El pasado 12 de octubre, un grupo reducido de jóvenes dominicanos se presentaron en actitud de protesta al pie de la estatua de Cristóbal Colón, en el parque con su nombre. En su opinión, no tenían nada que celebrar. Eran pocos, sin embargo, su sentimiento es compartido por muchas otras personas en la región. Aunque solo hubiese asistido una sola persona, me interesa dialogar en son de paz con esos nuevos peregrinos del 12 de octubre. Como Bayoán, personaje central de una novela escrita por Eugenio María de Hostos, andan el trayecto caminado por el Almirante en un sentido alterno.
Su punto de vista es digno de análisis, considerando que fueron progresistas como Hostos que, a finales del siglo XIX elevaron la hazaña del Descubrimiento a la categoría de oda épica. Esto no implica una conclusión en contra del neo progresismo agrupado en la protesta. Tampoco se adelante a juzgar de romántica a la progresía decimonónica en torno a la figura del Almirante.
La reflexión de los jóvenes del parque Colón me importa, puesto que migran hacía una versión inclusiva de la historia. También me interesa su traslado porque, como jóvenes de este siglo, van hacía tiempos en los que no estaré, llevando por los nuevos años la renovada interpretación de identidad nacional. Pero, especialmente me interesan porque su sensibilidad ante el genocidio a los pueblos originarios, así como ante la migración forzosa de africanos traídos como esclavos, habla de la nobleza de sus corazones.
A la tatarabuela mandinga de ellos, de una servidora o la de la mayoría de los dominicanos, la podemos saludar cada mañana frente al espejo. Nos dejó sus sazones gastronómicos, sus caderas apropiadas para la labor de parto, su piel gruesa y su dentadura bonita. Está presente en nuestras vidas. Mientras que el tatarabuelo español nos dejó hablando su lengua, entre otros. Algo de ella en mí descubrí recientemente en México. Mi oftalmólogo, el doctor Zonana, médico judeo-mexicano, me diagnosticó un problemilla afortunadamente solucionable. De esa mujer cuyo nombre no sé, pero quizás tenía mi metal de voz, heredé la posibilidad de desarrollar glaucoma por la vía materna. Un método quirúrgico ambulatorio alejó la posibilidad.
El día de la intervención, el Dr. Zonana me pidió permiso para invitar a unos seis alumnos de su clase universitaria. Acepté y, para mi sorpresa, al rato vi llegar a los estudiantes, unos chicos judíos ortodoxos, vestidos con sus batas de medicina y debajo de salían los flecos del talit, que sirven como medio de remembranza de los mandatos de Dios. Se acercaban con sus lentes, sus tirabuzones adornando cada lado de su caras de hombres jóvenes de ciencia y de fe del siglo XXI. Miraban mis globos ópticos y luego, sorprendidos, a su maestro. Nunca habían visto una paciente con mis características genéticas.
En su reacción pude ver agotada a esa esclava envejecida. Mi ancestra africana habría quedado ciega antes de morir. En esa visión que tuve en el consultorio del Dr. Zonana, la vi sonreída. Existió y caminó hacía la luz, explicaría mi amiga Marie Laure, que ha estado estudiando asuntos de árboles genealógicos. Cada quien hace su propio trayecto hacia la verdad. No obstante, a la otra tatarabuela taína, que se avista en leves rasgos de las familias oriundas del Sur Profundo y otros pueblos que sirvieron como sus últimos asentamientos, es más difícil verla hoy y sensibilizarse con sus penurias. Acaso porque es más difícil de reconocerla en nuestra anatomía, gastronomía o temperamento, estos nuevos peregrinos en la búsqueda de una identidad propia, han elegido la escultura femenina a los pies del Almirante, como la gran abuela taína de los dominicanos. Y les molesta, no sin razón, verla sumisa a los pies de un hombre europeo y de ese en particular.
Puede estar de acuerdo o no con su enojo. Sé de otro joven que hizo un viaje revisionista por la figura de Colón, más bien con dolor y no con enojo. Cuando la estatua del Almirante al centro del parque Colón se develó, Eugenio María de Hostos escribía de manera continua sobre la obra y figura del Almirante. Al igual que a los jóvenes que protestaban el pasado 12 de octubre, al puertorriqueño le produjo pesar el diseño de la escultura que pone a la aborigen al pie del Almirante. No obstante, durante su juventud, celebró en ensayos, poesías y en una novela, la figura de hombre que llegó a considerar un “venerable genio”. En más de una ocasión escribe profundas ideas sobre la centralidad del navegante en El Descubrimiento.
