Desde hace más de dos meses en República Dominicana se está trabajando para cumplir con un protocolo de vacunación que diversifique la respuesta a la covid de modo que no tengamos que apoyarnos únicamente en restricción de oportunidades de contacto, distancia física y uso de mascarillas para protegernos del virus.
El primer paso fue reunir fondos para adquirirlas, lo que fue abordado en su momento inicial por empresas que forman parte del CONEP, las cuales aportaron sobre los 450 millones de pesos para reservar la posibilidad de comprarlas desde antes que estuvieran listas.
El segundo paso fue decidir cuál vacuna utilizar entre las que se iban validando como útiles para inmunizar a la población. A finales de noviembre, el Ministro de Salud Pública anunció que se utilizaría la desarrollada por Astra Zeneca, de menor costo y menor efectividad, pero, sobre todo, de mayor facilidad de almacenamiento, un atractivo de singular importancia en una situación donde el manejo de los procesos tendrá una importancia capital. Y es que, a la hora de analizar el costo de este operativo se tomó en cuenta no solo su valor monetario sino también la capacidad de gestión, dando por sentado que el almacenamiento en frío requerido por la de la Pfizer, en un país tropical donde el suministro de energía es irregular, equivalía a desperdiciar todo el dinero invertido en adquirirlas.
Más que expertos en medicina, este y otros pasos requieren de personas probadas en la administración de la logística, algo que lamentablemente no se está verificando en prácticamente ningún país. En los Estados Unidos, desde la primera semana de aplicación, se registraron incidentes negativos en la distribución de la vacuna y, aunque se empezó inyectando medio millón de dosis diarias, este objetivo era una cuarta parte de lo que el Centro para el Control de Alergias y Enfermedades Infecciosas se había planteado.
Más que padecer personalmente la enfermedad, fue el haber tenido allegados afectados lo que parece haber contribuido a la efectividad de la aplicación de los planes de vacunación.
Todas estas etapas se han enfrentado ya antes en otros ejercicios, sobre todo en relación con la viruela. Según historiadores chinos, la primera gran inoculación en ese subcontinente data de hace casi mil años y fue motivada por la muerte del hijo de un emperador. Más tarde, en 1716, antes de que Edward Jenner, un médico inglés, descubriera la inmunización de las ordeñadoras de las vacas (y de ahí el nombre de vacuna para todas las intervenciones de ese tipo), en Estados Unidos un esclavo negro había presentado la posibilidad de usar las pústulas para prevenir la enfermedad. Lamentablemente, los prejuicios raciales y los miedos dificultaron considerablemente su aplicación.
Por el contrario, una experiencia calificada como exitosa fue la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, iniciada a principios del siglo XIX. Al igual que en la China todos esos años antes, el ejercicio se inició como consecuencia de la muerte por viruela de un vástago de un rey, Carlos IV de España, quien, en épocas de navegación lenta y sin refrigeración, logró que le diseñaran un sistema de transporte que llevó las vacunas a lugares tan calientes como Guatemala y Las Filipinas.
Julia Álvarez, escritora dominico-americana, fue la primera en contar la aventura de manera novelada. Su libro “Para salvar al mundo” relata el trayecto marítimo de una treintena de niños huérfanos a cargo de la enfermera Isabel Zendal, que eran infectados metódicamente, de dos en dos, para asegurar la presencia de pústulas de donde sacaban pus para afectar a los próximos dos. Si se usaban dos niños por vez, era para asegurar la continuidad del proceso, en caso de que alguno de los dos no se enfermera o resultara muerto en el ejercicio.
Y es que, para asegurar el éxito de una misión, un ingrediente esencial es la implicación personal de los gestores del proceso. Isabel Zendal, la enfermera que se ocupó de todos esos niños, llegó a adoptar a uno de ellos. Hoy, casi doscientos años después, el hospital inaugurado recientemente en Madrid para atender exclusivamente a pacientes de covid, lleva el nombre de esa enfermera.
Más que padecer personalmente la enfermedad, como ha sido el caso de gobernantes que han sobrevivido a la covid como Jair Bolsonaro en Brasil, Donald Trump en EEUU o Emmanuel Macron en Francia, fue el haber tenido allegados afectados lo que parece haber contribuido a la efectividad de la aplicación de los planes de vacunación. Esperemos que, en los meses futuros, para la implementación de nuestros propios planes de vacunación, se cuente con la colaboración de personas que hayan tenido parientes que hayan padecido en carne propia la enfermedad. Su identificación con la supervivencia podrá ser muy útil.