Lo digo francamente desde un inicio. Agradezco la invitación a estar aquí esta noche, a pesar de que sea muy poco lo que conozco acerca de las interioridades científicas, tecnológicas y comerciales de las vacunas anti covid-19 y a pesar de que algo sepa a propósito de las teorías conspirativas que atentan contra aquellas y que, por eso mismo, reconozco como fruto legítimo del pensamiento paleolítico.

Para dejar en evidencia mis límites en la materia, vayamos por pasos. Primero, un acercamiento a dicho pensamiento; posteriormente, segundo, veremos a qué me refiero con eso de teorías de la conspiración y, por fin, dos conclusiones definitivas al tema que me han asignado: La teoría de la conspiración y las vacunas de la covid 19.

Pensamiento Paleolítico

En la ficticia caverna platónica -en el séptimo capítulo de la República- queda expuesto el mito según el cual un grupo de prisioneros -léese bien: nosotros- permanecemos encadenados a las sombras y falsedades de nuestras meras percepciones.

Algo así, perdónenme el paréntesis pedagógico, a lo que acontece en una gran cantidad de redes sociales en las que semejantes opinan de temas y asuntos diferentes, pero  -y aquí está el quid de la cosa- sin verificar lo que en esas cadenas de mensajes es copiado, repetido y leído un sinfín de veces. Fake news incluídas. Como si fueran la mismísima “verdad” joánica cuyo destino, una vez la encontramos, es la de hacernos libres.

Pues bien, ¿qué relación tiene ese tipo de pensamiento tan arcaico como los albores del género humano con las denominadas -por medio de una mal calificada era de la posverdad como “teorías” de las “conspiraciones”?

Las teorías de una conspiración

Las teorías de la conspiración son aquellas que nos llevan a expresar lo que no podemos demostrar, a hacer lo que no podemos justificar. Las ilustraciones tildadas como tales son falaces, pues no someten lo que dicen, opinan, creen o hacen, al rigor de un proceso metodológico de verificación objetiva que culmine comprobado de manera intersubjetiva por pares.

Confabulaciones al fin y al cabo, ellas adversan toda verdad que nos libere de la oscuridad de la caverna. A falta de alguno de los métodos reconocidos en cuanta ciencia, tecnología o disciplina objetiva exista en la actualidad, carecen, en palabras del ya referido Platón, de cualquier confrontación objetiva con “la idea del bien”, expuesta a la luz del sol y no de la hoguera de cualquier captor fuera de la caverna, en tanto que “causa de todas las causas”.

Ninguna de las teorías conspirativas que pululan en la actualidad dejan de ser las cuentas de un rosario plagado de deducciones seguidas de premisas falsas y, por eso, sus predicciones no tienen otra consecuencia que no sea siempre perdernos en la negatividad inherente a una duda inhabilitadora, paralizante e inconsecuente.

Un fugaz ejemplo clarifica la idea. Donald Trump afirma y perjura, a tiempo y a destiempo, que hubo un “fraude colosal” en su contra.

Lo que acontece a modo de ejemplo en el cacareado caso del fraude histórico en la última elección presidencial en Estados Unidos, ilustra lo que acontece en cualquier mal llamada “teoría” de la conspiración. Tales insinuaciones solo demuestran la credulidad y terquedad de quien repite y de quienes oyen lo que nadie puede realmente validar en algún escenario reconocido como legítimo por todos. La conspiración puede ser en contra del orden estatuido, de la libertad individual, del mundo occidental o del oriental; así como en contra de uno u otro credo, familia, sujeto humano, humanidad en general o valor,  ciencia, tecnología e incluso disciplina social.

La variable para reconocer tantas falacias y por veces no pocos engaños es ésta: sus predicciones o prognosis ni son verificables ni se cumplen; y, por ende, segundo, ninguna de esas conjuras contribuye a la construcción de algo objetivo. Si yo fuera cultor francés, emplearía en este momento la socorrida expresión “post modernidad” para admitir que el agónico yo de la modernidad, bebiendo sus propias presunciones conspirativas, padece los efectos engañosos de su propia medicina.

Pero regresemos al tema que preocupa en la actualidad histórica de la sociedad dominicana -y de la internacional- por efecto de la pandemia del Covid.

Las vacunas de la covid-19

El dilema: me vacuno o no me vacuno, en el fondo termina siendo: doy un voto de confianza al desarrollo científico-tecnológico de los mundos moderno y contemporáneo o, por el contrario, me acojo a la variante conspirativa del pensamiento paleolítico oscurantista.[1]

Por supuesto, ninguna vacuna inmuniza 100%; las de la covid 19 tampoco.

Ahora bien, responder a la pregunta: ¿te vacunas?, con un “no, gracias”, podría ser inconsecuente. Inconsecuente, muy particularmente, cuantas veces esa negativa pretenda blindarse con el aval axiomático de alguna creencia conspirativa que justifique decir lo que solamente creemos o suponemos como verdadero, pues somos incapaces de sustentarlo objetivamente en el mundo real de los hechos.

