Lo hemos dicho y repetido en distintas ocasiones: salvo los militares en tiempos de guerra, el periodismo es la más peligrosa de todas las profesiones.  No es una afirmación caprichosa ni que peque de exageración.  Las pruebas están a la vista.

Sin contar las bajas que sufren los corresponsales de prensa que cubren el peligroso servicio informativo de las incidencias de la guerra en los distintos frentes de batalla, cada año decenas de periodistas pierden la vida en la retaguardia civil por causa de su ejercicio. 

América Latina se ha convertido en el continente de más alto riesgo, donde según revelan la Sociedad Interamericana de Prensa y Reporteros sin Frontera, decenas de periodistas han sido asesinados en los últimos años. La mayoría por las bandas de narcotraficantes y el crimen organizado.   Pero también por gobiernos de fuerza, intolerantes, represivos y corruptos.  En ambos casos para acallar sus voces de denuncia y en represalia por sacar a la luz pública sus turbios negocios, secretas complicidades y tenebrosos crímenes.

No hay que remontarse lejos.  Durante la pasada III Cumbre Empresarial de Las Américas y VIII Cumbre de las Américas efectuada en Lima, el presidente de Ecuador, Lenin Moreno, se vio obligado a abandonar inesperadamente el evento para regresar de inmediato a su país, ante la conmoción pública ocasionada por el secuestro y posterior asesinato del joven periodista Javier Ortega, el foto-reportero Paul Rivas y el chofer del vehículo que los transportaba, Efraín Segarra, cuando llevaban a cabo un trabajo de investigación sobre la violencia en las cercanías de la frontera con Colombia.  Las investigaciones apuntan a un grupo disidente de las FARC como responsables del triple asesinato.

No repuestos aún del impacto de estos crímenes, llega  la trágica noticia del asesinato de la periodista Karla Turcios.  Desaparecida, su cuerpo sin vida fue encontrado en una carretera en las afueras del poblado de Santa Rosa Guachipilín, a un centenar de kilómetros de San Salvador, con señales evidentes de haber sido estrangulada.  De recordar que El Salvador, en cuyo vientre cobró vida la sanguinaria banda de Los Maras, es uno de los países del mundo donde resulta mayor el índice de la violencia criminal, posiblemente solo superado en el continente por Venezuela, que ocupa el poco envidiable lugar de cabecera a nivel mundial.  En El Salvador proliferan también los carteles del narcotráfico.

Y sin ir muy lejos, al otro lado de la frontera, un conocido fotógrafo de prensa haitiano ha desaparecido, sin que las autoridades  hayan podido localizarlo, por lo que se presume fue secuestrado y muy probablemente asesinado.

Por suerte no es nuestro caso.  Si bien en los últimos cinco años hemos tenido dos asesinatos en el campo periodístico. El primero, en La Romana, captado en detalle por las indiscretas cámaras de vigilancia, que costó la vida al periodista José Silvestre, cuyo juicio acaba de concluir con un fallo condenatorio de 20 años para el autor intelectual y 30 para los ejecutores.  El segundo, de Blás Olivo, pendiente todavía de juicio de fondo que a base de triquiñuelas legales ha sufrido hasta ahora ¡266 reenvíos¡ y donde corren fuertes rumores de que el principal implicado ha estado tratando de silenciar a los testigos de cargo mediante sobornos e intimidación.  Es el mismo caso, por el cual denunció haber sido amenazada desde dentro de la prisión, la destacada periodista Alicia Ortega, lo que debe ser investigado hasta develar cualquier posible trama criminal en su contra.

Si bien disfrutamos de libertad de prensa y el ejercicio periodístico dista de haber llegado a los niveles de peligrosidad de los países que mencionamos y otros de la región, no podemos dejar pasar por alto agresiones que han sufrido distintos colegas de la prensa,  tanto por parte de particulares como de autoridades civiles, policiales y militares. Periodistas han sufrido detenciones arbitrarias, en algunos casos con empleo de la fuerza y uso de armas; en otros, camarógrafos y fotógrafos, han sido despojados de sus equipos.  Son  hechos que figuran  en el informe rendido a la SIP por  Miguel Franjul, cuyo texto leyó Adriano Miguel Tejada en la reunión de medio año de la entidad continental. No dejan de ser síntomas preocupantes y enviar señales de alerta.

La libertad de prensa ha sido en todos estos años un motivo de orgullo para el periodismo dominicano, y para los gobiernos que se han sucedido en el poder como expresión de su carácter democrático.  De desear y esperar que continúe siéndolo.