Estamos en un punto, pues, en el que pareciera que nadie sabe a ciencia cierta hacia dónde dirigirse. Si bien no faltan los experimentos: inundar la red de nuevos blogs y publicaciones en línea, convertir a los reporteros en "multiusos postmodernos", invitar a los lectores a las redacciones. No contamos aún con modelos, ni tendencias, ni fórmulas claras para "salvar" al periodismo del naufragio, ni tampoco para terminar de sepultarlo en la arena de los nuevos tiempos. Quizá, como ha dicho el periodista español Juan Luis Cebrián, "los medios enfrentan un cambio de modelo, no una crisis”. Teorías hay para todos los gustos.

“¿Qué nos depara el porvenir? Probablemente más, aunque no necesariamente mejor”, dice Antonio María Delgado. Del otro lado del auricular va posteando en sus redes sobre la historia del día (“la última Madurada”), mientras conduce por la 58 a la estación del Herald. De un momento a otro y como por instinto, detiene el auto y se desmonta. Choque múltiple. Breaking News. Le toca cubrirla.

Antonio no cree en eso de la convergencia periodística. “El que mucho abarca poco aprieta”, dice. Pero explica que es una cuestión de costos y nada puede cambiar la situación. Añade que el valor agregado es el nicho que los medios están tratando de llenar en este momento. El ir más allá del simple anuncio de la noticia: analizar qué es lo que significa, qué repercusiones va a traer. Poner los acontecimientos en contexto.

El reportero se abre paso entre los treinta mirones que se han amontonado a contemplar el suceso, mientras graban (en HD) desde sus teléfonos el cuerpo sin vida de uno de los accidentados. “Chino alcoholizado causa choque en cadena”, pone el más reciente post de @tuVecinito en twitter; (Hashtag: “#fucktrac”). Los bomberos ya han acordonado el lugar.

Antonio muestra su identificación de prensa, lo dejan pasar.

“El periodismo ciudadano es válido. La gente necesita libertad de expresión y las redes sociales facilitan eso”, dice Antonio. Sin embargo, está muy claro de su rol profesional, pues periodista es el que sabe cómo verificar la noticia, como interpretarla, qué puede y que no publicar. Eso, para él, es lo que le otorga credibilidad.

Es el único reportero en el lugar. Con el GPS del teléfono, envía su locación al Herald y unos cuantos datos para que vayan componiendo la historia online. “La internet revolucionó todo. Hace diez años no pasaba esto”, dice Antonio. No hay tiempo para trípode, toma las fotos con el mismo celular y las manda por correo electrónico. Se empieza a escuchar el ruido de los helicópteros ¿o serán drones?. La noticia se ha regado en el ‘tin-tun’ de un Whatsapp.

A Alberto Quian lo acaba de despertar el suyo. Le notifican que debe entregar el reporte de redes antes del mediodía. Desde que el mundo diera un respiro frente a las fallidas predicciones del Y2K en el 2000, cuando él se incorporaba al periódico de su ciudad (Faro de Vigo), la prensa escrita ha estado agonizando. Pero Quian asegura que aún no se ha alcanzado el cénit de esta crisis- o cambio de modelo.- Aunque trabaja como comunicadorfreelance especializado en periodismo y medios digitales, mantiene su confianza en el papel, pues el dinero sigue estando allí. “Su función más importante: la lectura pausada, la profundidad y la reflexión que nos falta en el medio online”, dice.

Hace mucho que el aroma de su café cargado no se entremezcla con el de la tinta de El País, sino con el constante tecleo en su MacBook Air. Va directo a Mashable. Las portadas de los grandes diarios en línea le parecen ilegibles para el usuario nativo digital. “Son un totum revolutum de noticias, publicidad, promociones, botones… casi infinito que espanta a los usuarios y que no le son útiles”, dice Quian.

Sin embargo, aquellos medios impresos que cuentan con el respaldo de grandes inversores y accionistas (interesados principalmente en utilizar la marca, prestigio, influencia y poder que aún mantienen para su propio provecho) ya empiezan a tener que convivir, y competir con nuevos medios nativos digitales. “Tal vez con menos recursos, pero con más ingenio, resultan dinámicos y frescos para el nuevo ecosistema comunicativo que se está configurando”, dice.

