Como por arte de magia, República Dominicana se coloca en situaciones incontrolables que los mejores asesores en comunicación no pueden revertir. Estos escenarios, por cierto previsibles, tienen por origen la tradición autoritaria que nos ha caracterizado y la forma megalanaria de imponer decisiones absurdas que nos persigue hasta en nuestra vida democrática.
Para confundirnos aun más este autoritarismo va de mano con polos opuestos como el laxismo, la tolerancia matizada de amiguismo, el clientelismo y la corrupción generalizada que trastornan los criterios de evaluación de cualquier acto haciendo que la suerte y la justicia no sean la misma para todos y todas.
Atravesamos por una de esas situaciones donde es fácil perder el norte. Cuando aparecen señales objetivas de querer poner la casa en orden, inmediatamente se disparan torpedos que apuntalan a que sí para los unos y a que no para los otros. La incautación de bocinas es, por ejemplo, una decisión necesaria, esperada y aplaudida por la población. Esta medida debería ser aplicada no solo a los pequeños comercios sino también, y sobretodo, al anfiteatro Nurín Sanlley del parque Iberoamericano, una de las joyas de la corona de su gestión exhibidas por el alcalde y sede de espléndidos espectáculos y de una “Brillante Navidad” que han convertido un sector residencial de la ciudad en una zona de contaminación acústica. Los ruidos provenientes de los espectáculos del anfiteatro inexplicablemente construido frente a un hospital y una clínica les están rompiendo el tímpano a los vecinos. Ante esta circunstancia, caben algunas preguntas: ¿solicitó el Ayuntamiento del Distrito Nacional la licencia ambiental correspondiente para construir el anfiteatro en este lugar residencial? ¿Cuál fue la respuesta del ministerio de Medio Ambiente ante esa solicitud? ¿Le otorgó la licencia ambiental al ADN? ¿Sobre la base de qué criterios?
La falta de transparencia es parte de esta democracia autoritaria que sufrimos. De este modo, siguen adelante los trabajos de remodelación de la ciudad colonial que han logrado tumbar el Hotel Francés, lo que terremotos y 500 años de vida útil no habían podido hacer. Sin embargo, la comisión investigadora de alto nivel, panacea utilizada para evacuar todo tipo de preguntas no se ha dignado en establecer pautas para que los próximos espacios a ser intervenidos dentro de la Zona puedan resistir a las embestidas de los contratistas.
Todavía no se ha esclarecido este suceso y sale a la luz el proyecto ganador de la remodelación de las ruinas de San Francisco. Gigantismo en los proyectos, atropello a la inteligencia del ciudadano de a pie, caracterizan muchas de las obras cosméticas que se hacen para crear ilusiones al preciado turista de que se encuentra en una urbe del siglo XXI cuando recorre una ciudad donde los problemas de la basura, del agua y de la luz no han sido resueltos.
Lo de las ruinas expresa muy bien nuestra democracia autoritaria: el incumbente de turno intenta imponer sus criterios a rajatabla, desde arriba, sin tener en cuenta siquiera que hay un ministerio de Cultura, optando deliberadamente desde el poder por una concepción de la ciudad donde impere el concreto sobre la historia y la identidad cultural.
Mal para el BID de asociar su nombre a casas coloniales en el suelo, falta de transparencia, malos procedimientos arqueológicos y remodelaciones discutibles. Las ciudades coloniales de América que han sido restauradas con mas éxito como las de Antigua, (Guatemala), Bahía, Cartagena, La Habana, Quito, son ciudades donde los viejos centros han sido intervenidos con mucha sabiduría mezclando atractivos turísticos, conservación, arqueología y preservación de la vida de los antiguos moradores quienes son los que dan vida a estos cascos antiguos.
La lista de las imposiciones actuales es impresionante y traen sus consecuencias. No puedo dejar de mencionar las plantas de carbón, cuya construcción es más que controvertible. Mientras este tipo de plantas son consideradas obsoletas en el mundo de hoy a nosotros se nos presentan como sinónimos de vanguardia. Definitivamente, la democracia autoritaria puede producir estragos de envergadura.