"David, Pepé me dejó knock out. Diariamente nos veíamos aquí, en el colmado de Manuel". Roberto Martínez de los Santos
Tengo una relación amor/odio con el oficio de la herrería. Me viene desde el inicio de los años ochenta, recién iniciada la universidad. Mi hermano mayor tenía un próspero taller en el sector de Herrera y yo, que era entonces un joven de apenas diecinueve años, llevaba la parte administrativa del negocio. Calculaba los pies cuadrados de las tareas realizadas para efectuar el pago semanal a los herreros. Aprendí muy temprano a lidiar en un mundo muy complejo con personas de difícil trato. Allí reconocí el buen oficio de tres maestros de planta: mi primo Nano, el parsimonioso Moreno y quizás a una de las personas más inteligentes que he conocido en mi vida llamado Naningo. Siempre he agradecido profundamente a mi hermano Alfredo el haberme ofrecido esa oportunidad que se convirtió para mí en una enorme experiencia a nivel personal. Tiempo después salí del taller y pasé unos años entre furgones trabajando en la naviera Sea/Land, pero el destino me tenía reservado volver al sendero de la herrería y es en ese momento cuando conozco a mi gran amigo Pepé.
Con él arranca una nueva y excitante etapa con el hierro y la soldadura. Hablar de Pepé es muy doloroso para mí. Suponemos que la muerte tiene un orden de retiro de acuerdo con la edad y por tanto no es sencillo aceptar, que alguien mucho más joven que uno mismo, pueda partir primero. Cuando suceden este tipo de cosas nos dejan habitualmente perplejos y con el corazón en las manos. Eso fue justamente lo que me ocurrió al conocer su muerte. Mi memoria voló inmediatamente en dos direcciones: a las coplas que Jorge Manrique escribiera a la muerte de su padre "Nuestra vida son los rios/ que van a dar en la mar/ que es el morir" y más tarde, hacia aquel primer contacto que tuve con él, hacia tantas vivencias compartidas, entre ellas algunas grandes discusiones que terminaron, a menudo, en abrazos de sincero y mutuo afecto.
Le conocí justo en medio de una situación apurada. Había decidido incursionar en el sector de la herrería, buscaba trabajos y se los entregaba a un determinado grupo de herreros. En aquella primera ocasión Pepé me sacó las castañas del fuego. Nunca había visto en mi vida a un herrero más completo y al mismo tiempo tan desorganizado como lo era mi querido amigo. Yo solía molestarme con él cada lunes de mala manera, pero es que Pepé nunca trabajaba en ese día. Tenía un compromiso sacrosanto con la bebida y sin embargo el tiempo perdido el primer día de la semana, lo recuperaba y con creces en los siguientes. Gozaba de una inteligencia pasmosa y poco común, por eso siempre me sentía muy seguro cuando perseguía un nuevo proyecto; a él no le importaba si se trataba de hierros de difícil estructura para una casa o de un edificio de veinte pisos de altura. Establecimos desde el inicio una mancuerna muy especial y son muchas las anécdotas que puedo contar al respecto. Buenas muchas de ellas y alguna que otra mala, pero en esta ocasión quisiera narrar una especialmente jocosa.
Una tarde, en la que casi había conseguido una nueva construcción de una imponente casa en Arroyo Hondo, no tenía cómo justificar ante el cliente mi experiencia para que al fin se decidiera a confiarme tan importante obra. Le comenté a Pepé, que en ese momento estaba realizando su labor en aquel mismo sector, que no tenía forma de mostrar nada que me asegurara ese trabajo que me había llegado. No se lo pensó dos veces antes de decir: "David, llévalo donde yo estoy trabajando y hazlo pasar como si fuera un proyecto tuyo". Así lo hicimos. Llegué al lugar hablando duro y llamando la atención a algunos trabajadores. El nuevo adquiriente del servicio, al ver mi actitud y la firmeza con la que manejaba el escenario, quedó gratamente impresionado dándome el encargo a los pocos días. De este modo se hacían las cosas con Pepé. A veces quería matarlo, pero al día siguiente nos moríamos los dos de la risa con alguna de sus travesuras. Muchos llegaron a decir que era como un hijo para mí y yo en secreto llegué a considerarle de ese modo. Por eso es ahora, tras su inesperada partida, cuando logro entender en carne propia ese enorme dolor con el que todo padre siente la pérdida de un hijo.