Para nadie es un secreto que la instrucción del individuo no solo acontece bajo el modelo de lo que denominamos educación formal, es decir, la escuela. Aunque es innegable que la escuela es una institución de socialización de primer orden; mucha de la información útil e imprescindible para la vida no la aprendemos en ella. No significa en modo alguno que lo que aprendemos en la escuela es inservible o inútil; pero lo fundamental lo aprendemos en el entorno y a través de otras instituciones socializadoras y otros medios que no son propiamente el sistema formal de educación.
Entonces, ¿por qué necesitamos de la escuela? Con certeza si perteneciéramos a una cultura ágrafa (sin escritura) y tuviéramos la necesidad de instruirnos para desempeñar determinados roles sociales que así lo ameritasen, iríamos a un sabio a quien escucharíamos atentamente haciendo gala de su saber acumulado por los años. Tal vez no tendríamos derecho a la palabra porque la transmisión del conocimiento se haría bajo la forma vertical de la autoridad que adorna al sabio. De igual forma, si mi función en la sociedad no ameritase de instrucción alguna, no me sería necesaria la instrucción que no vaya acorde a mi papel en el entramado social.
El origen de la escuela está ligado al papel de la escritura como transmisión de conocimiento. Por ejemplo, las escuelas egipcias estaban centradas en el conocimiento de la escritura, para los japoneses la escritura es todo un arte que necesita de un maestro para ser aprendida. Con los griegos la escritura irrumpe como método de conservación del saber, lo que permite su comunicación desconectado de lo efímero del habla. Aunque la autoridad del saber sigue en la figura del maestro, la escritura genera procesos de pensamiento y de comunicación que no suceden de igual forma en lo oral. Es en los griegos en donde la instrucción formal, que no era para todos, tiene como misión el ejercicio del pensar como estilo de vida y estas prácticas se hacen posibles a través de la escritura.
Aristóteles es quien mejor encarna la importancia del pensar, leer y escribir en la vida de las personas. La leyenda cuenta que una vez el lector comunitario completaba la lectura en voz alta, el estagirita tomaba el texto en cuestión y se marchaba a la soledad de su cuarto; inventando de este modo, la lectura silenciosa y personal. Una vez liberado de la tradición oral socrática de la escuela platónica, la escritura constituyó el medio más eficaz para pensar y la lectura el modo más eficaz de adquisición del conocimiento conservado hasta el momento.
La universalización de la escuela, educación para todos, ocurre como un proyecto político de largo alcance en el que el control sobre los ciudadanos se ejerce a través del control sobre el saber. Ello a pesar de múltiples conquistas del hombre y la mujer en diversos planos. La escuela funcionó como un medio de reproducción de las desigualdades y diferencias sociales y los maestros pasaron a ser esos “reproductores” del estatus quo (Bourdieu).
En este papel de reproductores de lo desigual, el maestro se concentra en la transmisión exclusiva de los saberes posicionados y los valores y conductas que encarnan la élite exitosa socialmente. Es cuando el pensar, leer y escribir están subordinados a la transmisión bancaria del conocimiento. Manejar la información científica acumulada es lo importante, “urbanizar” las conductas y las acciones es la misión, cumplir con las reglas del establishment es lo necesario…en fin, la escuela se convirtió en el aparato ideológico de un Estado totalitario y benefactor que vendía la ilusión de pensar en sus ciudadanos, cuando en realidad pensaba en sí mismo.
Allí es donde se olvida lo de pensar, leer y escribir como estilo de vida y se acuñan conceptos que aún permanecen y, lo peor, la escuela se centra en la transmisión más o menos vaga del saber de las ciencias reducido a libros de textos.
La escuela del siglo XXI es una escuela compleja. La sociedad es compleja y en tal virtud construye una escuela para formar al ciudadano que le es útil. En esta complejidad se ha perdido lo esencial y valioso: PENSAR, LEER Y ESCRIBIR.