Es la segunda vez que abordo este tema y lo hago con la conciencia que me guía al escoger cada semana el tema de mis artículos en este espacio. Mis casos en la consulta son como la brújula que me indica hacia donde se mueve la necesidad de aprendizaje de quienes me leen y yo sólo me dejo guiar. De nuevo se coloca frente a mí la resistencia a vivir la tristeza como emoción humana y natural en respuesta a un evento que provoca dolor.

La semana pasada me dice la secretaria que debo ver un caso de emergencia. Se trata de una señora que quiere que vea a su hija que acaba de perder a su bebé. Colocamos el caso en la agenda ya completa, pero le hacemos el espacio para recibirla. Al llegar la hora de la cita pautada, la secretaria me dice que la madre de la joven quiere conversar primero a solas conmigo y accedo a recibirla.

La Sra. me dice que está muy preocupada porque su hija, hace 10 días perdió a su bebé y todavía no quiere salir de la casa, no quiere hablar con nadie, no quiere comer y llora con mucha facilidad, cree que está deprimida. Muy prontito luego de este relato, hago pasar a la joven. Una chica hermosa de 27 años, en tonos de azul estampado con un vestidito largo de esos que dan un aire de cómoda formalidad. Lleva lentes oscuros, pelo recogido en una cola y sandalias sin tacos que dejan ver sus pies bien arreglados. Lo que veo ya me da una idea del estado emocional de la chica.

Inicio la evaluación y encuentro que, efectivamente, expresa que no tiene ánimos de ver a nadie, no quiere salir de la casa, su apetito está alterado y no entiende cómo de un día para otro su bebé no está. Por otro lado, encuentro que duerme la noche completa, no tiene ideas suicidas, logró vestirse para salir, llegar a mi consultorio y conversar conmigo. Tiene una pareja, el padre de la bebé, de quien se siente amada y que a pesar de vivir fuera del país, la ha acompañado en este proceso. Tiene amigas con las que cuenta y una madre que se trasladó desde Europa para estar con ella en este momento difícil.

Luego de escucharla con respeto e intentar conectarme con su emoción, le digo que lo que siente se llama tristeza. Le explico a la madre que su preocupación es legítima y la felicito por buscar ayuda, pero que la reacción de su hija es completamente natural frente a un evento tan doloroso como perder a una hija. Que es natural que no quiera recibir a nadie ni escuchar los argumentos que cada persona tendrá acerca de por qué, cómo y para qué murió su bebé. Que está justamente en la primera etapa del proceso de duelo que se llama negación y que por eso no entiende ni acepta que la bebé que cuidó durante 9 meses en su vientre, la recibió con alegría, al otro día ya no estaba.

Estamos en un mundo donde a manera de panfleto y como fórmula mágica, se le quiere imponer la risa y la "felicidad" a la gente. Es casi un intento de disociación obligada a lo que las personas sienten y quieren hacer. Rápido se lleva a la gente a pasar  al siguiente momento sin haber integrado la emoción que provocó el evento anterior. Los mensajes mercadológicos de "lo corta que es la vida", "que es una sola", que " pare de sufrir", llevan a la gente a caminar con todas las tristezas a cuestas, que más adelante en la vida saldrán a manera de síntomas.
No hay que correr, no hay que saltarse pasos, hay que vivir y esto implica lo alegre y lo triste, lo bueno y "lo malo" que regularmente termina siendo lo mejor en aprendizaje y crecimiento.

La tristeza es parte de la vida, viene incluida y como dije en un artículo anterior, tenemos que aprender a darle la bienvenida, tomar el aprendizaje que nos trae y luego  despedirla.

solangealvarado@yahoo.com

@solangealvara2