Quienes insistimos en que ahora tenemos un presidente renovador y bien intencionado, ejecutor de cambios institucionales trascendentes, merecedor del apoyo ciudadano, estamos preocupados ante atisbos de desengaño sobre su gestión.

Esa decepción venía incubándola el liderazgo del PRM, diputados, senadores, y funcionarios depredadores. Ahora se extiende al presidente y no se puede tomar a la ligera. Esto es asunto de mucho cuidado y reflexión.

La actitud indigna y chanchullera que exhiben los legisladores al escoger ternas para dirigir la Cámara de Cuentas, y sus titubeos frente a las “tres causales”, son una desvergonzada provocación a la ciudadanía. Han negociado con el PLD y con el mejor postor sin tapujos. Siguen la indigna costumbre de ocuparse de “lo suyo”.

En estos días, analistas y periodistas independientes, entusiastas del cambio, cuestionan la indiferencia de Luis Abinader frente a los desmanes de algunos funcionarios. Intentan entender la lentitud de palacio para someter y publicar desafueros de los gobiernos anteriores. Así mismo, señalan que el mandatario está influenciado por empresarios y asesores de los que ayudaron al cambio para que nada cambiara. A lo Gato Pardo.

Peor aún, se comienza a sospechar que el presidente no controla al PRM, partido que ahora exige sin ofrecer lealtad. Le irrespetan. Muchos merecerían ser echados del palacio a patadas, pero no se les toca ni con el pétalo de una rosa. Es una percepción de mal agüero, grave. Ni a él ni a este país conviene.

Así las cosas, recientemente he podido leer y escuchar expresiones que hubiese querido olvidar: “esto se jodió”, “más de lo mismo”, “volvamos a la marcha verde”, etc. Parecería como si llevásemos dos años de fracasos y no ocho meses de una administración prometedora. No debería haber, y no puede seguir habiendo, esas nefastas percepciones.

“Las bocinas” de Danilo y Leonel – muchas todavía en nóminas estatales – se frotan las manos y hacen gárgaras para señalar y vociferar los errores de palacio. Están de fiesta y cobrando doble. Como diría el cubano: “¡Que cosa más grande, chico!”

Ignorar que esos sentimientos negativos son “bocatto di cardinale”, alegría y respiro, para los líderes peledeístas, es comprometer nuestro futuro. Ellos tienen urgencia de hacer fracasar al gobierno que prometió llevarlos a la justicia. Aprovecharán al máximo estas tempranas decepciones, y utilizarán sus cuadros y el dinero robado para desacreditar y obstaculizar al presidente. Quedan demasiadas fieras sueltas afilándose los colmillos.

Luis Abinader ha mostrado ser un político inteligente. Llegó al poder con un proyecto de gobierno definido y promesas específicas que responden a demandas de la población. Cuenta con hombres preparados y bien intencionados a su lado.  Por eso, se me hace cuesta arriba suponer que no tenga preparada una respuesta contundente a lo que sucede, y así desvanecer esa percepción que toma cada día más cuerpo en esta sociedad.

Esas dudas sobre el liderazgo y la estrategia de Luis Abinader son exageradas. Sin embargo, no se puede negar que existen razones para ellas. El jefe del gobierno sabe que hay demasiados bandidos por ahí sueltos y que la gente está indignada. Conoce sus errores y sufre la decepción de tener a tanto malandrín bajo su mando. Aun así, hará todo lo posible por demostrar que el cambio no es una quimera.

Por ahora, aquellos que queremos un futuro civilizado, debemos evitar que ese temprano pesimismo pueda fortalecer a criminales políticos del pasado. Ellos se disponen a echarle leña fuego con tal de no verse frente a un juez. Les urge desacreditar el cambio. Anhelan manifestaciones callejeras para servirse de ellas. Sería un grave error permitir que se salgan con la suya.

Sigamos apostando al cambio. Apenas comenzamos. Critiquemos, pero apoyemos con igual intensidad lo que sale bien. No facilitemos el sabotaje de antiguas bandas delictivas. Ahora bien, si el gobierno no se amarra el sable, desenvaina y ataca, entonces, esto sí se puede joder.