Contrario al empirismo, el racionalismo, hijo de Sócrates, el pensador más trascendente de la historia, pone el énfasis en la razón como fuente del conocimiento. Es innegable entonces el papel de la dialéctica y de los argumentos, para arribar a la verdad. Para llegar a esta, Sócrates reconocía que cada persona tiene límites y en la medida que indaga más sobre un tema, descubre que hay más cosas por conocer, nuevas verdades, nuevas ideas y al revisarlas reconocemos nuestras debilidades.
El mundo de contrastes, de confusiones, de acontecimientos inesperados, de informaciones dirigidas, que buscan crear opinión pública, para ocultar verdades, de noticias que sorprenden, pueden llevarnos a un estado de perplejidad (Gabriel Flores). Ante ese estado de cosas muchos se protegen adoptando una posición de indiferencia, cuando tenemos grandes certidumbres.
Vivir en incertidumbre plantea retos de cambio. La incertidumbre emociona, nos permite indagar o interactuar con otras personas para adquirir nuevos conocimientos (Flores). No estamos preparados para la incertidumbre, porque damos el mundo por hecho y cuando nos viene una realidad nueva no sabemos qué hacer. Entonces el problema no es la incertidumbre sino la certidumbre. No estamos preparados para lo que nos genere incertidumbre.
Quedarse paralizados frente a las confusiones de cara al futuro genera, más que perplejidad, angustia. Dado que desconocemos qué va a pasar, adoptamos ciertas medidas para afrontar ese futuro desconocido.
Pero, ante el sufrimiento de los demás, la miseria, las violaciones de los derechos humanos, la violencia de género y la discriminación no podemos quedarnos perplejos, porque estaríamos incurriendo en la perplejidad despreocupada.
En una sociedad de tantos dogmas y verdades parceladas, hay que generar espacios de reflexión, de diálogo, de discusión y con ello contribuimos a la disminución de la violencia. El debate es un medio para atenuar los efectos de la perplejidad.
La perplejidad no es mala, ella nos indica lo que no podemos controlar y nos conduce a buscar las formas de resolverlo. La perplejidad es, pues, también una oportunidad para repensar el mundo en que vivimos.
La pandemia de la COVID-19 nos ha llevado a sentir grandes niveles de incertidumbres. Es hora de abandonar la comodidad de las certezas que impiden nuestro cambio, como personas y como sociedad. Muchos y muchas necesitan de nosotros.