Era cierto que en algunas esquinas de Santo Domingo pululaban entonces los pequeños negocios llamados “carritos”; para no irnos más lejos, se trataba de carritos de hot-dogs, como todavía vemos en la esquina de una modernísima plaza dominicana.

Era un negocio que desarrollaban algunos emprendedores para atender a una notable clientela, con la intención de que cenaran. Por lo general, abrían a las seis de la tarde para toda una noche de venta.

Esos carritos de hot-dog eran muy populares entonces a inicios de la década de los noventas. Algunos no se han olvidado de ellos, y como digo actualmente es un modelo de negocio que no está extinto. Los que eran carritos más grandes eran los de los hamburguers, y estos son más escasos.

En los 90’s, durante los partidos de béisbol, los dominicanos se daban un relax y visitaban el colmado, lugar de reunión de grandes. En el colmado y en el colmadón se venden las frías, –algunos la quieren “ceniza”–, las cervezas dominicanas, y en algunos se juega el muy práctico juego de dominó (capicúa 25). El entretenimiento está ahí, a la vuelta de la esquina, lugar para discutir la última medida gubernamental de un mandatario o las inclinaciones para las votaciones electorales.

También en el colmadón se vende comida, pero como me dijo uno de los que los atiende: es comida no hecha. El recinto tiene que ser grande para albergar un juego de dominó, un juego que no será visitado por las damas. Que no se nos vaya a olvidar: en algunos de estos colmados está integrada una banca de las loterías.

Hay que tener cuidado porque la chica de la banca de apuestas también “le da” al juego, pero este es generalmente masculino. No creo que le permitan beber ron a algunos pero es cierto: se bebe de todo. Es de entender también que los habitantes de este sitio tienen un perfil etílico muy diferente al de aquellos que asisten a un restaurant de la misma zona.

El dueño del colmadón sabe que está en su oportunidad de vender esa chata de whisky –la marca Dunbar era un clásico–, al primero que se lo proponga, pero cuidado: ya los colmadones no funcionan hasta muy tarde por el toque de queda impuesto por las autoridades. Pero se vende de todo, y muchos han tenido que diversificarse y vender también comida hecha: preparan hamburguers que llevan a domicilio, pero claro está que no tendrá la misma calidad –te lo hacen mejor, diría alguno–, de uno comido en una franquicia.

Hay colmados que “tienden” hacia los supermercados. El número y la calidad de las mercancías crece de manera muy visible. Todavía no se ha hecho un estudio –y quizás nunca se haga– de la reacción de los lugareños –positiva o negativa–, sobre la construcción de estos enclaves en las inmediaciones del residencial. Como se sabe, en algunos lugares hemos tenido problemas con la música alta. Se ha dado caso de reporte de la música estridente en los alrededores, lo que lleva a actuar a las autoridades. Y está claro que nada de Paganini o de los mágicos Empire of the Sun, la banda australiana que está de última.

Aún en los sectores residenciales más reputados, donde la compra del mes se detiene por un momento, se utilizan los colmados para hacer rellenos ocasionales de las despensas. La inmediatez es una cualidad de los colmados.

Como he dicho, en el colmado se juegan números. Y algunos más modernos tienen pantalla gigante para trasmitir los juegos de pelota. Los viernes en Santo Domingo no son solo de grandes clubes, sino de los famosos colmados, un espécimen muy diferente a los drinks, que tienen otro tipo de connotación, y que lucen abarrotados. Es tanta la gente que inunda un drink, que parecería increíble. Pero este es un negocio para “buscársela”, en buen dominicano.