Cualquiera creería que, después de su milagroso escape a la Justicia en el caso de ser acusado de corrupción en el escándalo del oftalmólogo dominicano condenado a 17 años de cárcel en Estados Unidos por engañar al gobierno, a pacientes y al fisco al cobrar fraudulentamente US$73 millones, el dichoso senador Robert Menéndez trataría de nunca jamás mencionar a la República Dominicana.

Sabrá Dios de cuál manera sus amigos criollos le recordaron cómo se libró de ser condenado, no porque un jurado lo encontrara inocente sino por un tecnicismo judicial estadounidense. Tal vez le recordaron cómo sus efectivas gestiones locales revirtieron los testimonios de prostitutas menores de edad con quienes Menéndez habría festejado su amistad con el convicto oftalmólogo en casa de este.

O sea que razones poderosas hay para que Menéndez evite cuestiones dominicanas pero también para complacer a sus chapulines locales, el clan político-familiar al cual alguna prensa llama despectivamente “Los Vinchos”, pese a los reconocidos méritos de su patriarca Marino Vinicio Castillo y la bonhomía de Pelegrín. Y mucho debe complacerles que el senador Menéndez, miembro del Comité de Relaciones Exteriores del Senado estadounidense, escriba al secretario de Estado, Mike Pompeo, para advertirle de su “profunda preocupación por actuales esfuerzos para reformar la Constitución de la República Dominicana para evitar límites de período presidencial y permitir al actual Presidente Danilo Medina aspirar a una segunda reelección sin precedentes”.

Lo de “sin precedentes” recuerda el llamado Gacetazo de 1978, y múltiples anteriores y posteriores actuaciones políticas de los Castillo, difícilmente reconciliables con su presente rabioso anti-reeleccionismo que aplican exclusivamente a Danilo Medina.

Menéndez, asesorado por sus amigos locales, invoca una encuesta según la cual más del 60% de los dominicanos se opone a una reforma constitucional. Pero no menciona que esa misma encuesta y otras indican que pese al inequívoco pero revocable impedimento constitucional, la mayoría del pueblo dominicano paradójicamente prefiere que el Presidente Medina siga gobernando, dándole mejores calificaciones que a quienes desean sucederlo en el cargo. Ni refiere que la Fuerza Nacional Progresista (FNP), franquicia electoral de los Castillo, no llega ni al 1%  de preferencia o aprobación en ninguna encuesta ni elecciones.

Tampoco menciona Menéndez en su carta a Pompeo que el clan Castillo es el más vitriólico defensor de la golosa pre-candidatura presidencial del ex presidente Leonel Fernández, que aspira no a un tercero sino a un CUARTO período, como candidato del mismo partido de Medina, el PLD, y de cuya suerte electoral depende la FNP para sobrevivir.

Si la real preocupación del senador socio de los Castillo fuera “la importancia de la gobernanza democrática en la República Dominicana”, ¿se justificaría esta flagrante intromisión en una cuestión puramente interna cuya relevancia palidece por pequeña ante todos los demás retos políticos de la región, como los casos de Venezuela, Cuba, Nicaragua y otros? Seguramente Pompeo se habrá rascado la cabeza ante la carta de Menéndez…

A tono con su impostada y falaz preocupación, Menéndez pudo referir a Pompeo que si la Constitución dominicana no se reforma, como puede válida, legal y legítimamente hacerse igual que muchísimas veces antes según la tradición dominicana, y el candidato Fernández lograse una cuarta presidencia, su récord indica que sería junto con Cuba el mejor aliado regional de la izquierda venezolana. Los Castillo han liderado los vítores a Chávez y Maduro.

Una eventual reforma constitucional dominicana, si es hecha cumpliendo los procedimientos indicados por la propia Constitución, jamás podría considerarse un ataque a las normas democráticas, sino un resultado precisamente de éstas. Cosa distinta sería cualquier imposición ilegal.

Afortunadamente, el desprestigio de Menéndez –especialmente por sus negocios dominicanos, incluido un fallido intento corrupto para beneficiar a sus socios imponiendo trabas a la operación de puertos marítimos en República Dominicana— es ampliamente conocido en Washington y Santo Domingo.

Constituye una vergüenza que en su afán de promover a toda costa una cuarta presidencia de Leonel Fernández, los socios dominicanos de Menéndez lo utilicen tan burda y anti-patrióticamente para proponer que Estados Unidos sea quien determine cómo, cuándo y por qué los dominicanos podemos legalmente modificar nuestra Constitución.

Además, si Menéndez realmente creyera lo que escribió a Pompeo, sus esfuerzos intervencionistas debería dirigirlos a fortalecer las opciones electorales distintas al PLD, en vez de tomar partido en la disputa interna de ese partido sobre la reforma constitucional. Quizás los Castillo afilaron cuchillo para su propia garganta…

Ojalá con esta carta suya a Pompeo, Menéndez considere saldada su onerosa y delicada deuda con los Castillo, porque para compensar su penosa incapacidad de concitar votos para sí mismos estos han cultivado una inveterada disposición para desplegar fuegos artificiales y el gadejo político. Tras el estruendo, el humo y el brillo fugaz, siempre vuelve a clarear. Esta vez igual, aunque insistan porfiadamente.