Quian está trasnochado, se ha pasado hasta las tantas trabajando en su demo musical que luego compartirá con sus followers en Soundcloud. “El futuro de los periodistas está en saber usar herramientas tecnológicas complejas y un lenguaje de programación con la misma destreza que el lenguaje natural”, dice Quian , poniendo como ejemplo el llamado Big Data y su aprovechamiento para el periodismo científico o de investigación. Otra novedad son los Drones, que asegura irán ganando cada vez más protagonismo. Cosa que ya se ha visto en conflictos bélicos, donde se han obtenido imágenes aéreas de lo que está sucediendo sin arriesgar las vidas de los reporteros.

Y hablando de conflictos no puede dejar pasar ‘la bomba del siglo’: WikiLeaks. Para él, la filtración que ha asentado las bases de un nuevo periodismo, al que se puede llamar periodismo hacker… o como se quiera. “Ninguna sociedad que aspire a la transparencia y a vivir en democracia puede aceptar que el poder de la información solo lo manejen los gobiernos y corporaciones”, dice Quián. Sin embargo, explica que esto no debe alterar el derecho a la privacidad ni entrar en conflicto con la revelación de secretos corporativos o de Estado que afecten a la humanidad.

A través de la cámara de skype, Quián muestra la portada de su libro más reciente “El Impacto mediático y político de WikiLeaks” (Editorial UOC, Abril 2014), no sin antes enviar el link de su e-book en Google a US$6.90. “WikiLeaks ha creado escuela. Los periodistas han jugado como correas de transmisión del poder político y económico” dice. Y se refiere a una nueva escuela de periodismo que busca no sólo subvertir el secreto como mecanismo de gobierno, control y manipulación de las naciones y corporaciones empresariales, sino de aquella que cuestiona el papel de los medios de información.

Para Quián existen dos relatos distintos sobre Edward Snowden y Julián Assange. “Héroes convertidos en icono, casi en mito, para los que buscan el derecho a la información; y villanos para los que ven cómo sus secretos, su sistema y artimañas están saliendo a la luz pública”. Sin embargo, dice que  Assange y WikiLeaks han cuestionado a los propios periodistas por plegarse a los intereses de los medios para los que trabajan, que responden a su vez a politiquería y negocios y nada tienen que ver con el periodismo como garante de una información libre e independiente.

Le quedan 20 minutos para enviar el reporte . El tema del Cablegate resulta tan extenso como los 251.287 documentos obtenidos por la organización. “Su valor no reside tanto en los contenidos de lo filtrado, sino en la demostración de poder de WikiLeaks a través de una colaboración sin precedentes en la historia del periodismo entre cinco de los más influyentes medios occidentales”, dice Quian y el Wifi de su casa en Inglaterra se desconecta.

El interés mundial que han despertado esas publicaciones ha sido tan enorme y evidente como el beneficio que les ha debido de suponer a The Guardian, The New York Times, Der Spiegel, Le Monde y El País el acceso exclusivo a los papeles de WikiLeaks. Aún así, tienen, cada uno, su propio modelo de negocio.

Por un lado está The Guardian, modelo de web abierta, con un visionario a la cabeza, Alan Rusbridger, hombre de discurso radical. Aboga por que el internauta no tenga que pagar por contenidos online y ve en las aplicaciones y la publicidad móvil sus mejores aliadas para obtener ingresos.

Por otro, The New York Times, que ha ido incorporando secciones como los publirreportajes o Native Advertising, como prefieren llamarlo en Estados Unidos. “Puede terminar desdibujando la línea divisoria entre el producto editorial y el material proporcionado por anunciantes”, dice Georges Vermenton, director de campaña del diario norteamericano. Pues se trata de artículos pagados por empresas, que se asemejan en su redacción y presentación a los contenidos periodísticos de la página web.

Le Monde tiene su portada abierta al público, pero cuenta con una versión para abonados que da entrada, por ejemplo, a los archivos. Der Spiegel publica artículos de la propia redacción de la revista junto con otros de agencias. Incluye algunas notas de la edición impresa sin ningún coste. El resto se puede obtener en formato PDF previo pago.

