Según el Barómetro Especial de Abril, del Centro de Investigaciones Sociológicas CIS, en España el número de creyentes católicos ha caído un 5,4% en medio de la pandemia que azota al mundo y que ha golpeado a la abuela “madre patria” con cierta saña.

En un artículo publicado hace unas semanas en la revista Vida Nueva el autor señala lo siguiente: “Los católicos practicantes se mantienen inmóviles en el 19,5%, mientras que son los no practicantes los que se quitan el apellido “creyente” para pasar a no creyentes, ateos y agnóstico, tres categorías que juntas suman el 36,1%, rozando casi los 4 de cada 10 españoles.” Como siempre, las mujeres están al frente y son quienes mantienen viva la fe. Dice el informe que el 66,7% de ellas son creyentes sacándole más de 11 puntos de ventaja (o desventaja) a los hombres.

¿Qué significa esto? Que muchas personas bautizadas en el cristianismo no están dispuestas a seguir creyendo en el Dios que la religión le ha vendido y que nada tiene que ver con la ternura de Jesús que aparece en los evangelios. Poco a poco se han dado cuenta que esa divinidad no es como dicen, que “da la llaga y también la medicina”. Han comprendido que la divinidad no se deja manipular y cambia de parecer por el hecho de que te des golpes en el pecho con un eterno “te rogamos y ten piedad”. Si Dios actuara según nuestras voluntades, no sería Dios y el mundo y las circunstancias dependerían exclusivamente de nuestros rezos. Si oras y te humillas lo suficiente, te salvas. Es como decir que ese Padre (Madre) de amor tiene un precio para poder actuar, que somos nosotros, con nuestras súplicas y “obras de caridad”, los que compramos su protección y su misericordia. Tan absurdo y perverso como afirmar que si oramos mucho Dios detiene la pandemia o al menos protegerá a la familia que más rece. ¡Eso es herejía!

Yo creo que en el fondo las personas no dejen de creer; más bien abandonan ciertas creencias que aprendieron en la catequesis y que todavía está presente en las mentalidades de algunos líderes religiosos a quienes les conviene ese Dios controlador y pantocrátor para así justificar sus poderes y sus abusos, sus imposiciones y sus manipulaciones de conciencia. Por eso siguen promoviendo ese adefesio, porque saben que, si los fieles conocen más y mejor a Jesús y su mensaje, su poderío se vendría abajo, porque en Jesús todo es al revés de lo que ellos predican.

Perdemos la fe en ese Dios curandero y milagrero que algunas religiones se han inventado o de lo contrario tendríamos que llegar a la conclusión del filósofo y teólogo Juan Antonio Estrada, cuando dice que de no ser así “ese Dios sería alguien, que pudiendo hacer milagros no los hace, porque es una divinidad maligna, porque sería la causa del mal o al menos lo permite”. Un Dios indiferente que se complace con el sufrimiento humano.

Nada es estático, todo cambia, la vida nos ha cambiado de la noche a la mañana y es tiempo también de que limpiemos a Dios y lo exoneremos de hacer nuestras tareas, de estar salvándonos siempre de su propia creación imperfecta; pues de lo contrario los “cristianos” seguirán siendo los únicos responsables del ateísmo creciente en el mundo. Nos hemos encargado de deformar el rostro de Dios que se nos reveló en Jesús y hemos fabricado un muñeco de trapo.

Retomemos en versos la conciencia teológica de León Felipe y superemos el “intervencionismo divino”. Asumamos que somos los constructores de nuestro destino con las herramientas que Dios nos ha proporcionado, que somos libres para elegir el bien o el mal; la vida o la muerte (Deuteronomio 30: 15) que podemos autodestruirnos o simplemente cambiar de actitud y elegir la vida. Seamos responsables y no pidamos a Dios que viva arreglando lo que con nuestra soberbia y torpeza hemos ido destruyendo.

Encontremos en el poeta el eco de quienes no nos conformamos con un Dios terrible y a la vez infantil con el que se alimentan falsas esperanzas.

Aquí vino y se fue…

Vino, nos marcó nuestra tarea

y se fue.

Tal vez detrás de aquella nube

hay alguien que trabaja

lo mismo que nosotros,

y tal vez

las estrellas

no son más que ventanas encendidas

de una fábrica

donde Dios tiene que repartir

una labor también.

Aquí vino y se fue.

Vino, llenó nuestra caja de caudales

con millones de siglos y de siglos,

nos dejó unas herramientas…

y se fue.

Él, que lo sabe todo,

sabe que estando solos

sin Dioses que nos miren

trabajamos mejor.

Detrás de ti no hay nadie. Nadie,

ni un maestro, ni un amo, ni un patrón.

Pero tuyo es el tiempo. El tiempo y esa gubia

con que Dios comenzó la Creación.