El principal problema en los llamados “países en vías de desarrollo” es que tanto sus líderes políticos y sus estructuras partidarias no están diseñadas para lograr una armonía entre las aspiraciones más altas de sus pueblos y dejar de pensar en beneficios coyunturales.
En República Dominicana, así como en la mayoría de los países del área al parecer la agenda política y la agenda social a la que aspira la nación, no están coordinadas. Se pasa más tiempo en rebatiñas de poder que pensar en lo que más les interesa a los ciudadanos.
Pensar en el país es la premisa que ayudaría en el enfoque de todas las acciones del ejercicio político destinado a lograr un efectivo desarrollo del sistema democrático y su institucionalización. En otras palabras, la nación no debe depender de arreglos intrapartidarios y extrapartidarios para tener un rumbo definido.
Es triste ver por ejemplo, que el ejercicio político esté dominado por un escenario fluctuante y avasallador en el cual los destinos de la nación dependen de determinado grupo o instancia política. Esta situación revela una carencia desde hace décadas de la construcción de una verdadera política social.
La política social entendida desde el punto de vista de colocar a los ciudadanos en el núcleo de las políticas públicas, no sólo con el ya gastado recurso del suministro de asistencia social residual, sino incorporando las necesidades de todos los sectores que ya son estructurales.
Las políticas sociales pensadas y planificadas para los ciudadanos son imprescindibles ya que los beneficios del crecimiento económico no llegan automáticamente a ellos. Para ser sostenibles, las políticas sociales también requieren la creación de coaliciones políticas, con verdaderos intereses acordes con los de la nación a la vez que se debe evitar que el ejercicio de la política sea captado exclusivamente por élites u otros actores con intereses creados.
Esto así porque según Hans Kelsen, la democracia ideal supone, por tanto, identidad de dirigentes y dirigidos, que son el sujeto y objeto del poder del Estado, y gobierno del pueblo por el pueblo. Deben existir lazos del pueblo como sujeto y los gobernantes e identificación de estos últimos con las máximas aspiraciones de este último.
Es evidente que la democracia kelseniana parece una quimera o sueño irrealizable. Sin embargo consideramos que una democracia típica no es que se dé una identidad perfecta entre la voluntad gobernante y la voluntad del pueblo, sino que pueda acercarse lo más posible a los deseos y las capacidades de los ciudadanos. Una especie de asentimiento y apoyo generalizado en la interacción entre los gobernantes y ciudadanos.
Esto podrá lograrse en República Dominicana cuando el liderazgo político partidario tenga su agenda similar al de la nación, aspecto que no es irrealizable. Basta con pensar en el país y que lo coyuntural no dirija los destinos de la nación.