Hostos, un hombre que murió sin ver un avión volar sobre su cabeza llena de ideas progresistas, al abordar el tema, ve más allá del poder monopolístico de Corona Española, de la organización estamental que todavía regía un Viejo Mundo y se reprodujo en versión más cruel en la Conquista. Hostos estudió a profundidad la vida y obra de Cristóbal Colón disponible en su época, convencido de su excepcionalidad. Le tenía tantas preguntas, que escribió La Peregrinación de Bayoán, una novela que recomiendo leer. Bayoán, el protagonista, hace una travesía a la inversa del genovés, de las Antillas a España. La inteligencia, la razón y la conciencia de la formación krausista de Hostos, conversando a través ese personaje con el descubridor de América, es un viaje en sí mismo. Una búsqueda de la identidad serena, dialéctica, no conclusiva. El autor hace a Colón responsable de descifrar el por qué del orden social y político de América, bastante convulso en su época.
A diferencia de los jóvenes protestantes frente a la estatua de Colón, para el joven Hostos, la hazaña tenía un significado portentoso, lo mismo que para muchos de los nacidos en el siglo XX, lo tiene el viaje a Luna. Dejó importantes sustentaciones escritas sobre el particular, que invito a los nuevos peregrinos leer, no para cambiarle sus ideas, sino para ampliar el debate. Explica Adela Rodríguez de Lagunas que: “Colón sirve como un eslabón necesario que le permite al escritor examinar las raíces de la nacionalidad, la crítica del modelo europeo (español) de civilización, además de esbozar la construcción del nuevo hombre del proyecto hostosiano.” Hostos lo considera un “observador tenaz”, un “peregrino sublime”. Esa estimación se produce a pesar de que el maestro de maestros fue consciente de brutalidad atestiguada y admitida por el descubridor.
Los hombres que avistaron a las Bahamas ese día de otoño que los jóvenes dominicanos congregados frente a la estatua y en la redes sociales no quieren celebrar, iniciaron desde nuestra isla la gobernanza de la primera ola de la globalización. El joven Eugenio María estaba al tanto de que no eran esos marineros, en el marco de la ética decimonónica, la representación del progreso. Por el contrario, asienta su conocimiento de los actos de barbarie y del hecho no controvertido de la participación de Colón en la encrucijada histórica represiva.
La profesora Rodríguez de Lagunas analiza la conversación que Hostos quiso tener con el navegante a través de la literatura. Dice la autora que para Hostos: “Colón es el hombre privilegiado que vivenció la inocencia y paz de un mundo intocado por la civilización europea, pero el legado ha sido el triunfo de una civilización de vicios, egoísmos, leyes sociales, e industria. Bayoán critica, recrimina y condena la civilización, el progreso, plasmando una visión binaria de la naturaleza (Mundo Nuevo vs Europa; inocencia, pureza vs maldad, egoísmos; sociedad sin leyes vs civilización; habitantes originales como «raza generosa», «seres sencillos» vs hombres con vicios y codiciosos; paraíso vs sociedad y civilización).”
Percibo con profundo respeto que, al igual que Eugenio María, el joven que buscaba respuestas, es posible que los nuevos peregrinos de la identidad nacional y regional, transiten por una visión binaria entre civilizaciones dominantes y dominadas. A diferencia de los segundos, el joven Hostos, autor de La Peregrinación de Bayoán, lejos de ser condenatoria y conclusiva, cómo explica Rodríguez de Lagunas: “… acude a una estrategia de la acumulación de preguntas y respuestas, procura inquietar y perturbar al lector y se anclan en el texto como ampollas o martilleos.”
Hostos más adelante en su vida abrazaría el Krauzismo y se desinteresaría en la figura de Colón al emprender su obra positivista en América. Pero dejó esas preguntas abiertas, acaso para que los jóvenes peregrinos del pensamiento de hoy las respondan, no sin antes edificarse sobre los hechos y antecedentes del caso. Es recomendable entender cómo un hombre de la estatura intelectual y compromiso social de Hostos, aún joven encontrase en el liderazgo del genovés, valores de una nueva era basada en el exploración científica, por oposición a la fe contemplativa, como método para apoderarse del conocimiento, de la verdad liberadora, de las nuevas fronteras. Hostos es uno de los primeros y grandes progre de las Antillas. A mucha honra me declaré hostosiana hace un tiempo, como fuente eterna de juventud para el espíritu.