A la pregunta de si El País se plantea establecer un muro de pago, su director Antonio Caño responde: “No existe en este momento, ni en España ni en el mundo, un modelo de negocio para los periódicos con garantía de éxito.

En la 5959 de Blue Lagoon Drive, hay otro español agobiado. Ignacio Esteban ha recibido una alerta de AP: “Republicano Marco Rubio se postula a presidenciales EE.UU.”, lee el titular, pero Esteban es director de contenidos digitales de la Agencia EFE. No puede corroborar su fuente. “¡Joder, pues atribúyeselo a ‘medios locales’!”, ordena a uno de sus redactores a sabiendas de que ya no importa, pues este lunes, su competencia directa le ha ganado la carrera.

AP (Associated Press) es otra agencia donde todos los días son lunes. Al colapsar United Press International (UPI), en 1993 como mayor competidor, dejó a la AP como el único servicio de noticias con sede en los Estados Unidos. En 2003, cuando Gisela Salomón empezó a trabajar allí, la difusión de noticias por Internet amenazaba la estructura financiera de la empresa. En una reunión anual, anunciaron que para el año siguiente y por primera vez, comenzarían a cobrar separadamente por la publicación de noticias e imágenes en las páginas web. (Previamente, el material de la AP podía ser publicado en Internet por el comprador sin cargo extra). “No funcionó. La cooperativa decidió abandonar el plan y lograr más lectores al lanzar la página web asap”, dice Gisela.

Gisela insiste en que el corazón del negocio periodístico no se derrumba. Pasa por dificultades: la pérdida de circulación, la caída de ingresos publicitarios, la crisis económica, el reto tecnológico y la confusión del modelo de negocio. Agrega que los que tienen verdadera vocación de periodistas solo deben cumplir con su rol: “presentar los acontecimientos de la manera más objetiva que podamos, corroborar con distintas fuentes y al mismo tiempo adaptarnos a la realidad de que tenemos que presentar la noticia ahora, ¡ya! y en todos los formatos”. Gisela no conoce la fórmula del futuro, pero sabe que el cambio ya está sucediendo .

Javier Aparisi no entiende de qué se quejan “los de ahora”. En sus “buenos tiempos”, probablemente se encontrara subiendo el Cerro Tupungato para filmar un documental, o devanando la cinta sinfín de una teletipo cargada con todas las noticias del mundo en una sala de redacción. “Imprimía de un lado, sacábamos el rollo y redactábamos del otro lado con la máquina de escribir”, recuerda. Y para corregir un error que ya se había ‘engatusado' demasiado, entonces cortaban  y ponían un parche.

Aparisi, especialista en multimedia, periodista de Reuters, BBC, La Voz de América y demás agencias de peso, también es aficionado a la tecnología. Sin embargo se opone al uso que se le da en la actualidad. Pues aunque antes estaba muy a favor de la inmediatez, esta ya perdió el sentido. “Hay un despelote a nivel estructural increíble, cualquier tonto puede dar una noticia”, dice.

En medio de su análisis, Aparisi recuerda una anécdota de su bisabuelo Francisco Javier, capitán de la armada española, quien renunció a su cargo porque habían pasado de la vela al vapor y “él era un hombre de vela”. Así mismo ve su nieto la tecnología hoy día, pues ha pasado por esos ciclos una y otra vez, con la única diferencia de que al presente van mucho más acelerados. “Lo que aprendiste hace cinco años ya es obsoleto, el periodista que se concentre en eso está cometiendo un error”, dice.

Aparisi es uno más de los que desconocen la fórmula para afrontar esta transición en la que nos hallamos inmersos. Concuerda con sus colegas en que las pantallas nos han alejado de las calles, del mundo físico. Del cara a cara con las personas que se está perdiendo por el abuso de los contactos electrónicos. Hace largo tiempo evidencia los despidos masivos de la mayoría de los medios, incluyendo a periodistas veteranos. “Yo veo eso y digo:  ‘bueno el último que salga que apague las luces’”.