Según un viejo reportaje de la revista Fortune, cuando en el 1999 Bill Gates necesitó un profesional de las finanzas para que le manejara su fortuna contrató a un caro cazatalentos para que lo buscara.  Tres meses más tarde le tenían un candidato de 34 años de edad que Gates contrató al finalizar el día entero que se pasó con él.  (El cazatalentos cobro un millón de dólares.)  Recordar ese episodio es ahora pertinente ya que muchos dominicanos buscan un nuevo líder para sacar al país de la crisis política en que nos encontramos inmersos.

Debe ser evidente que este método de selección no aplica en nuestro caso.  Quien selecciona a un presidente es el electorado y lo escoge de un elenco de candidatos que se proponen ellos mismos a través de los partidos políticos. Tampoco es lo mismo requerir destrezas y habilidades para manejar un patrimonio personal que para manejar los asuntos públicos de una nación.  Pero ahora que en nuestra palestra política escasean los líderes que puedan redimirnos, tienta la idea de comisionar a alguien para que nos busque un flamante y calificado mesías, sea del género que sea.

Que los aspirantes presidenciales se propongan ellos mismos, tal y como lo hace un desempleado que quiere ocupar una vacante específica, no tiene nada de reprochable.  Como los candidatos deben ser propuestos por los partidos políticos, se puede asumir que tienen dotes de liderazgo porque necesitaron nuclear un grupo de ciudadanos que confiara en ellos para actuar en su representación.  Pero sería muy riesgoso asumir por ello que cualquiera puede reunir los requisitos que el solio presidencial amerita.

En efecto, no cualquier líder califica. Esto es así independientemente de cual escuela de pensamiento suscribamos: aquella que postula que líder se nace o aquella que plantea la necesidad de que las circunstancias esculpan el emergente liderazgo.  Muchos observadores, por ejemplo, esperan que de la Marcha Verde surja espontáneamente una figura que logre galvanizar las voluntades y conquiste el apoyo de los indignados. Cualquiera que sea la creencia que predomine, lo cierto es que el líder presidenciable será aquel que reúna ciertos requisitos básicos.

No importa si es buenmozo o feo, por ejemplo, sino que tenga carisma, una cualidad mencionada frecuentemente.  Un diccionario la define como ¨un don de Dios¨, pero eso hay que interpretarlo.  El carisma podría definirse como aquella cualidad de la persona que le conquista simpatías: ¨el político debe poder encantar a la gente¨.   A esto hay que añadir que debe tener la virtud de hacer empatía con los demás.  El resultado debe ser el reconocimiento por los demás de una posición de liderazgo entre los mortales.  Pena Gomez, Bosch y Balaguer se tenían como carismáticos, pero tenían personalidades tan distintas que es difícil encontrar un común denominador entre ellos que pueda ejemplificar el carisma.

Un líder campesino, sin embargo, puede ser muy carismático pero posiblemente carente de suficiente conocimiento acerca de la realidad nacional como para descartarlo como presidenciable.  Este último es aquel que esta familiarizado con los escollos del desarrollo del país y cuáles son los obstáculos en por lo menos los principales sectores económicos y sociales.  Eso no necesariamente precisa de una educación superior ni de ninguna especialidad en particular.  Pero su visión debe poder distinguir con exactitud la frontera entre los intereses colectivos y los privados.  Esa visión puede ser enriquecida por el conocimiento de nuestra historia, así como por la relación interpersonal con los líderes de los diferentes sectores de la sociedad.

Habría que dar por un hecho, por otro lado, que cualquiera que además de carismático tenga una visión panorámica de los problemas del país también tendrá una inteligencia y sagacidad por encima de lo normal.  No se concibe un presidenciable sin que posea la capacidad de emprender, al margen del Programa de Gobierno de su partido, iniciativas creativas frente a las situaciones desafiantes.  Tampoco sin que, al ponerlas en marcha, sepa como esquivar sabiamente los obstáculos y trillar senderos que le lleven más directamente a la meta.  No se trataría de engañar a nadie, sino de identificar más hábilmente las maneras de lograr objetivos con el menor costo político posible.

Pero evadir o minimizar conflictos no es lo mismo que tenerlos cuando sea necesario.  Si hay algo que un presidente hace es tomar decisiones que, casi en todos los casos, afectan intereses.  Cuando afecta intereses privados importantes en favor del bien común, un presidente se expone a represalias que podrían incluir hasta la muerte. Por eso el presidenciable también debe tener coraje ("toga de la virilidad"), un rasgo que deberá exhibir si ejerce con probidad.  No olvidemos la famosa frase de Simon Bolivar: "El talento sin probidad es un azote". 

Para manejar los retos presidenciales, por supuesto, mucho dependerá de las habilidades gerenciales de que pueda disponer el aspirante para tener éxito en su gestión.  Estas habilidades requieren, sobretodo, conocer la naturaleza humana y saber manejar la gente, tanto aquellos que son sus subordinados como los representantes de la sociedad que entran en contacto con él.  Requieren saber cuándo, dónde y a quien exigir, así como recompensar el trabajo y la efectividad.  Un profesor universitario que pretenda el cargo no está calificado por el simple hecho de ser un brillante intelectual.  Sin experiencia gerencial ese profesor sería también un azote.

Finalmente, un presidenciable debe ser un modelo de disciplina personal.  Eso significa que deberá cumplir al pie de la letra con los deberes a su cargo, lo cual requerirá la capacidad para manejar múltiples tareas al mismo tiempo y no alejarse de sus obligaciones por razones baladíes.  El presidenciable debe estar consciente de que el cargo de presidente exige proyectar una imagen de ejemplar cumplimiento y de que la puntualidad y la disposición de trabajar incansablemente les serán tomadas muy en cuenta.  Un vago que pretenda solamente disfrutar de las mieles del poder sin abrazar concienzudamente sus deberes no tiene sitio en la poltrona presidencial. 

De cualquier modo, la disciplina personal tendrá mucho que ver con la situación familiar del presidenciable.  Aunque no sea indispensable tener una familia propia, se debe asumir que tener una familia sin maculas sería un atractivo para el electorado.  A la gente le gusta idealizar a sus líderes y la imagen de un hombre o mujer de hogar con familia estable vende.  Se supone también que los miembros de su familia deben colaborar con el jefe del hogar en sus tareas y que, de ser hombre, la Primera Dama deberá proyectar una imagen de mujer pulcra, aficionada a las buenas causas y sostén emocional del marido.

Todas las cualidades que conforman este perfil –carisma, conocimiento de los problemas del país, inteligencias y sagacidad, coraje y honestidad, habilidades gerenciales, disciplina personal y familia estable—no son fáciles de encontrar conjuntadas en aquel que tenga potencial de liderazgo.  De ahí que tendremos que ver si los acontecimientos labran ese liderazgo en algún dominicano fresco.  Lo que si deberá cumplir el aspirante, sin emular al contratado por Bill Gates, es tener un mínimo de 30 años de edad como lo establece la Constitución y tener como única flaqueza no beber tragos.