Durante estas semanas he oído y leído un sin número de esas inconsecuencias. Por ejemplo, no se vacune, pues ese es Bill Gates que ha puesto un chip para controlar nuestro comportamiento; o bien, ese virus es un producto de laboratorio con el que adrede se pretende disminuir la población mundial;  y también, si te vacunas estás contribuyendo a que las grandes compañías farmacéuticas se hagan todavía más rica y que así cumplan su designio.

También merodean las redes sociales otros infundios provocadores, tales como que las vacunas están encaminadas a que la humanidad deje de reproducirse o que lleguemos a ser nos mutantes.

Y menciono solo esos ejemplos para no entrar a cuestiones visiblemente tan exageradas como denunciar que el virus originado en un laboratorio fue propagado con alevosía como polvo esparcido al aire, para demostrarle a los humanos que a partir de ahora somos marionetas cautivas y pendienes de los hilos de la tecnología.

Mas en principio, eso no agota el tema.

Hay posiciones a veces inconfundibles pero limítrofes a aquellos postulados alarmistas que, a pesar de no ser ilusos alegatos y espejismos de la realidad, no dejan de ser enigmáticos y problemáticos. Tan enigmáticos, por ejemplo, como cuando por escrúpulos moralistas, somos advertidos de no introducir en un cuerpo sano una línea celular de cultivo derivada de un feto abortado. Y otras tan enigmáticas, como las que exponen evaluaciones contradictorias a propósito de la manipulación genética cuyo logro reside en que el virus introduzca su ADN en las células y se copie en el ARN mensajero, con la finalidad de que el ARNm codifique las proteínas de pico de coronavirus.

En todas las instancias hay una constante. De manera prácticamente exclusiva se trata de revelaciones infundadas en contra de las vacunas estadounidenses y británicas contra el Covid, no así de las rusas o las chinas. Condiciono lo precedente, puesto que de seguro no faltará quien quiera creer que las vacunas chinas tienen como propósito el irrisorio designio de aplanar la fisionomía ovalada de la órbita ocular de las poblaciones occidentales.

En fin, por lo diverso y complejo del contexto en el que se despliegan las ínfulas conspirativas, dejo constancia de que el propósito de mi intervención no es que justifiquemos y aceptemos ciegamente lo que proceda de un laboratorio farmacéutico y de su línea de producción comercial. ¡Nada de eso! El propósito es no dejar pasar de manera acrítica aprensiones e infundios que provengan de intereses dudosos y cuyo resultado sea sembrar inquietudes y entorpecer la labor científica y el subsiguiente acto consciente y libre de cada uno cuando le llegue la hora de vacunarse o no.

Por añadidura, no hay razón para olvidar que el tremendismo de las alarmas conspirativas que hoy se oponen a la vacunación para aplacar la emergencia sanitaria de la actual pandemia, ayer argumentaban contra las vacunas en general. Así quedó en evidencia en el artículo de la revista Lancet que tuvo que ser retirado -por falta de ética profesional- de un periodista que, por unas cuantas monedas de plata, consignó sin aducir prueba alguna y de forma espuria que las vacunas eran responsables del autismo.

A modo de conclusión

Por consiguiente, a mi mejor entender, y de conformidad con las evidencias disponibles, la vacuna anti covid 19 es la mejor y más razonable opción en el presente al alcance de cada uno y de toda la población, en y fuera del país, -a menos, claro está, que uno no se encuentre como cavernícola prisionero y a merced de perceptibles sombras y sospechas infundadas.

A mi entender, hay que vacunarse libre y conscientemente por dos razones fundamentales que rompen con cualquier usanza disparatosa y tremendista:

1. Ante todo, porque, aun cuando la tradición del pensamiento paleolítico -revestido últimamente de conspiraciones- siga propagando errores y falsedades infundadas como si fueran dichos ex catedra; no obstante tal osadía, no podremos liberarnos ni de las sombras de tanta ignorancia ni de la pandemia que nos acecha si no es acogiéndonos a un bien saludable, como lo son las vacunas de la covid-19, metódicamente probadas y comprobadas;

2. Y, después de todo, puesto que con esas vacuna validamos que se salvan vidas y se previenen padecimientos economizables. No así con meras opiniones, sofismas, alegatos y rumores inquietantes.

En resumen, gracias al proceso de vacunación para prevenir la covid-19 saldremos finalmente del cautiverio en el que pretenden retenernos quienes, amparados por alguna elucubración conspirativa, prefieren ofuscar la mente y alejarla de la sola verdad llamada a liberarnos de males pandémicos y de otros tantos que a diario nos aquejan.

[1] Claro está, debida excepción de aquellos casos excepcionales en los que no proceda vacunarse por razones de contraindicaciones médicas.