“El acto ha sido colosal, desbordó toda medida, toda forma y bajo esa condición, ha sido monstruoso”. Pedro Pablo Feinmann.
El apego a la utilización de los recursos públicos en usufructo personal y familiar del conclave morado, desarrollado estos últimos lustros en el patrón dispendioso de su modus operandi. Sumado a ello la lógica acumulativa en origen de capital sustentado en la malversación de fondos y el dolo. Son los únicos motivos con los que cuenta el danilismo, como maquinaria carroñera, para conservar la funesta idea de continuar al mando del Estado, a partir del próximo agosto, asistiendo a las elecciones, teniendo como estandarte una pantomima de aspirante.
La desesperación mostrada en los últimos días, así como, la decisión de construir un relato basado en el pánico, para menguar las posibilidades de la oposición, ancladas de forma absurda en el auge de la pandemia, es la peor manera de hacer resistencia cuasi patológica a dejar las bonazas acumuladas estos años de corrupción e impunidad. De ella, surge la negación a una realidad inmutable. La convicción colectiva de un pueblo resuelto a generar con el sufragio, un cambio de gobierno y el renacer posterior de una democracia usurpada en manos de los peledeístas.
Los bríos, con los que ese grupúsculo diseñó el modelo político más perverso de la historia política local, del cual sacaron beneficios económicos insustentables, hasta con la más mínima auditoría visual, y con el que destruyeron las esperanzas de los desposeídos. Ahora los hace preso del desasosiego, la incertidumbre y el temor al régimen de consecuencias al que serán sometidos por la forma inescrupulosa con la dirigieron la cosa pública. Por ello no encuentran la manera de entregar en buenas formas las riendas del Estado
Han inventado todas las artimañas e implantado todos los métodos espurios, como única herramienta a la que pueden acudir, con el objetivo de restarle crédito y votos a Luis Abinader, quien tiene ventajas infranqueables frente al pseudo candidato que sirve como mensajero de las impúdicas intenciones del oficialismo. Sin embargo, cada intento, refuerza la fe entre los dominicanos y afianza la necesidad perenne, de dar un giro ético a la ciencia de lo posible y la esperanza que envuelve en ella un gobierno perremeísta.
La sociedad exige un cambio. Ella anhela un gobierno cuyas políticas estén dirigidas a reencauzar los senderos democráticos, marchitos en la era del comesolismo. Busca incesantemente un gobierno dirigido por un presidente honesto, que no vaya al Estado a servirse. Que vele por los intereses de todos los estratos sociales, que tenga propuestas claras y creíbles, que dignifique la política y que no forme parte del tigueraje al que estos corruptos nos han acostumbrados.
Luis encarna con sus propuestas, ese sentir unísono de las grandes mayorías. Abre las puertas no solo del cambio, sino más bien, a la recuperación de la confianza, elemento perdido en estos tiempos donde reina el descrédito de los actores. Mientras que ellos son la permanencia de un virus más letal y más pandémico que el utilizado para atemorizar a la gente y mantenerlos en vilo, pretendiendo oxigenar un candidato de flacas ideas y pobrísima proyección.
Su actos, colosales o no, sin importar en que medida hayan desbordado todo, perdieron ya la forma y esa condición, sobre la que emergió el monstruo que devoró el patrimonio de todos, ha sido reducida a cenizas. Por esa razón, no importa cuántos recursos públicos utilicen pretendiendo resucitar el proyecto neonato en el que vierten sus fuerzas, pues, para seguir a Feinmann, “Los aparatos dan muchas cosas. Poder por ejemplo. Pero no inteligencia, que es, siempre, más que el poder”.