Acababa de ver Antes de que anochezca, la versión cinematográfica de la autobiografía de Reinaldo Arenas. Julian Schnabel, recuperando textos de toda la bibliografía del cubano, logró componer una ópera de colores, sonidos y poesía. Por el lado práctico, la película es una fuente de información y una apertura de ventanas. El filme fue para mí el descubrimiento de Arenas pero sobre todo, la voz y la poesía de Pedro Luis Ferrer. Al día siguiente corrí a la librería y encontré Celestino antes del alba, texto a lo loco que se volvió uno de mis libros de cabecera. Ahí empezó a desgranarse el canon de lecturas al cual yo vivía apegado, bajo el cual me había formado. Releyendo ahora, no creo que en los compendios de español de la secundaria hubiesen asignado algo de Arenas, ni parecido. Tampoco de Eduardo Galeano. ¿Porqué traigo a Galeano?

La lectura de Galeano es la propia definición del matiz, una escritura que siendo profundamente individual sirve de reflejo para América Latina y más allá. Eso me transmitió este hombre de inmediato, desde el primer libro. Días y noches de amor y guerra fue un texto al que yo le entré rabiosamente para las mismas fechas de Celestino. Me consta que los leí ambos saltando de una página a la otra en el Nueva York del frío, las ratas y las muchachas rusas en las colas de las motoras, los domingos en el Queens Boulevard. La fiesta me la quiso interrumpir un conferencista dominicano en una horrible lectura en Rhode Island. Según este tulpen yo tenía que leer no por placer, sino en búsqueda de un compromiso serio con la literatura. Serio con la literatura todavía repito para mis adentros cuando me está yendo mal y quiero divertirme. Pero bueno, se le han pedido tantas cosas a la literatura, se le piden tantas cosas menos lo que es. Libertad, libertad es lo que es.

El conferencista insistió en que yo tenía que empezar desde ya a leer en serio si quería aspirar a algo. Me preguntó que qué estaba leyendo y le dije. El hombre, empoderado, dijo que aquello era un disparate, ya que Galeano no soportaba a Arenas y viceversa o algo así. Ante semejante barrabasada se me iluminaron los caminos. Hay al parecer una lectura del orden y otra del placer. Leer indagando, no buscando ni exigiendo, sino encontrando el texto en la medida de mi conocimiento y en la anchura de sus posibilidades. ¿Cinco páginas y te diste cuenta de que no te va a gustar? No lo leas. La vida es muy corta para los libros que en verdad queremos leer, entonces, ¿porqué gastar tiempo en consumir tanta literatura mala, fofa, barata? ¿Y después escribir sobre lo mala que es? Qué pelmazo.

Una lectura atrevida, del placer, que valga más por lo que sugiere, no por lo que dice. Por lo provocativa e inteligente. Una lectura que ponga en relación textos que no existen, una lectura que ponga textos en estas relaciones, en condiciones incómodas. Le pedimos peras al olmo, o sea, criticamos la Feria porque no sirve para nada. Bueno, ¿cuál es el plan entonces, la propuesta? Es de conocimiento general ya que hay un descontento, por años lo hemos establecido. Debe ser el momento de buscar alternativas. Es justo, es pertinente exageraría yo. Esta literatura tan despreciable necesita, más que un Nobel o un Cervantes… precisa de un urgente programa de alfabetización en un extremo, y en el otro, un espacio de debate claro, en donde se mire la obra más allá del autor y sus filiaciones. Ver la obra por la cosa en sí, el artefacto que es, y cómo interactúa con el entorno y el lenguaje. Cualquier otra cosa es drama y embeleco, y ninguna relación prospera bajo estos signos.

Leer dos autores dispares como Arenas y Galeano se tradujo en una ruptura de las formas establecidas o apropiadas. Sé que esto puede parecer simple pero es en extremo complicado. Es difícil modelar los hábitos, aceptar la pifia o el error, específicamente en algo tan íntimo como el ejercicio literario. Pero en temporadas terribles, en donde mantenerse firme ante la idea cuesta más de lo habitual, es bueno recordar que nadie nos está esperando, que nuestra literatura no tiene que ser perfecta para ser literatura, y que la vacilación y la duda, el error, el accidente y el disparate, han sido fuente de grandes empresas. El que pueda ver la belleza en las grietas de una vasija de barro, podrá apreciar la viga en el ojo de su hermano.