Consideraba a Cristóbal Colón el arquetipo de un nuevo hombre, en tanto estratega de una campaña difícil: el inicio de la reunión de la humanidad luego del cierre del estrecho de Bering millones de años antes. Un proceso que no ha culminado, ni ha dejado de ser injusto y cruel. Las riquezas, como ilustré en la entrega pasada, siguen distribuyéndose de manera marcadamente injusta. Y en consecuencia, la crueldad, aunque quizás no tan dramáticamente genocida, sigue provocando violencia contra la mujer, mortalidad infantil, así como de mujeres y niñas embarazadas.
Vale mencionar que Hostos parece haber tenido noticias de la participación activa de Colón en los actos abusivos. Pero no lo juzga desde su ética de hombre del pensamiento Neoclásico y del grado de desarrollo provisto por la Revolución Industrial. Hace algo todavía más interesante, trata de ponerse en sus zapatos de hombre en medio de un cambio dramático en la historia de la humanidad. Se prologa en su novela diciendo: “Raynal, Robertson, de Pradt, Prescott, Irving, Chevalier, me presentaron a América en el momento de la conquista, y maldije al conquistador. Un viaje a mi patria me la presentó dominada, y maldije al dominador. Otro viaje posterior me la presentó tiranizada, y sentí el deseo imperativo de combatir al tirano de mi patria.»
“Para Hostos, Colón es una figura paradigmática, fiel a su búsqueda, el primer testigo occidental de la inocencia de la América, cuyo descubrimiento concibe como una gesta occidentalizadora o civilizadora, a pesar de las nefastas consecuencias”, pondera Rodríguez de Lagunas. Que la juventud agrupada en el parque Colón se rebele contra la enseñanza tradicional, porque su sensibilidad humana les impide ver a taínos y africanos como daños colaterales de la civilización, habla bien de su espiritualidad y sentido de justicia. Sus afiches denuncian la extrema violencia contra las tras tatarabuelas, ante los ojos de Cristóbal Colón. El hecho parece ser conocido para Hostos quien lamenta, a través de Bayoán, los dos significados del Almirante. Dice Rodríguez de Lagunas “se malogra por los compañeros de Colón”, descritos como: esa turba anonadada, impía, «del labio duro y corazón inerte/del caucásico fuerte que convulsan el alma de la única Eva».
El equipaje sociológico de esos hombres, de pies a cabeza, estaba todavía en el medioevo europeo. Ahora bien, para arribar a ese análisis diacrónico de la figura de Colón como han escogido los protestantes (que no van, por ejemplo, a protestar al lado de la estatua de Isabel La Católica), se necesita tomar en cuenta, desde el punto de vista sincrónico, la historia de la violencia en la América precolombina o el África Subsahariana de aquellos años. Tristemente las civilizaciones dominadas tiene sus propios crímenes de lesa humanidad.
Es allí donde la mujer hostosiana nacida en el siglo XX que soy examina con sentido de perspectiva, más no la condena apresurada propia del siglo XXI, a la figura en cuestión. Empero, no me permito segregar como si fuesen dos personas, al Colón descubridor del Colón conquistador, porque no estoy en mis años de inocencia. Cristóbal Colón fue una sola persona, biológica y social. En esa mente que trazó grandes rutas cartográficas, también había una cabeza que ordenó, como hombre de sus tiempos, abuso y muerte como mecanismo de control.
Cierto que, Bartolomé de las Casas y Fray Antón de Montesinos, alzaron su voz contra la injusticia en esta misma isla. Una prueba de que ayer y hoy la humanidad es a la vez, luz y sombra. Para los congregados en esa tarde y en esa idea de rechazo total a Colón, la historia merece una revisión. Pero la historia no se borra, se amplifica.
Ojalá que, en otro 12 de octubre, en lugar de protestar sin más, nos sentemos a examinar los trabajos de Hostos y otros intelectuales, a uno y otro lado de la controversia como hacían los positivistas luego de largas horas de estudio. Junto a los afiches, se deben organizar de debates de ideas, juicios históricos, con reglas de debido proceso, exhibición de evidencia, motivación de denuncias y derecho a la legítima defensa.
La sensibilidad de los protestantes es admisible. Pero son los ejercicios razonados los que permiten comprender los datos perdidos o inexplorados de la historia de la humanidad que afectan a la condición humana en el presente. Junto a la travesía a Marte que no veré, el otro gran hallazgo de este siglo que tampoco veré, será la debida amplificación dialéctica de la lucha contra la desigualdad. Ese es el verdadero tema. No acabó con el genocidio, la esclavitud o con Colón. Apenas empieza.