Hoy he decidido pensar la oposición política dominicana. Si ella ha de ganar terreno en el tablero de juego, será sobre la base de sus fortalezas, no sobre la base de los errores del partido de gobierno. En ese sentido, propondré seguir la línea analítica de O’Donnell (1989) y dividirla en tres: la oportunista, la democrática y la maximalista.
La oposición oportunista, a veces conocida como la pseudo oposición, es aquella que vive de pactar con el gobierno cosas cuyos fondos distan mucho de la democracia a la que todos aspiramos. Es un segmento que vive de la extracción de rentas. Consecuentemente concluía O’Donnell, un país cuya oposición es primordialmente oportunista difícilmente logra cristalizar sus procesos de democratización.
La oposición maximalista es la oposición radical, usualmente definida por sus fuertes preferencias ideológicas. A diferencia de la oposición oportunista, asume posiciones duras, tanto así que difícilmente erige acuerdos con otros miembros de la oposición. Esta conoce muy poco de coaliciones.
Finalmente, la oposición democrática es aquella que puja por cambios estructurales y verdaderas transformaciones. No se contenta con sacar del poder al partido autoritario; busca también cambiar las reglas de juego para poner fin a la cultura del autoritarismo y las malas prácticas que le caracterizan.
Cada uno de estos tres segmentos de oposición juega un papel fundamental en los procesos de apertura y liberalización política o, por el contrario, en el proceso de consolidación del autoritarismo. Por eso nos debería importar a quiénes y por qué atribuimos dichas etiquetas.
Como si no habría sido posible llegar a estas conclusiones en años previos, la nueva ley de partidos políticos y la recién aprobada ley electoral son muestra suficiente de que el PRM, el segundo partido más grande en República Dominicana representa esa pseudo-oposición. Los acuerdos alcanzados en el seno del Congreso bajo el amparo del presidente Medina, el erario y el pretexto de “lo posible”, le costarán al país mucho en materia de democracia. En el momento en que los cincuenta (50) diputados debieron presionar para lograr aprobar leyes que realmente democratizaran el acceso a los espacios de poder y que sirvieran para garantizar torneos electorales (en lo adelante) limpios, transparentes y justos, optaron por llegar a soluciones privadas que no sólo están haciendo daño a la República Dominicana, sino que irónicamente también le impedirán al propio PRM llegar el poder. Sólo cuatro (4) diputadas, equivalentes al 8% de su representación congresual, votaron en rechazo a la nueva ley electoral. Entonces caben las preguntas, ¿a quiénes representan los otros 46 diputados y diputadas del PRM? ¿Cuántas razones tendrían esos legisladores para votar a favor del proyecto danilista?
¿Acaso no se repite la historia? Lo ocurrido en el hemiciclo en días recientes no es distinto a la “reforma” constitucional del 2015. El partido falló entonces y seguirá fallando en tanto le sigamos dando cabida en los distintos espacios de poder. Por eso estoy convencido de que el PRM no es más que un hermano peledeísta fuera del poder.
En cuanto a la oposición maximalista se refiere, no creo exista ese segmento en el contexto dominicano. No obstante República Dominicana siempre ha sido gobernada por la derecha conservadora, los partidos políticos criollos no se posicionan en una escala de izquierdas y derechas. Quizás lo único que se puede parecer al radicalismo de la oposición maximalista, aunque por razones distintas, es el rol que juegan los egos en el impedimento de actuar de manera conjunta en torno a objetivos políticos comunes.
Finalmente, la oposición democrática. En el mejor de los casos, este segmento representa una mayoría amplia dentro de la oposición política, cosa que no sucede en el contexto dominicano. Quienes hoy se comprometen con los valores y principios de la democracia plena se alojan dentro de partidos pequeños. De ahí se desprende que el desafío político en República Dominicana es construir desde la oposición democrática opciones de poder. La pregunta es cómo.
Sólo con el fortalecimiento de una tercera fuerza electoral, podría el país producir un escenario de segunda vuelta en el que el PLD se encontraría en una posición muy complicada y con altas probabilidades de perder. Esa tercera fuerza no se logrará promoviendo la unidad al estilo perremeísta, a la sazón de la otrora “Convergencia.” No. Sólo a través de una fuerza diferenciada, auténticamente democrática, vencería este tercer bloque alternativo al autoritarismo peledeísta. La unidad necesaria, por tanto, es una unidad en torno a convicciones democráticas, ejercicios de democracia y propuestas trascendentes sobre la educación que necesitamos, el sistema de salud que deberíamos tener, sobre la matriz productiva que queremos construir… Así, dicho bloque lograría dos cosas:
(1) se impregnaría de un necesario sentido de posibilidad y (2) facilitaría la decisión del votante que en el 2016 se debatía entre candidatos de partidos pequeños muy parecidos y que posiblemente, ante la disyuntiva, optó por lo “posible” dentro de la oposición, intentando votar en rechazo al PLD, pero no logrando promover el verdadero cambio.
Refiriéndome a este último punto, la oposición democrática tendrá que eliminar el costo que representa para el votante tener que decidir entre partidos con propuestas alineadas. Esto es aún más relevante tras saber que múltiples organizaciones políticas han solicitado su reconocimiento por ante la Junta Central Electoral. El ejercicio de escoger entre dos o tres será aún más costoso para el votante si en lugar de dos o tres, le pedimos que escoja entre cuatro o cinco. Mientras más compleja sea la decisión para el votante, más favorecido saldrá el partido de gobierno (Magaloni 2006). Las coyunturas requieren de procesos unitarios inteligentes, a la altura de los desafíos. Requieren de propuestas rompedoras y arriesgadas.
Las elecciones del 2020 presentan escenarios muy complejos. De ahí que sin duda producirán importantes cambios a lo interno de la oposición. Una parte de esos cambios se deberá al penoso oportunismo de quienes aprobaron la ley electoral peledeísta. Los cambios positivos, empero, surgirían como decisión propia de los partidos alternativos, al reconocer la necesidad de fortalecer sus propias estructuras nacionales.
Los límites del oportunismo rebozaron la copa. El cambio no está en “lo posible”, no está en la segunda mayoría. Está allí donde trabajan los comprometidos con la democracia y el bien de todos y todas.