Las provincias dominicanas sufren un proceso de estandarización comunicacional que sustrae a su gente de su propia realidad socioeconómica, política y cultural.

Entretenidas en el día a día, las personas no advierten sin embargo la gravedad de este secuestro de sus mentes por parte de medios foráneos. Los temas de su agenda diaria son impuestos desde otras esferas y resultan ajenos a sus intereses.

La televisión, la radio, los impresos y las redes sociales locales, excepciones aparte, reproducen los mismos discursos y tonos de los medios de la gran ciudad. De momento parecen malas caricaturas. No reflejan ni por asomo la identidad de las comunidades a las que sirven. Son especies de “copia y pega” de la urbe, con los vahos incluidos. Si es por los contenidos expuestos, usted nunca se sentiría en la provincia. Y eso es inaceptable.

Las comunidades de las regiones dominicanas tienen su propia problemática. Los servicios de agua potable, saneamiento, calles, electricidad y salud son muy precarios. Ni hablar de la escasez de  viviendas, desempleo, falta de espacios para el ocio. Las bancas de apuesta, los vicios, el hacinamiento y la violencia ganan terreno por hora. 

Pero los barrios y parajes de esas mismas comunidades también están llenos de gente noble, laboriosa, humilde, practicante permanente de valores como responsabilidad, solidaridad, honradez, honestidad, lealtad, gratitud y respeto.

A esa gente hay que visibilizarla todos los días en los medios provinciales, y en los primeros planos, nunca como relleno para simular cumplido. Ha de ser la protagonista de nuestras historias cotidianas, aunque exhiba ropas raídas en vez de saco y corbata y vestidos de París.

Esa no se enmascara de hipocresía para persuadir incautos, y desconoce la ingratitud, la pose acartonada, la mirada falsa y el cuello duro. Se presenta tal como es: con su gastronomía, su música, sus celebraciones religiosas, sus bailes, sus bebidas, su indumentaria, su arquitectura, su caminar… y hasta con sus defectos.

Allí hay historias por doquier: la madre que ha criado a su prole lavando y planchando; la mujer que cargó sin desmayo con las labores del hogar y la crianza de sus hijos; el hombre que cogió la azada o el machete para hacer parir la tierra; la joven y el joven que prefieren morir antes que vender sus cuerpos al mejor postor, o dedicarse a ser “mulas” del narco; el vendutero que recorre las calles con la esperanza de vender para conseguir los pesos del diario; el mecánico, el electricista, el plomero, el desabollador, el chófer, el policía, el bombero, el médico, el profesor, la doméstica y el limpiabotas que no negocian sus principios… Allí hay hechos para las noticias de calidad, esas que ayudan a construir convivencia, paz, esperanza. Y hacia allá hay que echar la mirada, si se opta construir un espíritu comunitario crítico.

Para lograrlo, comencemos por abrir las compuertas a la mayor cantidad de canales de radio y televisión (por cable y abiertos) en cada provincia.

El Instituto Dominicano de las Telecomunicaciones (Indotel) y las alcaldías (con el uso de suelo) deben de cumplir su responsabilidad social en esta coyuntura crucial.

La democratización de las comunicaciones sería un buen escudo contra la enajenación creciente de las comunidades. Hay que resucitarle la capacidad de pensamiento y sacarla de la anomia profunda.

Cerrarse a la competencia, ser mezquinos y apostar a la concentración de medios representa un atentado contra la vida comunitaria. Escojamos, sin dilación, el mejor camino.