Las circunstancias han dado lugar a que publicara en este diario dos artículos dos fines de semana seguidos, uno para hablar del Día Mundial del Agua, y el otro porque, como Responsable de una Organización de Naciones Unidas en el país, quise comentar y analizar la crisis del COVID-19 en el contexto de mi área de conocimiento y del mandato de mi Organización.

Hoy me atrevo a compartir mis reflexiones (ya ven, la osadía de la ignorancia) sobre el paso del tiempo y sobre la incertidumbre del futuro, como ciudadano en confinamiento como cualquiera de ustedes, independientemente de la edad, el género, el domicilio o la condición social.

En primer lugar, en estos días hemos perdido las referencias que nos hacían diferenciar unos días de otros; éstos se suceden sorprendentemente iguales. Esta mañana me levanté, desayuné, y encendí la computadora para iniciar mi rutina laboral. Una mañana más, sin apenas ruido en la calle, como en los últimos 15 días. Después de varias horas me he dado cuenta de que era domingo, el día oficial de reposo. Otro domingo cualquiera mi esposa ya habría salido a misa y yo no hubiera tenido esta desorientación. Pero ahora estamos encerrados, en casa, por nuestro bien y el de la sociedad en su conjunto.

En realidad, la división del tiempo es un artificio humano. ¿Quién decidió dividir la vida en años, los años en meses, y estos en días y horas, y hacer unos días y unas horas laborables y otros no? ¿No tienen ustedes la sensación, encerrados en casa, de que el tiempo discurre de otra forma, a otra velocidad? Yo no sabía qué día era hoy.

Esto me recuerda una anécdota que me contó un colega de Mauritania, hace ya mucho tiempo, cuando trabajábamos juntos en África. Un aviador francés le preguntó a un nómada tuareg cuánto tardaba en ir de Nuakchot, la capital, a Tombuctú, en el vecino Mali. Este le respondió que 15 días, con escalas muy precisas en los escasos pozos identificados en el camino, necesarios para calmar la sed de las personas y de los camellos. El piloto le respondió, entre risas, que él tardaba medio día en su avioneta. La respuesta del tuareg fue esta: ¿Y qué haces los otros 14 días?

Un proverbio afgano, que algunos atribuyen también a alguna cultura africana, revela el sentido de esta historia tuareg de forma más gráfica: “ustedes en occidente tienen reloj, pero nosotros tenemos tiempo”. El reloj nos condiciona y presiona, y es mejor no planificar tanto, según la célebre cita atribuida a John Lennon: “la vida es eso que pasa mientras tú haces otros planes”.

En segundo lugar, me gustaría abordar una cuestión sobre la cual ya se están haciendo eco muchos medios de información, independientemente de su línea editorial: ¿Estamos en un cambio de época? ¿La relación entre el Estado, la sociedad y la economía, gestionados hasta ahora en tantos países a través de sistemas democráticos y capitalistas, sufrirá algún cambio? Si la respuesta es afirmativa, ¿Estos cambios serán temporales o permanentes?

Un editorial reciente del Financial Times, abanderado prestigioso de ideas liberales y conservadoras, expresaba que la crisis del coronavirus ha provocado un hundimiento económico sin precedentes, resaltando la desigualdad existente en nuestras sociedades y la necesidad de respuestas inéditas, entre ellas ciertas “reformas radicales”, como aceptar que los Gobiernos tengan un papel más activo en la economía, y ver los servicios públicos como inversiones, no como cargas.

Tal vez esta crisis imprevista y global normalice el sentido común. Más aun, tal vez deberíamos de contextualizar esta crisis en otras problemáticas como la desigualdad, e incluso la destrucción del planeta.

Todos somos conscientes de que es necesario un cambio de rumbo. Sin embargo, cada uno de nosotros continuamos con nuestras vidas, frustrándonos por no poder salir de casa, en lugar de pensar que muchos seguimos teniendo salud, alimentos, incluso empleo. 

Deseo que esta pandemia sea una oportunidad para evitar que el tiempo pase sin cambios relevantes. En este sentido, alienta mi optimismo el hecho de que el confinamiento está dando lugar a iniciativas solidarias. Intentemos dedicar tiempo a los demás, a los cercanos y a los que no conocemos. O nos ponemos como objetivo la prosperidad común, sin dejar a nadie atrás, o no duraremos mucho como especie.

Pongamos cada uno nuestro granito de arena. Juntos y juntas podemos.