Esta semana Grecia podría recibir su primer aluvión de tranquilidad, luego que el parlamento heleno aprobó el pasado miércoles 29 de junio el paquetazo impositivo, con lo que el gobierno procura un aumento de la recaudación fiscal mediante un incremento de los impuestos, disminución de las pensiones, privatización de empresas públicas y el despido de miles de empleados gubernamentales.
Esta medida provocará el desembolso de 12.000 millones de euros pendientes del rescate pactado el pasado año, al mismo tiempo que abre la posibilidad de un segundo salvamento para palear la difícil situación interna, dándole un respiro para cumplir con sus compromisos inmediatos.
Pero, ¿por cuánto tiempo se mantendrá este “efecto alivio”? los agentes económicos tienen la decisión, dependerá de si ellos creen o no, en la posibilidad de que Grecia haga un verdadero cambio de 180 grados en sus finanzas y en el manejo de la cosa pública.
Lo que si tenemos claro es que la difícil situación griega no se resolverá en el corto plazo mediante continuas inyecciones de dinero de parte de sus hermanas naciones ricas, es necesario desraizar el profundo problema estructural y fiscal que tiene sumido al país al borde del colapso….y esto le tomará tiempo, mucho tiempo.
Del otro lado del atlántico las cosas no parecen mucho mejor. Estados Unidos, motor económico mundial está ante el escrutinio de las agencias calificadoras de riesgo debido a su desbordante deuda.
El pasado mes de abril estas agencias revisaron a la baja la perspectiva de su calificación producto del déficit y no se equivocaron, pues en mayo EEUU alcanzó el techo de la deuda autorizado por el congreso.
Si el gobierno no logra convencer al congreso para que aumente el techo de la deuda pública, esto podría acarrear a que EEUU pierda la “AAA”, la más alta calificación crediticia, lo que se traduciría en pérdidas de más de 100.000 millones de dólares en detrimento de los bolsillos de los inversores, lo que más tarde desembocaría en suspensión de pago, ya que el 4 de agosto el coloso financiero se enfrenta al vencimiento de 30.000 millones de dólares en letras del tesoro.
Estos dos escenarios, aunque guardando las distancias, tienen un factor en común: el valor implícito de la confianza.
Por un lado se tiene la seguridad de que el congreso americano va aprobar el aumento del techo de la deuda para que el estado pueda hacer frente a sus compromisos de pago, de ahí que los inversionistas están calmados.
Mientras que por el otro lado, no se tiene a ciencia cierta si las continúas inyecciones de dinero van a provocar la revitalización de la economía o si los políticos cogerán parte del botín, manteniendo en vilo a los tenedores de deuda helena.
Es tanto así que si dos estados implementan las mismas medidas fiscales o monetarias, el simple hecho de que los agentes económicos confíen en una de las autoridades en detrimento de la otra, hace que el resultado sea prácticamente el antónimo.
La confianza al igual que la salud, son de las cosas que cuando se tiene no se toma en cuenta, pero al momento que no la tenemos nos causan pesar, dolor y arrepentimiento. Y más cuando el descuido es por nuestra causa.
La confianza es producto de medidas coherentes, tiene como piso la estabilidad económica y como techo un conjunto de autoridades respetables conocedoras del sentir del pueblo. No es posible que un país progrese si los inversores desconfían de sus autoridades políticas y monetarias.
La situación económica actual exige un mandatario que deje a un lado la politiquería barata y se enfoque en los verdaderos desafíos que laceran a la nación.
Y en el caso heleno, a parte de la profunda reforma impositiva que acaban de aprobar, será necesaria una inyección aún mayor de confianza, puesto que si esta no se logra, en vano será todo intento de revivir esta comatosa nación.